Los cuadernos no existen, son fotocopias. No alcanzan. Pero ahora los reconoció Centeno. No alcanza. Es apenas el chofer. Pero ahora los empresarios reconocieron lo que allí se decía. Los empresarios reconocieron que coimearon. No alcanza. Nadie recibió la plata en el gobierno. Pero ahora Uberti, José López, Abal Medina, Larraburu y más lo reconocieron.
Y así todo. La lógica fue negar en etapas. Hasta la aparición de evidencias. Niego hasta la próxima prueba. Y así hasta la evidencia de la realidad probada.
El kirchnerismo adolece de negacionismo patológico. Un modo sistemático instalado con deliberación y alevosía. Tanto para omitir la realidad como para moldearla a su gusto. Mismo dolo, mismo sistema, para saquear el dinero público con la constitución de empresas ad hoc, siempre ganadoras de licitaciones hechas a su medida por los mismos funcionarios que esperaban el retorno de esas ilicitudes.
Cristina Fernández volvió hoy a chocarse con la realidad. Negó pero pudo más la evidencia. Su carta al jefe de bloque de senadores del PJ allanándose a los allanamientos (sic) es el reconocimiento a la verdad que hasta quince minutos negó con énfasis. Si los allanamientos eran ilegales, ¿alguien cree que luego de semanas devinieron en aceptables por un fin mejor o altruismo político? ¿Por qué no propuso admitir esa manda judicial de movida? Porque creyó, como creyeron sus funcionarios y acólitos, que negando impedirían lo inevitable.
La desopilante sucesión de exigencias planteada en la nota que se conoció hace horas en la que ordena que no haya fotógrafos, que "no rompan nada", que no se toque su ajuar y pertenencias personales, que haya testigos elegidos a su gusto es un gesto que podría verse como un disparate jurídico que un aspirante del CBC de la facultad de derecho no se atrevería a formular. Un sospechado de un delito no puede condicionar el modo de realizarse una medida judicial. Es negar que todos somos iguales ante la ley. Un reo ordenando qué hacer al juez es negar el estado de derecho que se invoca violado.
Esa negación huele a soberbia de quien cree que es el poder. Quizá lo sea. Sin embargo, es el reconocimiento bien explícito de la debilidad del que se sabe acorralado. Ya se sabe que la realidad aflorará. Al menos, maquillarla desde los detalles.
La movilización impactante de gente pidiendo por el fin de una excentricidad en forma de fueros, anacrónico modo de crear guaridas ilegales, debe haber desatado una nueva furia del no. No son ciudadanos que creen que todo tiene un límite. No son avergonzados por la voracidad de quien ha saqueado. No son más que manipulados por medios infernales que no ven lo que ella y los suyos ven. No son. Aunque la realidad, de a miles, le diga que lo que no es más es su negación.