La multitud que masivamente se manifestó hace unas horas frente al Congreso, con réplica en buena parte de las capitales provinciales, si bien reaccionaba a una convocatoria de algunos funcionarios de tercer nivel del gobierno no fue ni arriada, ni transportada gratuitamente, ni retribuida con ninguna especie, ni panchos ni choripanes ni números artísticos de cumbieros precarios.
No sólo ello fue evidente, sino que la propia concurrencia se encargó de destacarlo, en una protesta con duros términos aunque sin ninguna acción violenta, en contraste con la asonada sindical sobre la casa de gobierno de La Plata organizada por ATE para defender la indefendible continuidad del casi irrisorio Astillero Río Santiago, un símbolo del gasto inútil del estado que Cambiemos aguantó con vida artificial y cara hasta que no pudo más.
Más allá del éxito que puedan llegar a tener sus reclamos – desafuero y cárcel para Cristina Kirchner y otros responsables y recuperación de lo robado – las manifestaciones de ayer representan a quienes han comprendido finalmente la relación directa entre la corrupción desenfrenada, irresponsable y premeditada del kirchnerismo y los graves problemas económicos que no se han podido solucionar en los últimos 2 años y medio y que ahora estallan en la forma de recesión, inflación, pobreza y angustias económicas generalizadas.
La consigna del #NSB que con genialidad y hartazgo viralizó Alfredo Casero, sirvió para simbolizar el cansancio ante el relato populista, que cuando era gobierno destruyó la seriedad fiscal en nombre del reparto dispendioso y la falsa solidaridad, y cuando dejó de serlo amenazó con quemar el país, clamor que envaró la voluntad del presidente y sus consejeros hasta llevarlo a imitar al peronismo predecesor. Seguramente a ese aspecto se refiere el grito de la segunda consigna del actor -"queremos flan"- que también se coreó como un himno.
La unánime posición de los partidarios de la ex presidente y de sus adeptos, que eligieron el camino de defenderla con la frase "robaban pero repartían". y similares, debe haber contribuido a ensanchar la grieta y a aumentar la bronca que se notó en el fervor de la protesta.
Hay otro aspecto no tan evidente. Quedó demostrada la importancia que tiene la Justicia en la calidad democrática y aún en el bienestar de los pueblos. Bastó que un fiscal y un juez fueran diligentes (ante una evidencia que, de paso, no les dejaba otra alternativa que actuar) para que
la ciudadanía digiriera y asimilase la magnitud del estrago y saliese a la calle a reclamar la reivindicación que se merece. Por algo los griegos ponían mucho más énfasis en el concepto de República que en el de Democracia.
Como al pasar, habrá que tomar nota de que los millones representados por la multitud de ayer ya no consentirán fallos tibios, lentos, formales, corporativos ni contemplativos, por ninguna razón, conveniencia política, amistad o soborno. Esta masa puede volver en un instante al grito de "que se vayan todos" de 2001, si se la defrauda otra vez.
El peso de la gente frente al Congreso seguramente movió la decisión de la viuda de Kirchner de dejar de lado la idea llena de soberbia de intentar negociar o condicionar los allanamientos solicitados al Senado por el Juez Bonadío, lo que cambió oportunamente a algunos pedidos elementales de respeto de la privacidad.
Es probable que el senador Pichetto intuya también en esta advertencia popular una buena razón para abandonar su doctrina que convierte a la Cámara en un santuario.
Mauricio Macri se debe estar preguntando a estas horas por qué no hizo al comienzo de su mandato las tres cosas que tuvo que hacer tarde y de apuro: a) pedir la ayuda del Fondo Monetario, no sólo para conseguir respaldo y crédito barato, sino como símbolo para transmitir la gravedad de la situación y avanzar decididamente en un ajuste irremediable. b) promover por todos los caminos el accionar de la Justicia y c) reclamar el apoyo contundente como el de ayer de quienes son los más interesados en que el país vuelva a tener esperanzas.