La depreciación de la lira turca tiene a los mercados mundiales en vilo y revela el grado de susceptibilidad que tienen las economías emergentes frente a Estados Unidos. El catalizador del desplome fue un tuit de Donald Trump, quien el 10 de agosto anunció que duplicaría las tarifas al acero y el aluminio turco. Como consecuencia, en el transcurso de una semana la lira llegó a perder el 7% de su valor frente al dólar. Sin embargo, la moneda viene en picada desde hace meses, y en lo que va de 2018 ha perdido el 40% de su valor.
Las medidas proteccionistas de Estados Unidos dan cuenta de la crisis en la economía turca, pero son solo una parte de la historia. Los analistas conceden que la consagración del presidente Recep Tayyip Erdogan como sultán allanó el paso para esta situación. Su abusiva injerencia sobre las arcas públicas y sobre el Banco Central mermó la confianza de los mercados: los inversores entendieron que la creciente autocracia turca y la libertad económica no prometen ir de la mano. Mientras tanto, Erdogan viene utilizando la circunstancia para incentivar la narrativa islamonacionalista de su plataforma, afirmando que su país peleará la guerra económica con la primera potencia mundial.
Esta disputa es el último episodio en una serie de controversias entre Washington y Ankara, las cuales revelan que la brecha entre Turquía y Occidente está creciendo a pasos agigantados. En este sentido, los últimos acontecimientos vuelven a poner en cuestionamiento qué tan sustentable es la membrecía de Turquía en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Objetivos disonantes entre Estados Unidos y Turquía
La cuestión de la pertenencia de Turquía a la alianza militar de Occidente viene siendo debatida con creces en los últimos años, especialmente con el trasfondo del ascenso de Erdogan y su idiosincrasia contestataria y revisionista. Como resultado, desde hace tiempo se percibe cierta disonancia entre los objetivos ulteriores de la alianza y la política exterior turca. Turquía ya no es la república laica que imaginó Kemal Atatürk, volcada hacia la integración con Occidente.
No obstante, sin desmerecer esta observación, al fin de cuentas la OTAN no se creó para proteger la identidad colectiva de los países del oeste, sino para contener la influencia y la expansión de la Unión Soviética. En la actualidad, Turquía parece estar más cerca de Rusia que de Estados Unidos. Pese a mantener intereses contrapuestos en Medio Oriente, especialmente en Siria, turcos y rusos comparten una aversión similar por las políticas estadounidenses, y una marcada afinidad por las teorías conspirativas.
Por citar ejemplos conocidos, una vez hechas las paces entre Vladimir Putin y Erdogan, en agosto de 2016, luego de que Turquía derribara un caza de combate ruso en Siria un año antes, la prensa oficialista turca alegó que los pilotos responsables pertenecían al proscrito grupo Hizmet encabezado por Fethullah Gülen. El Gobierno turco culpa al movimiento islámico renacentista de estar detrás del fallido golpe de Estado de julio de 2016. Más tarde, cuando el embajador ruso en Ankara fue asesinado por un yihadista, en diciembre de ese año, la prensa servicial a Erdogan le echó la culpa a la CIA, sosteniendo que la inteligencia norteamericana complotaba con los enemigos de la patria para detonar las relaciones con Rusia. Similarmente, hoy en día "el sultán" afirma que Estados Unidos conspira para perjudicar a su pueblo. Pero la labia antiestadounidense de Erdogan no solamente está pensada para el consumo interno.
Rusia y Turquía aseguran que trabajarán para construir un orden mundial por fuera de la divisa norteamericana. Además de plantear no comerciar en dólares, recientemente Turquía y Rusia comenzaron a reducir seriamente sus inversiones en la deuda soberana de Estados Unidos, desprendiéndose de letras del Tesoro. Por otra parte, Qatar expresó su solidaridad con los agravios que expresa Turquía, y prometió inversiones directas por 15 mil millones de dólares. Este sería un dato de color si no fuera porque Qatar es considerado un Estado paria por los países sunitas más cercanos a Estados Unidos, dado su apoyo a los grupos islamistas y su cercanía con Irán.
Estos factores explican la reticencia de Estados Unidos a transferir tecnología de punta a Turquía. Como Washington se niega a compartir los blueprints de su sistema misilístico Patriot, el Gobierno turco quiere adquirir el avanzado sistema ruso S-400, que no es compatible con los sistemas de la OTAN. Esta situación llevó al Congreso estadounidense a prohibir próximas entregas de F-35 a Turquía, semanas después de que esta recibiera sus dos primeros cazas (en junio pasado). Políticos y analistas norteamericanos temen que, al contar con el S-400, diseñado precisamente para derribar cazas de última generación como el F-35, Turquía pueda jugar a dos bandas y vender información a los rusos sobre el desempeño del preciado avión.
En un contexto de tensión y desconfianza, el hecho de que Turquía tenga acceso a esta tecnología es fuerte motivo de controversia. En respuesta al Congreso norteamericano, políticos turcos presionan para expulsar a Estados Unidos de la base de Incirlik, utilizada en las campañas aéreas contra el Estado Islámico (ISIS).
Por otro lado, también está el tira y afloje por Gülen y el pastor Andrew Brunson. Estados Unidos se niega a extraditar a Gülen, catalogado por el Gobierno turco como enemigo público número uno por su presunto rol en el fallido ataque contra Erdogan. En contraste, Turquía se niega a liberar a Brunson, acusándolo de estar engatusado con los conspiradores de la intentona golpista. Dada la influencia del ala evangelista del Partido Republicano en la Casa Blanca (léase Mike Pence), este asunto no es menor, pues alimenta la campaña antiturca basada en nociones idealistas o ideológicas, articuladas sobre la cuestión religiosa o identitaria.
El 10 de agosto Erdogan publicó una columna en The New York Times argumentando que las acciones de Estados Unidos están llevando a Turquía a buscar otros amigos en el mundo. Como marca Bryan Acuña en Infobae, los indicios apuntan a que Turquía apuesta por insertarse en un eje euroasiático. Esta aproximación tiene que ver con la orientación neo-otomana del oficialismo turco. Erdogan busca restaurar la otrora supremacía de su país en los asuntos de Medio Oriente y para eso necesita limitar la influencia de Estados Unidos.
La divergencia de intereses se ve sobre todo en Siria y en Irak. Hasta hace poco Turquía hacía la vista gorda al ISIS. Los yihadistas combatían a los mismos enemigos, a los kurdos y a las fuerzas de Bashar al-Assad. En la actualidad, mientras Estados Unidos empodera a los kurdos sirios, para evitar infiltraciones del ISIS y prevenir que Irán tenga paso libre por el corredor norte, Turquía quiere a toda costa dinamitar cualquier autonomía kurda en la región. Por esta razón, Ankara venía amenazando con expandir sus operaciones militares en Siria para hacerse con Manbiy, un bastión ocupado por las milicias kurdas en el margen occidental del Éufrates, donde Estados Unidos tiene apostadas cerca de dos mil tropas.
Según trascendió en junio pasado, los Gobiernos de Trump y Erdogan habrían acordado un plan para evacuar a las milicias kurdas de la región en disputa. Se supone que ambos países mantendrían un control conjunto, patrullando la zona para garantizar la estabilidad del vecindario. No hay dudas de que, de materializarse, este acuerdo será una gran victoria para Turquía, la cual estará un paso más cerca de trabar la autonomía del Kurdistán sirio, la llamada Rojava.
Pero los problemas no se centran exclusivamente en Medio Oriente. El revisionismo neo-otomano llama también a revindicar las históricas posesiones que el Imperio otomano tenía sobre el mar Egeo. Sumado al descubrimiento de importantes yacimientos gasíferos en el Mediterráneo oriental, el revanchismo turco viene traduciéndose en una sucesión de incidentes peligrosos con Grecia, incluyendo "combates aéreos virtuales", donde cazas de combate de ambos países se encuentran en el aire. Teniendo en cuenta la animosidad entre ambas naciones, un "accidente" podría estar a la vuelta de la esquina. La crisis de Chipre de 1974 demostró que la OTAN puede sobrevivir a un enfrentamiento limitado entre dos Estados miembros. Así y todo, otro escenario semejante pondría resultar diferente, sobre todo visto que el poder de disuasión estadounidense en relación con Turquía ya no funciona como lo hacía durante la Guerra Fría.
La espinosa cuestión de la membrecía turca
Ahora bien, ¿será expulsada Turquía de la OTAN? Por lo pronto no existe un mecanismo para echar a un Estado miembro, una eventualidad que los fundadores no tomaron en cuenta. El matrimonio, al fin y al cabo, es infeliz y es evidente que se producen infidelidades abiertas. No obstante, la geopolítica quiso que Turquía tenga un papel pivote en las relaciones entre Occidente y Oriente. Por este motivo, desde el punto de vista occidental, el principal argumento a favor de la membrecía turca estriba en que es esencial mantener influencia y una presencia militar física en dicha región.
Si Turquía fuera expulsada de la OTAN, la alianza perdería lo que en la literatura militar se conoce como profundidad estratégica. Es decir, espacio entre las líneas de batalla y los sectores poblacionales e industriales clave. Sin Turquía, las fronteras de defensa de Europa correrían aproximadamente por el meridiano 30 (este), en una línea recta desde Estonia hasta Bulgaria. En teoría, la alianza del Atlántico Norte perdería acceso al mar Negro y complicaría su situación en el Mediterráneo. Si Turquía no pusiera objeciones, Rusia podría hacer llegar su flota a aguas calientes con mucha mayor facilidad. Además, Turquía tiene el ejército activo más grande de Europa (con 350 mil uniformados activos) y se posiciona como la novena potencia militar mundial.
Como Rusia está adquiriendo protagonismo en Turquía a pesar de que esta última es miembro de la alianza, están quienes advierten que expulsar a los turcos de la OTAN solo aseveraría el grado de influencia rusa. Entonces, sería más probable que, por desquite, los turcos terminen compartiendo secretos sobre la operatividad y el procedimientos de la alianza. Este riesgo se justifica, entre otras cosas, en la purga de oficiales que Erdogan llevó a cabo luego del fallido golpe en su contra. De acuerdo con una fuente, el 38% de los generales turcos fueron expulsados, muchos de ellos por expresar sentimientos prooccidentales, mostrando la disposición de la vieja guardia kemalista. Se estima que centenares de enviados militares a la OTAN fueron despedidos y han sido reemplazados por oficialistas menos calificados, con rencor hacia la OTAN y sus actividades.
Toda la coyuntura expresada hasta aquí da sustento a versiones que indican que Turquía podría irse de la OTAN por cuenta propia. Erdogan podría decidir que su país está mejor sin los compromisos hacia la alianza y que abandonarla le ayudaría a Turquía a restablecerse en el mundo como la primera potencia musulmana. En este cálculo pesaría el factor personalista del "sultán" y entrarían en juego consideraciones domésticas como externas. Asimismo, nadie se sorprendería si Erdogan permanece en el poder otros veinte años, dificultando el recambio de liderazgo y, con él, la esperanza de reconstruir una confianza sincera con Occidente. Estados Unidos no es el único país occidental disconforme con el rumbo que está llevando Turquía.
Personalmente, tiendo a pensar que, de cara al futuro, ninguna de las partes buscará alterar las relaciones entre la OTAN y Turquía, sin importar qué tan malas sean. Por un lado, los líderes democráticos suelen centrarse en cuestiones de corto plazo y raramente se muestran dispuestos a arriesgar la posibilidad de un conflicto. En otras palabras, los líderes europeos prefieren apaciguar a Erdogan antes que confrontarlo. Aparte de su papel geopolítico central, Turquía alberga a casi cuatro millones y medio de refugiados árabes. Erdogan suele utilizar esta carta para negociar con la Unión Europea, amenazando con abrir las puertas de su país para que los migrantes se desplacen hacia el oeste. No menos importante, el presidente turco ha demostrado que puede utilizar a las importantes minorías turcas en Europa a su favor, instando disturbios para demostrar su influencia.
Por otro lado, pienso que los turcos ponderarán consideraciones a largo plazo a la hora de tratar con la OTAN. Rusia es uno de los actores que históricamente ha truncado la realización de las aspiraciones otomanas. Los analistas no deben subestimar la importancia de las memorias colectivas, sobre todo en un país con pasiones nacionalistas tan fuertes. Rusos y turcos han peleado más de una docena de guerras a lo largo de cuatro siglos por dominio geopolítico; y si bien pueden estar dormidas, hay tensiones subyacentes que nunca dejarán de existir. Esto me lleva a pensar que Erdogan preferirá mantenerse en este matrimonio infeliz, que por lo menos le ofrece a Turquía ciertas garantías para su propia seguridad y mejora su posición de negociación vis-à-vis Rusia. Putin no tendría el mismo trato con Erdogan si Turquía no fuera un dolor de cabeza constante durante las reuniones de la alianza en Bruselas.
Desde luego, en Turquía y en los países occidentales se difunden argumentos más pasionales que se centran en las cuestiones identitarias. Está claro que Turquía no logrará nunca ser aceptada como miembro de la Unión Europea y que el auge del discurso islamista choca con la cultura liberal del oeste europeo, y también con el renacimiento cristiano y conservador de Europa oriental. Pero volviendo a las premisas, la cuestión identitaria, aunque importante, no hace a la esencia o la finalidad de la OTAN. Por eso, para bien o para mal, en tanto Turquía siga representando un pivote estratégico, probablemente seguirá siendo miembro de la alianza.
El autor es licenciado en Relaciones Internacionales y magíster en estudios de Medio Oriente por la Universidad de Tel Aviv. También se desempeña como consultor en seguridad y analista político. Su web es FedericoGaon.com