La crisis económica que enfrenta el gobierno de Ankara con un desplome económico de efecto avasallador, sumado a la crisis política y comercial que enfrenta directamente con el gobierno de los Estados Unidos, ha permitido la aparición de un actor que quizás no se esperaba entrara en la escena, se trata de Qatar. Este emirato que desde el 2017 tiene una guerra declarada por otros Estados del Golfo ha querido hacer una interesante movida en el ajedrez de la región, saliendo al rescate de la economía turca en una depresión estrepitosa.
El resultado directo, la promesa realizada el 15 de agosto de 2018 por parte del gobierno del Sheikh Tamim Bin Hamad Bin Al Thani de aportar $15 mil millones en inversiones para Turquía, lo cual por supuesto le da una bocanada de aire fresco al gobierno del recién reelecto presidente Erdogan, lo que detendría momentáneamente la caída libre de la economía turca y vendría a fortalecer un interesante eje euroasiático, completado por los gobiernos de Rusia, Siria e Irán, en contrapeso a la alianza occidental que además respalda a los Estados árabes de la región en un intento por retomar los controles en las zonas del Creciente Fértil, el Golfo y la región mediterránea.
Se podría realizar un estudio significativo de lo que representa un golpe económico contra Turquía para los países emergentes, o para la propia Unión Europea, donde se corren riesgos de impagos por parte de los bancos turcos o el financiamiento colocado de inversionistas turcos que no puedan hacer frente a deudas. Pero, por el otro lado, también hay un factor político que, de seguirse desestabilizando la economía del país, con el desplome de la lira turca o una hiperinflación acumulada, encienda las luces de emergencia para los organismos internacionales, principalmente el Fondo Monetario Internacional, para ofrecer un salvavidas a la economía turca, algo que anticipó el gobierno de Doha haciendo esta inyección de capital y hará en un corto tiempo innecesario tocar las puertas del FMI.
Lo que no se puede dejar de ver son los elementos extra financieros del asunto. Contemplar que Turquía sigue siendo importante para los europeos en cuanto al control de las masas migratorias que intentan llegar a la Unión Europea a través del Mediterráneo; es la barrera protectora para esa puerta de acceso. Por lo que si bien directamente no quiere decir que la crisis económica cambie este panorama, una transformación significativa de las relaciones de Turquía como ya está ocurriendo, en especial con inyección de capital mucho mayor que lo ofrecido por Europa, podría generar que el gobierno turco decida ver hacia otro lado mientras el movimiento de personas sigue su ruta hacia la región europea, por lo que los principales gobiernos de la Unión deberían pensar en buscar caminos alternos para no tener que sucumbir eventualmente a chantajes que podrían generarse.
Por otro lado, este eje Rusia, Irán, Siria, Turquía y Qatar viene a modificar los centros y periferias del poder militar de la zona. No hay interés de replantear en la parte bélica un nuevo orden regional, pero todo señala que sí pretenden generar una especie de "cercos de influencia" desde distintos frentes, por lo que es obligatorio mantener a toda la maquinaria trabajando como engranajes coordinados.
Mientras los rusos, como cerebro y líder natural del bloque, adquieren un poderío y liderazgo entre propios y extraños dentro de la zona, se busca la forma para que las acciones emprendidas contra Irán y Turquía no afecten lo suficiente los planes y para ello se echa mano de un factor fundamental de la ecuación, el dinero de Qatar. Quienes además necesitan por sí mismos una salida al bloqueo que les pesa desde el 2017, y qué manera de tener una relación funcional sino a través de la inyección de capitales con los gobiernos de Ankara y Teherán con proyectos de cooperación e inversión.
Al mismo tiempo, un factor determinante de Qatar en la ecuación es que técnicamente se ha transformado en el as de diamantes de este nuevo eje euroasiático, por su poder adquisitivo. El vínculo que hay entre empresas de capital occidental con este emirato, principalmente en la exploración de gas natural, hace que se mantengan al margen de cualquier crítica profunda ante el accionar de dicho gobierno en los conflictos regionales o en las acusaciones que se ha realizado en algún momento de utilizar su dinero para patrocinar agrupaciones terroristas. Los reclamos que se verán son técnicamente con "guante blanco", para evitar un desequilibrio en materia comercial entre las partes, aunque pareciera escalar, la realidad no pasa más allá de una llamada de atención.
Por su parte, Siria dentro de la fórmula de este nuevo eje euroasiático asegura mantener un pie en el mundo árabe, aunque no se trate de un eslabón tan fuerte dentro de las circunstancias actuales de conflicto; pesa además la división interna que de facto genera un quiebre social del país. Este Estado tiene un fundamental posicionamiento estratégico que le brinda una de las salidas más importantes al mar Mediterráneo para los rusos y un puente de traslado de Irán hacia Líbano, buscando la frontera con Israel a través del grupo Hezbollah, tal y como también lo hacen en Yemen con los grupos hutíes para desestabilizar a Arabia Saudita y brindar además una salida hacia el golfo de Adén y el mar Rojo como rutas importantes para el paso de recursos estratégicos hacia el mundo, de los cuales son altamente dependientes en la economía de Riad.
Hay que hacer una aclaración importante de lo anterior y es que, al menos en el caso de las intenciones iraníes hacia la frontera libanesa-israelí, se le ha cortado el paso al gobierno de Teherán por los intereses rusos de no apuntar en esa dirección para no activar un conflicto mayor, y lo cual coordinan de manera funcional los gobiernos de Moscú y Jerusalén, para mantener lo más alejado de los asuntos rusos a los israelíes. Y, por el otro lado, como fue mencionado en un artículo de julio anterior en Infobae citando un artículo de Steven Cook en Foreign Policy, Israel con Rusia ha logrado hablar por su cuenta gracias a la orfandad política en que fue dejado por el gobierno de Barack Obama en Washington.
Regresando a Qatar, otro elemento importante de su participación en esta alianza es el uso de la cadena de televisión Al Jazeera como una herramienta de propaganda contra los países árabes que rompieron con Doha. Pero es evidente que su alcance más pronunciado tiene que ver con los países occidentales que consideran este canal una fuente confiable de información de lo que ocurre en el mundo árabe, ante lo cual está claro además que, como muchas televisoras, hay una programación y un discurso para el consumidor interno (árabes) y otros distintos para el extranjero, algunos en ocasiones con un fuerte desconocimiento del idioma árabe y su idiosincrasia, por lo que echan mano de la cadena qatarí o de alguna de sus ramificaciones, incluyendo un canal en redes sociales dirigido a hispanoparlantes donde comparten vídeos virales de contenido corto (propagandístico) con un alcance altísimo (AJ+).
Pese a todo lo mencionado previamente sobre esta entente de poder euroasiático, hay potencias occidentales que no se ajustan a la velocidad de este cambio y no ven los riesgos del fortalecimiento de este grupo. No se toma con delicadeza el cambio radical en las relaciones de Turquía con el resto de países occidentales, o su antipatía por la Organización para el Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y su acercamiento hacia una ideología más fundamentalista en sus percepciones de tipo religioso; ni tampoco se sospecha del cisma definitivo que pueda tener con la Unión Europea y Estados Unidos.
Finalmente, un aspecto adicional es que las presiones a través del uso de las sanciones económicas ha obligado a este bloque a acercarse más, lo que al mismo tiempo les ha dado una alternativa de respaldo cuyos alcances definitivos se desconocen por lo reciente del establecimiento de esta alianza, pero que, al ritmo que llevan, se transformarán sin duda en un nuevo rompecabezas complejo de descifrar. Considerando las fuertes divisiones que se dan a lo interno de las relaciones occidentales, de un gobierno estadounidense peleando contra los líderes europeos y al mismo tiempo manteniendo una extraña relación de amor y odio con Rusia y China, impide que se tomen decisiones que contrarresten el fortalecimiento de este nuevo bloque regional que no solo impacta en la economía sino que sin duda los alcances llegan al control militar y el posicionamiento estratégico de Oriente próximo, pero con metas mucho más ambiciosas que estas.
El autor es licenciado en Relaciones Internacionales de la Universidad Internacional de las Américas, especializado en la temática de Oriente Medio.