La gran cacería contra Álvaro Uribe Vélez

En la novela El hombre que amaba a los perros, del escritor cubano Leonardo Padura, y en la película El elegido, dirigida por el español Antonio Chavarrías, se cuenta la historia de uno de los crímenes más resonantes del siglo XX, el asesinato del dirigente bolchevique León Trotsky a manos de Ramón Mercader, en México. La narración permite apreciar en todos sus detalles la minuciosa y meticulosa preparación del plan ordenado por Josef Stalin, archienemigo de Trostky, llevado a cabo por la inteligencia comunista de la NKVD, antecesora de la tenebrosa KGB.

El temible y sanguinario dictador Josef Stalin persiguió a Trotsky, fundador del Ejército Rojo, lo condenó al destierro, lo borró de la historia oficial, la verdadera de los comunistas, y luego lo mandó matar. La persecución inició en 1924 y culminó con su asesinato al cabo de una incesante cacería el 21 de agosto de 1941. Sugiero a mis lectores leer la novela y ver la película que estoy seguro que los atrapará.

Traigo a cuento esa historia porque de alguna manera, guardadas las diferencias de tiempo, modo y lugar, protagonistas y desenlaces, a lo que más se me parece lo que está ocurriendo con Álvaro Uribe Vélez en Colombia es a una cacería como la que le tendieron a León Trotsky.

Entre los cazadores principales hay personas que tiene formación ideológica estalinista, dogmáticos, duros, persistentes, desalmados, acuciosos, pacientes y meticulosos, dispersos en partidos, guerrillas y ONG. Estos cazadores profesionales se han aliado con otros grupos entre los que hay cazadores furtivos y cuentan con una jauría de perros que olisquean los rastros de la presa.

Los intríngulis del affaire Corte Suprema de Justicia-Uribe, según una crónica del portal de periodismo de investigación Los Irreverentes, nos remiten hacia el palacio presidencial. ¿Complot de complots? Presidente, vicepresidente, generales, magistrados, Jurisdicción Especial de Paz, senadores mamertos y populistas de extrema-izquierda, FARC, millones de dólares, a bordo.

En la jauría hay periodistas destacados alejados de su misión profesional, jueces sin venda, maestros que en vez de educar adoctrinan, obispos que confunden cristianismo con comunismo, académicos anclados al marxismo, políticos no comunistas por ingenuidad u oportunismo.

La víctima fue señalada desde 1986, pero la campaña tomó forma en 1995, cuando al asumir la gobernación de Antioquia y basado en un decreto expedido por el presidente César Gaviria, con autorización del ministro de Gobierno, Horacio Serpa, y del presidente Ernesto Samper, todos liberales, aprobó la creación de cooperativas de seguridad conocidas como Convivir. Eran tiempos de auge de las guerrillas y de grupos paramilitares que ya operaban desde la década anterior y aquellos gobernantes habían decidido apelar a la cooperación legal de los civiles en los asuntos de seguridad.

La presa de los estalinistas colombianos encaró con firmeza la lucha contra el flagelo de la violencia política. Luego se proyectó con sus críticas al proceso de paz de Pastrana con las FARC y alcanzó la presidencia en 2002 con la promesa de restablecer la seguridad perdida sin afectar la democracia, resumida en la Seguridad Democrática, le devolvió a la Fuerza Pública el monopolio de las armas, desactivó el paramilitarismo y les propinó durísimos golpes estratégicos a las guerrillas.

Eso lo convirtió en la presa más deseada de las guerrillas, sus milicianos y sus colaboradores o paraguerrilleros en la civilidad.

La estrategia de los cazadores se adelanta en tres frentes complementarios. El político, con una campaña de denuncias, publicitada ampliamente a través de ONG humanitaristas colonizadas por sus milicianos, que lo convirtieron en el responsable de varios asesinatos y de algunas masacres para desfigurarlo ética y moralmente, y mostrarlo como promotor del paramilitarismo. La campaña se ha estado haciendo nacional e internacionalmente. Los cazadores, en este campo, en general, no se presentan ni se asumen como comunistas, sino como víctimas del Estado colombiano y defensores de derechos humanos. No portan armas de fuego, pero se adueñaron de esa bandera para usarla de careta en la cacería.

El otro frente, el militar, es en el que han fracasado todas las veces que han intentado darle el tiro de gracia. Llevan a cuestas más de diez atentados contra el ágil felino que se les escabulle.

Y el frente judicial, el del momento, en el que están cifradas sus esperanzas para coronar a su presa. Dieron el giro de las armas a negociar la paz y a predicar la reconciliación, en su estilo, dejando disidencia armada de reserva. Ya son congresistas sin pagar cárcel, y son tratados como justicieros y personajes de la vida nacional.

Reciben la generosa colaboración de la jauría leal, que olfatea el rastro de la víctima a la que creen débil, dicen tenerla cercada. En esa jauría hay perros de raza que se pasean por las cárceles buscando testigos, otros conspiran con magistrados, uno viene de un palacio, algunos se parapetan en salas de redacción y disparan teclas, y muchos más son puras urracas. Unos ladran, otros gaguean, y en la espesura del bosque una manada de loros y loras repite "A la cárcel, a la cárcel", mientras millones de espectadores que no quieren ver sucumbir a la víctima miran expectantes la película.