La izquierda populista engulle libertades y democracias en toda América Latina

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Del fin de las oscuras, represivas y militaristas dictaduras que dominaron la geografía latinoamericana durante los años duros de la Guerra Fría suponíamos que la región habría iniciado una era feliz de retorno a la democracia y al pleno ejercicio de las libertades.

En muchos países las tendencias extremistas de la derecha y la izquierda, con excepciones, parecían haberse debilitado. No había razones, a pesar del gran lunar castrista, para negarse a aplaudir los saludables vientos que se desprendían del derrumbe del mundo comunista y del auge de la política de derechos humanos impulsada por el presidente norteamericano Jimmy Carter.

Las dictaduras del Cono Sur desaparecieron por sustracción de apoyo de sus pueblos y su figura simbólica, Augusto Pinochet, fue derrotada en un plebiscito memorable.

En América Central las guerrillas castro-guevaristas de Guatemala y El Salvador negociaron luego de décadas de infructuosa rebelión armada, convirtiéndose en fuerzas legales, con programas reformistas y participando en elecciones.

En Uruguay las distintas organizaciones de izquierda civiles y armadas se agruparon en el Frente Amplio. En Brasil, el Partido de los Trabajadores seguía insistiendo en la lucha electoral hasta que en la tercera ocasión triunfaron con Lula da Silva, luego de aligerar sus radicales propuestas socialistas. Sabemos lo que ocurrió en Venezuela hacia fines del siglo, cuando el líder del fallido golpe de Estado de 1992, Hugo Chávez, luego de amnistiado, obtuvo el poder vía elecciones democráticas.

Todo apuntaba a un escenario de alguna forma similar al de las consolidadas y maduras democracias europeas, al juego de la disputa electoral por el poder, con alternancia en su ejercicio, a la cancelación de las aventuras militares de todo signo. Sin embargo, algunas sombras y nubarrones no fueron despejados. La dictadura de Fidel Castro se mantuvo invariable. En Colombia, las guerrillas, agrupaciones paramilitares, con la excepción de algunas rebeldes y pequeñas facciones armadas, insistieron en la lucha armada.

Al longevo dictador Fidel se le ocurrió que la manera de sobrevivir, en vez de reformar su gobierno, era convocando a la conformación de una agrupación de las izquierdas marxistas, progresistas, verdes, socialdemócratas y liberales, para decidir una estrategia consistente en seguir luchando por la "justicia social", "la liberación nacional" y contra "el imperialismo yanqui", en el marco de la democracia.

Esta especie de internacional comunista conocida como Foro de San Pablo en sus reuniones anuales pasa revista a la situación del continente, diseña tareas, señala objetivos, medios y consignas para hacer realidad su proyecto de "la Patria Grande" y "el socialismo del siglo XXI".

En La Habana acaba de finalizar su XXIV congreso, en que, como de costumbre y lo comenta la disidente cubana Yoani Sánchez, la palabra "comunismo" se evita en los textos y las proclamas, así como hacer referencias al marxismo leninismo y a todo aquello que pudiera espantar la curiosidad de las nuevas generaciones. Ese foro concluyó con moción de aplausos a la sangrienta represión de Maduro y Ortega contra sus pueblos.

Ese proyecto llegó a ser dominante por al menos una docena de años en nuestra región. Con la rapidez del viento, los gobiernos afectos a esta internacional mostraron sus verdaderas intenciones. Cambiaron y reformaron las Constituciones a su amaño, con fraudes. Crearon nuevos organismos de cooperación para rivalizar con la OEA como el ALBA y Unasur, acosaron la iniciativa privada, privilegiaron la economía estatal, persiguieron a la prensa libre, expropiaron empresas, los presidentes se perpetuaron en el poder convirtiéndose varios de ellos en auténticos dictadores, provocaron la ruina de sus economías y han llevado su ideal socialista al nivel de principio inalterable de Estado. Todo ello con diferencias de intensidad de uno a otro país.

Literalmente son fuerzas depredadoras de la democracia, las libertades y la legalidad. Véase el caso del expresidente Lula, quien pretende, desde la cárcel a la que fue condenado en firme por corrupción, ser de nuevo candidato presidencial; la situación de la expresidente de Argentina, Cristina Kirchner, a punto de ser enjuiciada por corrupción y sospechas del asesinato del fiscal Alberto Nisman.

Y lo más grave, arruinaron a Venezuela, uno de los países más ricos del mundo, donde pulula la más descarada corrupción oficial que hizo del petróleo una piñata. Y allá como en Nicaragua las protestas de la población están siendo ahogadas en un mar de muerte y sangre.

En Colombia, una guerrilla derrotada, las FARC, logra en la mesa de negociaciones con anuencia de un presidente vanidoso e irresponsable, las concesiones que no pudo en más de 50 años de lucha armada: nada de cárcel, curules en el Congreso, dinero, sin reparar a sus víctimas.

Y el candidato de la izquierda populista, Gustavo Petro, en vez de acatar el resultado declara una oposición total y desmadrada de movilizaciones y concentraciones callejeras, contra el presidente electo al que asocian, sin posesionarse, con el asesinato de líderes populares.

No le pide cuentas a Juan Manuel Santos, el presidente en ejercicio del que fue aliado y al que apoyó en su fracasada paz. Es tan obtusa la izquierda populista y comunista colombiana que ni siquiera firmó la carta de un grupo de intelectuales de izquierda contra la conducta represiva y sanguinaria de Daniel Ortega y desoyó la voz del expresidente uruguayo José Mujica condenando a este dictador.

Es el sino fatal de una izquierda reaccionaria, destructiva que bien podríamos asociar, por su fiereza, con el tiranosaurio rex.

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