El 18 de marzo, en su informe de gestión ante la Cámara de Diputados, Marcos Peña no contestó ninguna de mis preguntas, pero afirmó con tono triunfante: "No estamos incubando una crisis y la inflación está bajando […]. Plantearon que lo peor iba a venir, pero rubro por rubro estamos demostrando que eso era falso". Era la cantinela duranbarbista que repetían el Presidente, la gobernadora María Eugenia Vidal y todos sus funcionarios durante aquellos meses. La realidad fue muy distinta. Y, tristemente, muy dura para la gran mayoría de los argentinos.
A Mauricio Macri le queda ahora solo un tercio de su mandato y los últimos datos económicos que se dieron a conocer fueron espantosos: la inflación de junio alcanzó 3,7%, el nivel más alto en dos años; la economía se derrumbó 5,8% en mayo, la peor caída desde que asumió; y, también en mayo, se perdieron 27 mil empleos registrados. La gran mayoría de los economistas, incluso los que hasta hace poco eran decididamente oficialistas —y hasta funcionarios— coinciden en que, si bien la situación externa no ayuda, de ninguna manera explica la profundidad de la crisis. Entonces, ¿qué pasó?
Sin lugar a dudas, la causa última de la situación actual debe buscarse en el plan económico de Macri. En pocas palabras, se trata de un programa neoliberal completamente estándar, anticuado en sus fundamentos y llamativamente anacrónico en la actual coyuntura mundial. No es la primera vez que se lo aplica en Argentina, ni en la región. Siempre arrojó los mismos resultados: desindustrialización, exclusión social, concentración económica, desempleo, precarización laboral, primarización, fragilidad externa y sobre-endeudamiento. Para peor, estas experiencias neoliberales nunca terminaron bien. Y, claro está, nunca contribuyeron a solucionar ninguna de las dificultades estructurales y presuntamente "heredadas" de nuestra economía.
Es un programa neoliberal clásico, "enlatado", de manual, y cuenta con todos sus elementos: apertura importadora, desregulación financiera, tasa de interés elevada, reducción del salario, tarifas dolarizadas a precio internacional, ajuste fiscal, endeudamiento. La política económica de Macri es de la misma familia de las que se aplicaron desde 1976 y en la década de los noventa. Con este programa, la producción nacional tiende a desaparecer. Al reducir salarios e ingresos, se cae la demanda interna, que además debe competir con el aluvión de importaciones. La tasa de interés alta encarece el financiamiento del consumo, la inversión y el capital de trabajo. Los costos de energía y servicios dolarizados reducen aun más la rentabilidad. En su retórica, el Gobierno apuesta al crecimiento de las exportaciones y a las inversiones productivas extranjeras. Pero la exportación no creció, la inversión no llegó (en parte porque el mercado interno se contrajo) y, en la práctica, lo único que el Gobierno logró fue apagar el motor de la demanda interna.
¿Por qué durante el segundo semestre de 2017 la economía pareció mejorar? En el primer año de gobierno, el programa de Macri ya había causado un fuerte deterioro en la economía nacional. Pero para llegar mejor parado a las elecciones, el Gobierno decidió agregar al marketing político un poco de marketing económico. Anabólicos. Se tomaron entonces varias medidas contrarias al programa neoliberal estándar: cláusula gatillo para que los salarios no pierdan con la inflación, cerca de tres millones de créditos otorgados a jubilados y beneficiarios de AUH, suspensión momentánea de los aumentos tarifarios e inyección de recursos en obras menores y superficiales. La economía reaccionó con una modesta y transitoria reactivación. Pero ni bien terminó el conteo de votos, Macri relanzó su plan de ajuste: naftazo, tarifazos, fin de la cláusula gatillo, fin de la obra, fin de los créditos. Los frutos de estas medidas se están recogiendo en este espantoso 2018.
El plan de Macri, en su esencia, es un mal plan y, para peor, está mal aplicado. Acaso la prueba más contundente de la impericia sea la corrida cambiaria. Nuestra historia económica está plagada de corridas cambiarias, pero la que tuvo lugar entre abril y junio de 2018 fue la peor administrada de todas ellas. Cuando se presenta la presión sobre el mercado de cambios, las autoridades pueden responder de tres maneras: dejar que se produzca una devaluación, impedirlo sacrificando reservas o bien elevar la tasa de interés para hacer más apetecibles las inversiones en pesos. Son tres medidas dolorosas, entre las cuales hay que escoger. El Gobierno de Macri, negligentemente, aplicó las tres medidas a la vez: devaluó un 40%, perdió 19 mil millones de dólares de reservas y llevó la tasa a 47 por ciento. Tanta impericia, tanta torpeza solo se explican porque dentro del Gobierno pujan intereses contrapuestos, lo que se refleja en las indisimulables internas y contradicciones. Lo cierto es que la corrida sirvió de excusa para ceder el manejo de nuestra economía al FMI y endeudarnos en, por ahora, 15 mil millones de dólares adicionales, de los cuales en un mes se perdieron ya cerca de cinco mil millones de dólares.
Más allá de la incompetencia, las causas profundas de la corrida cambiaria provienen de las entrañas del modelo, que agrava la necesidad de dólares típica de nuestra economía. Al abrir la economía y destruir el tejido productivo, crece la demanda de importaciones (en dólares). Al desregular la entrada y salida de capitales especulativos con tasas altas cada vez más elevadas, los especuladores aspiran cada vez más divisas (a veces, en estampida). El Gobierno entró entonces en un ciclo de vertiginoso endeudamiento externo, batiendo todos los récords de colocación en los mercados. Así, lejos de aliviar la situación, la empeoró, porque los vencimientos no paran de elevarse. Ahora Macri, con la ayuda y supervisión del FMI, inició un brutal ajuste fiscal. El FMI propuso elevar los ingresos, pero Macri se negó, y solo admite bajar los gastos: lo único que se discute es sobre la espalda de quién caerá el sablazo. Todos los socios del Gobierno se borraron: las cerealeras no aceptan un aumento de las retenciones, las energéticas exigen las tarifas prometidas, Vidal y Larreta reclaman los recursos previstos para pelear las elecciones. Macri se dispone entonces a ajustar las jubilaciones, las asignaciones, los salarios, las "otras" provincias y proseguir con los tarifazos. Como se ve, la perspectiva es sombría para los sectores medios y bajos, porque el ajuste fiscal y la fuerte devaluación solo apuntan a "corregir" los desequilibrios con recesión, desempleo y represión salarial, que en todo caso tendrán como alivio modestos anabólicos para la próxima elección.
Nada de esto era necesario. Nada de esto fue lo que prometió el Gobierno a los sectores que en buena medida lo apoyaron: empresarios, comerciantes, sectores medios, productores de las economías regionales, jubilados, trabajadores, maestros. Defraudó y estafó a todos. Hoy, todos ellos viven peor, con miedo de no llegar a fin de mes, perder el empleo o cerrar la empresa. ¿Pierden todos? De ninguna manera. Hay unos pocos sectores que se están beneficiando y mucho: la especulación financiera, las empresas energéticas, los grandes exportadores agropecuarios. La "torta" no se achicó, sino que se está repartiendo de otra manera.
¿Es el único camino? No. Pero Macri no parece dispuesto a modificar su política económica. Un programa que beneficie a los sectores medios, al empresariado nacional, a los trabajadores, a los pequeños productores rurales, a los jubilados, a los profesionales, va a contramano de su ideología, de los intereses económicos del grupo que gobierna y de los compromisos que Macri contrajo, no con el electorado sino con los sectores más concentrados de nuestra economía.
El autor es doctor en Economía (UBA). Diputado nacional FPV-PJ. Ex ministro de Economía.