Los caranchos de nuestros muertos y heridos de Malvinas

Una excelente obra cinematográfica puso al descubierto las prácticas abominables de algunas mafias que se dedicaban a cobrar seguros por accidentes. En Carancho, de Pablo Trapero, pudimos ver cómo estas organizaciones eran capaces de fraguar todo tipo de situaciones que obligaban a las empresas o al Estado a pagar indemnizaciones por lastimaduras o muertes forzadas.

En los últimos años asistimos al decadente espectáculo de los caranchos trabajando sobre la carne de nuestros muertos y heridos de la guerra de las Malvinas.

Todo se inició con la persecución ideológica de las fuerzas armadas utilizando los derechos humanos y los delitos de lesa humanidad en forma indiscriminada. La aplicación de estos conceptos sublimes, nacidos para defender la dignidad humana por el solo hecho de nacer, se aplicó en Argentina de manera tergiversada, al punto de generar una conspiración que traicionó a los combatientes de Malvinas y puso en cuestión una gesta nacional. La traición es aviesa porque hiere profundamente el honor y el prestigio de los denunciados. Es más lacerante porque los acusados son denunciados por algunos de sus soldados, pero lo más grave es que el propio Estado que los formó para defender a la Patria integra una parte central de esta ruin acción.

El 17 de abril pasado, un fiscal de Tierra del Fuego solicitó al Juez subrogante de la causa la detención e indagatoria de veintiséis oficiales y suboficiales del Regimiento de Infantería 5 por supuestas torturas a soldados durante la guerra. Resulta llamativo que los veintiséis cuadros que el fiscal pretende imputar pertenezcan al mencionado regimiento. Esto no es casualidad. Esa unidad fue la que sufrió el mayor aislamiento logístico durante la guerra. El Regimiento se desplegó en Howard (para nosotros Puerto Yapeyú) en la Gran Malvina entre el 26 y 28 de abril de 1982, cuando el bloqueo aeronaval británico ya se había concretado. Todo intento de reabastecerlo fracasó. El buque Islas de los Estado fue hundido y tres helicópteros que intentaron cruzar el canal de San Carlos fueron derribados. Este implacable aislamiento es aprovechado en la acusación para esgrimir "hambre y desnutrición de los soldados planificados desde la conducción", argumento falaz que podría apoyar la tesis de que los británicos finalmente "liberaron" a los conscriptos de sus propios oficiales. Al conocer los detalles de lo que tuvieron que pasar aquellos valientes hombres para sobrellevar ese aislamiento afirmo que, en vez de ser juzgadas, las acciones del Regimiento 5 deberían incluirse en las páginas de mayor heroísmo de nuestra historia militar.

La guerra es la situación más espantosa, cruel y exigente que un ser humano puede atravesar. Al peligro de muerte por la acción violenta del enemigo se suman las privaciones, el frío y las inclemencias de un tiempo que en ese teatro de operaciones fueron terribles. Nos espantan las escenas narradas de la guerra del Chaco, donde miles de valientes soldados murieron de sed, simplemente porque no había modo de hacerles llegar el agua. En el sitio de Filipinas muchos soldados murieron de hambre hasta que el general Mc Arthur pudo romper el cerco y liberarlos. Estos y tantos otros ejemplos históricos ilustran la crueldad de la guerra, los terribles sufrimientos de los combatientes.

Un regimiento es una organización compuesta por hombres entrenados y con un equipamiento que les da un poder de combate y fuego importantes. De la misma manera que el regimiento 12 que combatió en Goose Green, como describe su jefe el teniente coronel Piaggi en su libro, estas unidades no recibieron el equipamiento ni la logística necesaria para sostenerse en la guerra. De regimientos solo tenían el nombre. En el caso del regimiento 5, disponía de una sola cocina de campaña que por falta de glicerina quedó inutilizada. La solución fue cocinar con tambores de 200 litros los cuales, a pesar de ser lavados reiteradamente, nunca se les pudo quitar el olor a gas oil. La única fuente de combustible existente en la zona era la turba seca que se conoce como muy pobre en energía, por lo cual la cocción era lentísima. Se podía cocinar sólo una vez al día.

Cuando los víveres se terminaron, el único alimento disponible eran las ovejas del lugar. Se llegó a un acuerdo con los kelpers para que entregaran treinta y cinco ovejas faenadas por día, las que eran distribuidas entre las compañías según sus efectivos. Allí se las fraccionaba a razón de un trozo de cordero por hombre. Se ordenó que solo esa ración se entregara como alimento a todo el regimiento y desde el jefe al último soldado comían lo mismo. Por esta razón, la caza indiscriminada de ovejas estaba prohibida terminantemente, pues comprometía la única fuente de alimentación disponible. El liderazgo de su Jefe, el Coronel Juan Mabragaña, para administrar la alimentación y mantener cohesionada y en aptitud de combate a su unidad, fue encomiable. Muchos años debió realizar tratamientos a causa de la desnutrición que sufrió durante la guerra.

El armado de la causa

Desde el año 2007, las organizaciones de derechos humanos trabajan para convertir una gesta heroica y cargada de sufrimientos para todos los protagonistas en un relato infame sobre torturas a los soldados. La Secretaría de Derechos Humanos de la provincia de Corrientes, conjuntamente con el CECIM de la Plata, una organización que gozó de privilegios y prebendas durante el kirchnerismo, reclutó a soldados veteranos para que denunciaran a los oficiales y suboficiales por provocar hambre y torturas. A cambio, les ofrecieron recompensas económicas. Está filmada la confesión de varios sobre estos ofrecimientos, develando lo que alguien llamó "el curro de los derechos humanos". Sin embargo, solo un puñado de soldados aceptó hacer las denuncias. La gran mayoría se comportó con la hidalguía que se esperaba de hombres que ganaron esa condición en combate. El CECIM de la Plata es el abanderado de la inficionada memoria y justicia, pero es el único, ya que existen más de doscientas agrupaciones de veteranos que no comparten esa posición ideologizada. Ninguno de ellos niega su condición de soldados que defendieron a su Patria con heroísmo. Ninguno de ellos acepta el transformismo moral de presentarse como pobres chicos vejados por sus oficiales.

Con respecto a la Justicia, existen dos fallos de tribunales superiores, la Cámara de Casación Penal y la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que se expidieron negativamente respecto del encuadramiento de los supuestos hechos denunciados como "delitos de lesa humanidad." Insistir en la acusación constituye un acto jurídico intolerable, una clara acción persecutoria obsesiva, incompatible con los deberes de un funcionario del sistema judicial. Los fallos de tribunales superiores son como los hechos, duros como piedra. Quienes insisten en soslayarlos seguramente desean distraer la atención lejos de sus propias falencias o lo que es peor, abren la sospecha de recompensas inconfesables.

El 14 de junio, con el cese del fuego se perdió una batalla, pero no la guerra. Mientras se mantenga viva en el pueblo argentino la gesta de Malvinas, se sostendrá la voluntad nacional de recuperarlas. En ese contexto, el coraje y el espíritu de lucha de los hombres del Regimiento 5 que combatieron en condiciones misérrimas servirá de inspiración a las futuras generaciones. Las privaciones y sufrimientos de esos combatientes en un clima riguroso, aislados ante un enemigo muy poderoso, nunca los llevó a desear que la lucha terminara a cualquier precio. Todos querían ganar y cuando llegó la derrota un sentimiento de frustración arrasó su alma. Creo que todos los veteranos nos llevaremos a la tumba esa terrible sensación.

Cuando llegaron los infantes al continente la frustración aumentó ante la indiferencia del Estado y de la sociedad civil. Seguramente todos sufrieron la misma frustración y la proyectaron sobre los que combatieron. Pero aun así nadie bajó la cabeza. A muchos sostuvo la mística de la gesta, la hermandad forjada en el combate y la adversidad. La legitimidad de la causa y el honor de haber combatido constituyeron el andamiaje moral que dio sentido a esas vidas. Hoy, ese orgullo es atacado. El buen nombre y honor es afectado en esos soldados que sienten el lacerante filo de la traición más vil: tratarlos como torturadores de sus propios hombres. ¿Dónde se fueron las horas compartidas, las charlas dándose ánimo, los tantos rosarios que rezaron juntos para que el Creador los protegiera? Aquellos que creen que es posible que en una guerra los oficiales torturen a sus soldados desconocen lo más elemental del fenómeno bélico.

Allí, la camaradería se fortalece entre los hombres ante las situaciones límites ¿Es posible enfrentar a un enemigo que quiere destruirnos torturando al hombre que combate a nuestro lado? Solo ignorantes, mal intencionados o enemigos mortales de las fuerzas armadas pueden sostenerlo. Sin embargo, los perpetradores de esta traición son sólo una minoría. Y saben que no lograrán mancillar ni quebrar el espíritu de hombres rectos. A pesar del dinero que tienen, del poder comunicacional, de los apoyos internacionales de agencias ingenuas, nunca romperán la hermandad de los veteranos.

No podemos soslayar, sin embargo, que la traición más grave proviene de agentes del propio Estado que favorecen la perversa acción de organismos que pretenden destruir a las fuerzas armadas y todo lo que ellas simbolizan. Esto debe terminar. En los Estados Unidos aquellos que atacaron a los veteranos como Jane Fonda, llamada despectivamente Hanoi Jane, debieron pedir perdón. El gobierno de Ronald Reagan desarrolló una vasta política de recuperación del respeto hacia los soldados y hace más de treinta años que las fuerzas armadas figuran en las encuestas como las instituciones más confiables. Aquí se ha dejado de medir, tal vez por temor a llevarse una sorpresa.

En esta empresa está en juego el interés nacional. Además de los beneficiarios económicos, el Reino Unido y los kelpers son los más favorecidos por estas acciones miserables. No cabe duda que estas denuncias son el producto de las políticas llevadas adelante durante doce años por funcionarios corruptos, sospechados de traición a la Patria. Afortunadamente, los argentinos ya han advertido el gran negocio de los derechos humanos. Estas mezquinas maniobras son los últimos estertores de quienes mucho han ganado con la manipulación de la sangre de los muertos, los suyos y los nuestros. Es hora de que se ponga fin a semejante agravio a los protagonistas de una guerra donde se defendió el territorio nacional.

El autor es coronel (R) del Ejército Argentino- Veterano de la Guerra de Malvinas. Oficial de Estado Mayor.