La cara más terrible de las tragedias marinas

Graciela Godoy y su hijo Nahuel Navarrete, un marinero pescador tripulante del barco pesquero “Rigel”

En el último año, aunque por circunstancias muy distintas, una palabra que quedó como emblema de los años más oscuros de la patria, cobró nuevamente vigencia. La palabra es: desaparecidos.

Mucho – tal vez demasiado- es lo que se ha dicho y escrito en los últimos 8 meses sobre la infinita tragedia que a la fecha mantiene en condición de desaparecidos a 44 marinos que tripulaban el submarino ARA "San Juan".
Con menor intensidad en cuanto a su difusión, pero con idéntica cuota de dolor para las familias de sus protagonistas, los naufragios de barcos pesqueros signaron buena parte de 2017 y todo el transcurso de este 2018.

"Repunte", "Que le Importa" y "Rigel" son solo tres de los nombres de las tantas embarcaciones que se hicieron a la mar en condiciones precarias de mantenimiento y que no regresaron.

Desde cada uno de ellos, hasta el mismísimo submarino de la Armada Argentina, sus fatídicos finales, han dejado –valga la simbología- un mar de dudas sobre las causas que determinaron la catástrofe. En una suerte de libreto plagiado, armadores privados o militares estatales, nos hablaron de "tremendas condiciones de mal tiempo", cuando la realidad indica que, en todos los casos, las desafortunadas naves estaban en zonas del océano con mar gruesa, pero no más gruesa de lo esperable climatológicamente hablando.

Veladas insinuaciones respecto al casi seguro" error humano" no pueden ser desmentidas con certeza absoluta claro está. Pero tampoco en ninguno de los casos, se puede usar la certeza ya mencionada para afirmar rotundamente la falla humana. La obsolescencia, el mal mantenimiento, la mala elección de materiales de recambio y la siempre omnipresente corrupción en cambio, es hacía donde más apuntan las miradas de distintos peritos navales que intentan echar luz a pesar de las cataratas de oscuridad que se pretenden arrojar sobre las distintas investigaciones en curso.

El desgarrador llanto de una madre

De los cientos de llamados telefónicos que en lo personal me ha tocado responder de parte de distintos medios ávidos por saber desde cómo funciona un pesquero al principio físico por el cual se sumerge un submarino, sin lugar a dudas el más difícil de responder, el más duro de contener y el que difícilmente alguna vez pueda olvidar, ocurrió precisamente minutos antes de escribir esta columna.

Graciela Guillermina Godoy, era hasta hoy, un nombre casi desconocido para mí. Ella es simplemente una madre, pero nada menos que una madre. Es la madre de Nahuel Navarrete Godoy, un marinero pescador tripulante del barco pesquero "Rigel", el que se hundió en la madrugada del pasado 9 de junio a unas 90 millas de la localidad de Rawson.

Graciela, con la voz quebrada por el llanto de quien ya nada más tiene por perder, intenta en vano que alguien le dé al menos una respuesta acerca de lo que pasó, llenaría de paz su corazón poder tener el cuerpo de su hijo, sino es el cuerpo algo que le perteneciera a quien salió a ganarse el pan de la manera en la que él sabía. No pretendamos que Graciela acepte que es difícil cumplir lo que pide, solo pongámonos un instante en su lugar.

A diferencia del San Juan, la proximidad con la costa, la emisión de una señal de auxilio y la poca profundidad en la que se hundió, permitió que en relativamente poco tiempo, la pericia de los hombres de la Prefectura Naval permitiera ubicarlo. Sin embargo 90 millas contadas desde la costa y 90 metros de profundidad, parecen ser distancias infinitas para que con los medios técnicos, humanos y sobre todo financieros del Estado Nacional o Provincial, el Rigel pueda ser reflotado.

Es totalmente cierto que la legislación vigente obliga al Estado a reflotar restos náufragos solo si estos constituyen un peligro para la navegación de otros buques. Es evidente que a 90 metros ese riesgo no existe. Pero no es menos cierto que, luego de que el mar devora a una nave y a sus tripulantes, las aguas vuelven a su aspecto original, el propietario de la embarcación cobra los seguros que cubren el bien siniestrado, eventualmente la carga transportada y la vida continua como si nada excepto claro está, para madres como Graciela quien junto a otras madres, esposas, hijos y hermanos, vivirán por el resto de sus días una angustia que excede a la pérdida de un ser querido. La desaparición sin rastros, no tiene forma de ser asimilada, consolada o contenida. La desaparición impide marcar el inicio de un duelo y por ende prolonga para siempre el final del mismo.

La causa penal por el hundimiento de los pesqueros "Rigel" y "El Repunte" la lleva adelante el Juez Federal Gustavo Lleral (el mismo que mantiene a Santiago Maldonado en condición de desaparecido forzado).

Oportunamente el magistrado informó a las familias de los marinos del "Repunte" que no había presupuesto para encarar un reflotamiento. Aunque sí lo hubo para rescatar hace un par de años atrás un cargamento de lingotes de oro valuado en USD 60.000.000 hundido en otro pesquero hace un par de años. Es evidente que el oro tiene un valor muy distinto al de que merece la condición humana, al menos eso parece.

Reflotar un pesquero hundido puede ser algo inútil para su propietario, ya que como he dicho, el seguro correspondiente, se ocupará de subsanar la pérdida patrimonial de manera adecuada. Ahora algo que la justicia parece no ver es que, tal vez con el reflotamiento de al menos una de las naves que integran una nefasta lista de muerte y desconsuelo, se podría al menos por una vez, efectuar una pericia de calidad que permita determinar las causas del siniestro.

Qué bueno sería que en al menos un caso, la eventual determinación de la zarpada de un buque sin estar en condiciones, lleve a sus propietarios no solo a resarcir adecuadamente a los familiares privados de sustento, sino además al propio Estado por los gastos incurridos para llegar a la verdad y hasta tal vez a la sociedad toda, pagando con su libertad por la imprudencia cometida. Atención, de la misma manera, no puede descartarse que del mismo estudio surja alguna responsabilidad profesional de los propios tripulantes, lo que también sería importante dilucidar.

Por ello, como reflexión y tal vez casi como súplica, la intención de esta columna es llamar la atención de nuestro sistema judicial, no apelando ni tan siquiera al sentimiento del juez que entiende en la causa para que ordene un reflotamiento humanitario. Si a su obligación como funcionario judicial para que al menos por una vez, arbitre todos los medios posibles para llegar simplemente a la Verdad.