La importancia de la denominada "guerra comercial" viene creciendo en las últimas semanas. Involucra, en especial, a los Estados Unidos, por un lado, y a China y también a la Unión Europea, por el otro. Amenaza con seguir acrecentándose en sus dimensiones (flujos de comercio involucrados) y en sus potenciales desdoblamientos (impactos en otros planos, incluso en el financiero internacional y, en última instancia, en el político, de la seguridad y, finalmente, de la paz entre las naciones).
En mundo de marcadas incertidumbres como el actual, resulta difícil hacer pronósticos sobre la posible evolución de una cuestión tan compleja como la que está afectando ahora la gobernanza del sistema comercial internacional. Toda interpretación es válida. Puede estar reflejando factores que conducen a una crisis global generalizada. O, por el contrario, reflejaría movimientos tácticos como parte de una negociación más profunda —especialmente entre los Estados Unidos y China— de un claro alcance geopolítico, a la vez que comercial, y de la cual los recientes avances hacia la desnuclearización de la Península de Corea no le sería ajena.
En todo caso, la actual "guerra comercial" es una cuestión cuyos orígenes más inmediatos —no por cierto los únicos— se remontan al cuestionamiento que el actual gobierno americano efectúa sobre el sistema comercial multilateral institucionalizado en la Organización Mundial del Comercio (OMC), originado precisamente por iniciativa de Washington cuando se negoció el GATT al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Hoy lo considera obsoleto, a menos en las reglas referidas a tres de sus principales elementos: el principio de no discriminación comercial, plasmado en la cláusula incondicional de la nación más favorecida que proviene del antiguo GATT; los compromisos en materia de defensa comercial, y el mecanismo de solución de controversias comerciales. De ahí la derivación de la actual política comercial americana hacia el plano del bilateralismo, que implica colocar por encima de las reglas multilaterales los intereses concretos de los Estados Unidos, reflejado en la idea fuerza de "America First".
Una de las consecuencias de las actuales tendencias sería la fragmentación del sistema comercial, en torno a varios clubes preferenciales limitados a grupos de países no necesariamente pertenecientes a una misma región. Uno de ellos podría ser el Transpacific Partnership (TPP). A pesar de su referencia a la región del Pacífico, está abierto al ingreso de cualquier país del mundo, por el artículo 4 de su capítulo 30, lo que explica que recientemente un ministro de Teresa May señalara que el Reino Unido podría eventualmente acceder una vez que concluya el Brexit. Nada excluye la posibilidad de que, a pesar de todos los ruidos, los Estados Unidos regresen al TPP, incluso junto con China, entre otros países. Otro "club privado" de comercio preferencial sería el Regional Comprehensive Economic Partnership (RCEP), que incluiría a 16 países del Asia-Pacífico, y además de los de la ASEAN, a China, India, Japón, Australia y Nueva Zelanda, estos es, una población de 3500 millones de personas. No sabemos aún si además también estaría abierto a países de otras regiones. Acaban de celebrar su última reunión ministerial en Tokio y aspiran a concluir la negociación a fin de este año.
Lo antes mencionado confirmaría la impresión sobre lo relevante y complejo que podría ser el escenario global en el cual se insertaría la realización de la Cumbre del G20 a fin de noviembre en Buenos Aires. Y nos estamos refiriendo solo a uno de los múltiples temas que tendrán que abordar los líderes de los veinte países, junto con sus invitados. Sobre el tema de la gobernanza comercial global, la Cumbre anterior, en Hamburgo, no pudo reflejar ningún acuerdo sustantivo. Y la reciente Cumbre del G7 no pudo siquiera concluir con un comunicado final. El mal humor reinante fue evidente.
Para nuestro país y no solo para su presidente Mauricio Macri, la Cumbre del G20 será entonces todo un desafío. En esta reunión de 20 líderes de países relevantes, la atención estará concentrada en la real capacidad que tengan de construir consensos. Precisamente en la agenda de la Presidencia argentina sobre la Cumbre del G20, se puso el acento en su función de generar diálogos orientados a construir consensos. Esto es, consensos sobre cuestiones relevantes que sean efectivos y eficaces. La capacidad para ayudar a construir consensos será entonces el verdadero desafío de la Cumbre para la Presidencia Argentina. Los efectos sobre nuestra imagen-país trascenderán esta Cumbre.
En tal perspectiva, para nuestro país y para su Presidente como dueño de casa, la relevancia y los desafíos de la Cumbre —y de todo el proceso previo a su realización— cruza por cierto por demostrar nuestra capacidad de ser un país donde el diálogo y la construcción de consensos son valorados, y donde tenemos como país, y como región latinoamericana, una capacidad de procurar condiciones que permitan la "convergencia en la diversidad" entre las naciones, tal como lo planteara en el 2014 el entonces gobierno de Chile con el apoyo de los países de la región.
La presencia de todos los líderes convocados, el ambiente en el que se desarrolle la Cumbre, la relevancia y potencial efectividad de lo que se acuerde tal como se refleje en el comunicado final, y las palabras inaugurales del presidente Macri, en las que plantee la posición argentina y, en lo posible, las de los otros países latinoamericanos que participan, serán otros tantos indicadores que permitirían evaluar, en una perspectiva nacional, los resultados concretos de la Cumbre.
El autor es especialista en relaciones económicas internacionales, derecho del comercio internacional e integración económica.