Nahir Galarza fue condenada, finalmente, a prisión perpetua. Para ello, resultó determinante constatar fundamentalmente tres cosas: primero, que Nahir y su víctima, Fernando Pastorizzo, mantenían una relación de noviazgo; segundo, que los dos disparos fueron intencionales; tercero, que Fernando no ejercía violencia de género sobre Nahir.
Las quejas del sector feminista no se hicieron esperar. Estos son los efectos, según ellas, de una “Justicia patriarcal” que estaríamos padeciendo. Y hay, al respecto, argumentos para todos los gustos: que el juicio fue demasiado rápido; que si el victimario hubiera sido hombre no le hubieran dado prisión perpetua; que la asesina dice la verdad cuando alega haber sido maltratada por su novio (a pesar de la contundencia de las pruebas que mostraron precisamente lo contrario); que Nahir “también tiene sentimientos” y merece gozar de “sororidad”. Hay desvaríos para todos los gustos.
En efecto, pocos en su sano juicio pueden a esta altura salir a defender de manera directa a una indiscutida asesina como lo es Nahir. De tal suerte que la manera indirecta de defenderla es acudir a los trillados eslóganes de siempre, que, por lo demás, cuentan con una inagotable capacidad de reinvención.
¿Pero qué hay de verdad en todo ello? Poco y nada. Es prácticamente una regla general que nuestra Justicia condene a cadena perpetua a hombres que matan a mujeres bajo la figura penal del femicidio. Los nombres de condenados a perpetua abundan: Fernando Farré, Elías Iván Lesta, Ariel Díaz, Iván Agüero, Rolando Javier Choque, Julio César Salguero, Roque Arroyo, Emiliano Cahuana, Walter Vinader, Raúl José Oviedo, Leandro Federico Ochoa, Ramón de la Cruz Ortiz, Cristian Maldonado, Lucas Di Giovanni, Emanuel Retamar, Marcelo Camarero… y la lista podría llevarnos todo el espacio de esta columna.
Sin embargo, lo primero que las subrepticias defensoras de Nahir Galarza salieron a decir es: “A los femicidas no se los condena a perpetua”. Una muestra de ignorancia o mala fe: ¿o ambas cosas? Comoquiera que sea, lo que de inmediato escuchamos es que el juicio fue “patriarcal” por su celeridad. Los derechos de autor de tan genial argumento —repetido luego hasta el cansancio— corresponden, desde luego, a la inefable Malena Pichot.
La Revista Furias por ejemplo, una publicación feminista, salió de inmediato a manifestarse por Twitter: “Rápida condena a perpetua para #NahirGalarza, sin posibilidad de apelación. Por haberse defendido de un macho hostigador, su vida a disposición del escarnio público. Un castigo ejemplificador y correctivo para todas las mujeres. Esta es la #JusticiaPatriarcal”. Así es la ideología: en un abrir y cerrar de ojos puede hacernos desconsiderar todos los hechos para terminar concluyendo que la asesina fue la víctima y el asesinado, el victimario, manteniendo como válida una versión que fue desmentida hace rato y de manera irrefutable.
Pero la cuestión de la celeridad del juicio es interesante, principalmente porque, si escarbamos entre los casos de los llamados femicidios, nos daremos con varios procesos tan veloces como el de Nahir. Para no abrumar con datos, ilustremos con dos de ellos.
Christian Muñoz Tapia asesinó a Violeta Matos el 29 de septiembre del año pasado, en Plottier (Neuquén). El 20 de abril del corriente año el jurado condenó a Christian a reclusión perpetua, cumpliéndose 7 meses entre el delito y el fallo. Por su parte, Sebastián Wagner violó y mató en Gualeguay a Micaela García el 1º de abril de 2017, hecho por el cual fue condenado el 17 de octubre del mismo año a prisión perpetua. Es decir, de nuevo, un margen de 7 meses entre el delito y el fallo. ¿Será que la Justicia es patriarcal solo cuando opera con celeridad en aquellas causas donde la acusada es la mujer? El argumento se desintegra frente a la evidencia empírica.
Pero, claro, seguidamente se dirá que el “patriarcado” habita de tal manera en nosotros que Nahir ha sufrido al ser expuesta frente a los medios de comunicación. Seamos sinceros, la estrategia de exponer a Galarza fue principalmente de la defensa, que necesitaba probar, entre otras cosas, que la joven no tenía una relación formal con su víctima y, para ello, se hacía necesario ventilar su intimidad. Pero, por otra parte, si algo ha dejado la popularización del caso, eso es una radiografía sobre los límites en los que nos movemos como sociedad frente al hecho de la muerte por asesinato.
En otras palabras, todo indica que, en una relación violenta entre una mujer y un hombre, si este último resulta ser la víctima, todos podemos tomar al caso para la risa. La infinidad de “memes” que han surgido a cuento de Galarza y Pastorizzo sería inimaginable en cualquier caso en el que la ecuación fuera la opuesta, es decir, en cualquier caso en el que la víctima fuese la mujer. ¿Por qué si el asesinado es un hombre creemos que es legítimo tomar una tragedia con humor?
Y más todavía: está socialmente aceptado elucubrar las infaltables teorías de “algo habrá hecho”, lo cual en el fondo es una manera más o menos amable de decir “sí, se lo merecía”. Si la víctima es hombre, no faltan las voces que de manera pública imponen conjeturas de este tipo; respetamos esas conjeturas y las llegamos a hacer propias. Cuando una mujer recientemente en Córdoba cortó con una tijera de podar el pene de su amante, el grueso de la opinión pública concluyó que “él la había querido violar”, aunque luego en la computadora personal de la agresora se encontraron las pistas que sirvieron para confirmar que el ataque había sido premeditado. Lizzi Tagliani, con el aplauso de los grandes medios de comunicación, se permitió incluso bromear en Twitter sobre tan delicado asunto: “Me gustaría ponerme esta bikini… pero antes si alguno tiene el contacto de la que le arranco los… con una tijera al novio, me lo pasa por privado? Jaaaaa felicidades”.
¿Se imaginan a nuestra sociedad aceptando las humoradas sobre un caso en el que un hombre mutila los genitales de una mujer? No lo creo. Vemos acá una combinación fatal que lleva a que los hombres no denuncien cuando son agredidos por mujeres: el miedo al ridículo, por un lado, y el temor a ser ellos acusados a la postre de violencia de género por quienes deberían ponerse a su disposición. La cosa no es tan simple como el feminismo plantea: “Los hombres no denuncian por mentalidad machista”, repiten. No. No denuncian, fundamentalmente, porque saben que el contraataque, en una sociedad que transpira ideología como la nuestra puede ser mortal: serán ellos mismos los que terminarán acusados de violencia de género. Como le pasó a Fernando; como le pasa a cualquier hombre que se anima a denunciar.
Hoy Nahir Galarza tiene su club de fans en Facebook. Miles de internautas han decidido darle su apoyo y “sororidad” a Galarza a través de las redes sociales. ¿Será esto también culpa del patriarcado? Honestamente, se me hace imposible, por más que busco, encontrar algún club de fans en cualquier rincón de Internet dedicado a algún hombre que haya asesinado a alguna mujer. Veo feministas en las redes vivar a Galarza de manera desembozada. Esto solo es posible en el marco de un clima social según el cual la muerte del hombre es descartable: lo justo es pensar en los “sentimientos” de Nahir, tal como reclama la organizadora del club en cuestión.
Una última curiosidad. Un grupo feminista que en Internet puede encontrarse en https://todxpresxespoliticx.wordpress.com ha llamado a movilizarse por la “absolución y libertad para Nahir Galarza”. Así, pues, el 10 del corriente convocan frente a la Casa de la Provincia de Entre Ríos para hacer “pegatinas y stencils” en favor de la asesina, además de una ronda de lectura titulada “Te creemos porque sabemos”. En el texto de la convocatoria dan sus razones: Nahir sería “un chivo expiatorio que cumple la función de ocultar el inmenso daño que genera el amor romántico y la pareja heterosexual”, “queremos estar del lado de las malas, las criminales, las sacaditas”, “porque ‘Muerte al macho’ no es solo una metáfora, porque el miedo va a cambiar de bando cuando nuestra praxis política se salga de los márgenes de la protesta ciudadana”. ¿Cabe en nuestra imaginación pensar que algún grupo pudiera organizarse con el objeto de defender públicamente a un asesino de mujeres? Afortunadamente no, pero lo contrario existe.
Finalmente, nos dirán, de nuevo, que el caso de Nahir ha sido una excepción que se sale de “la regla”. Porque la regla es, afirman todos, que el hombre sea violento con la mujer. Nos han enseñado que lo opuesto es cosa inimaginable. Curiosa afirmación que jamás se respalda con datos: nunca nadie sabe cuántos hombres mueren en Argentina por año en manos de mujeres, sencillamente porque ninguna institución produce estas cifras: a nadie la interesa. El caso de Fernando Pastorizzo tuvo la oportunidad de devenir mediático, pero en nuestro país existen cientos de Fernandos y cientos de Galarzas totalmente anónimos.
En tanto que dato mata relato, nos ocupemos de aquellos, allí donde sí existen. A nivel global, el estudio mundial sobre el homicidio de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), publicado en 2013, ha encontrado: “Dos terceras partes de las víctimas de homicidio cometido por compañeros íntimos o familiares son mujeres y un tercio son hombres”. Para quienes juegan con las muertes como si fuera un River vs. Boca, va de suyo que un 33% no es una cifra a desconsiderar, sino todo lo contrario.
En el grueso de los países, esta relación se repite con bastante fidelidad. En Estados Unidos, por ejemplo, el Center for Disease Control and Prevention encontró que una de cada cuatro mujeres ha sufrido violencia de su pareja, mientras que en los hombres esa relación es de uno cada siete. En Reino Unido la relación parece ser más elevada: el Home Office Homicide Index (2016) registró a 1,1 millones de mujeres que entre marzo de 2014 y marzo de 2015 reportaron algún abuso por parte de sus parejas, mientras el número de víctimas masculinas ascendió a 500 mil. Y en Canadá, tierra donde el feminismo es ideología oficial, la relación directamente fue invertida: conforme el Statistics Canada (2014), 342 mil mujeres reportaron violencia de sus parejas, mientras 418 mil hombres hicieron lo propio. En lo tocante a nuestro país, estadísticas oficiales, como anticipé, no tenemos. Pero la Fundación LIBRE ha encontrado 83 casos de hombres asesinados por mujeres en 2017 simplemente a partir del relevamiento de medios de comunicación.
Veo mucho feminismo indignado con el juicio a Nahir. Los argumentos que se ofrecen son cada vez más pobres: el patriarcado, como recurrente entelequia “explicalotodo”, siempre en el centro. Pocas son, empero, las que todavía se animan a defenderla de manera desembozada; las más se cuidan mucho, aunque no dejan de relativizar, tanto como pueden, el proceder de la Justicia. ¿No llena esto de tristeza?
Tristeza porque, efectivamente, cualquiera respiraría con alivio cuando la Justicia condena con rigor a una persona tan malvada como para matar a su propia pareja. Así respiramos, por lo menos, cuando la condena a cadena perpetua recae sobre hombres que matan a mujeres. Pero en la Argentina de nuestros tiempos, hay quienes no sienten lo mismo cuando la perpetua es para aquella que mató a su novio.
El autor es licenciado en Ciencia Política, presidente de la Fundación Libre.