En muy pocos años el mundo de los contenidos para televisión experimentó cambios drásticos: de las videocaseteras de los ochenta -que marcaron el primer gesto de autonomía del televidente, que pudo ver a la hora que él decidía su programa favorito una vez grabado-, hasta la situación actual en la que el streaming hace posible el sueño de toda una programación propia a la carta.
Ya el primer gustito de zapping se lo habían dado unos pocos privilegiados: los primeros usuarios de cable. Un puñado de abonados que, promediando la década del 80, habían salido de la monotonía de los cuatro canales porteños que miraba la mayoría y hasta se daban el gusto de ver por las noches el programa de David Letterman.
Por aquellos tiempos no era inusual que la salida de un sábado por la noche fuese ir a un pub a ver una peli en formato VHS. Después, los videoclubes se popularizaron y en todo caso alquilábamos un video para ver en casa con amigos.
Con la llegada de la cadena Blockbuster, el gigante se fue devorando a los pequeños videoclubes. La cadena norteamericana nos hacía creer que cuando entrábamos a sus locales nos metíamos en Hollywood. Pochoclo y golosinas importadas, un aroma muy propio de los los lobbys de los cines estadounidenses y nuestro sueño primermundista de los 90 sintetizado en pocos metros cuadrados.
Pero así como el tiburón Blockbuster devoró a sus pequeños competidores, un día también le llegó la hora del chau chau chau. Lo insólito no fue su debacle, sino la imposibilidad de aprovechar la oferta de innovar y reinventarse que le propuso una pequeña empresa llamada Netflix, que ofrecía una suscripción a sus clientes a cambio de un pago que incluía una cantidad ilimitada de películas y series, ya sea online o por correo. El pedido se podía hacer desde la casa del cliente, quien no debía pagar penalidades por devolver los videos fuera de fecha.
Reed Hastings, fundador de Netflix, buscó a John Antioco, CEO de Blockbuster, y le propuso trabajar en el año 2000 en un nuevo modelo de renta de videos no presencial basado en la marca Blockbuster. Antioco se burló de la propuesta y lo echó de la oficina. Afortunadamente, Hastings nunca fue muy dependiente de la opinión ajena. Años atrás, durante una visita a Buenos Aires, confesó que cuando le comentó a su esposa la idea que se le había ocurrido para armar Netflix, a ella le pareció tonta. No muy diferente fue la reacción de la actriz Amanda Peet cuando su marido David Benioff le mostró de qué se trataba la idea de una serie que quería escribir: Game of Thrones.
Pero así como Netflix terminó con el imperio Blockbuster, también fue un emergente de lo que Apple TV no terminó de hacer, aunque fue pionera en la materia. Su gran aporte fue el mirroring, es decir la posibilidad de reproducir en la tele lo que veíamos en celulares, notebooks y tabletas. La empresa de Cupertino introdujo a nivel popular el primer TV box. Como todos los productos de la marca, tuvo una estética y diseño encomiables. Y permitió, aunque de forma bastante limitada -ya que su catalogo no era abundante- obviar la escapada al videoclub. Pero sus precios de venta y alquiler eran altos y finalizó sumando a Netflix como uno de sus atractivos principales, con un precio mas accesible, contenidos mas baratos y diversos.
Tras el boom de Netflix, los competidores se fueron sumando a las grandes ligas. Hoy Amazon Prime Video ofrece miles de títulos sin costo adicional a la membresía mensual, al igual que HBO Now o Hulu. Lo que hoy llamamos servicio de streaming pasó por la etapa inicial que podríamos denominar tecnológica y hoy se encuentra en lo que podríamos definir más claramente como intelectual, o más rudamente "la batalla de los contenidos". En agosto de 2017, Disney anunció su propio servicio de streaming, que estará disponible desde el 2019. La noticia implicó en primera instancia que los títulos de Disney ya no formarán parte del catalogo de Netflix en Estados Unidos. A esto debemos sumar la compra por parte de la empresa del ratón Mickey de una importante porción accionaria de los estudios 21st Century Fox.
Pero la vida suele ofrecer nuevas oportunidades y tentaciones, como la manzana mordida de Apple, de quien siempre se dijo que se desarrollaría en televisión. Sin embargo, no hablamos finalmente de un aparato de alta definición, sino de la entrada en juego de la empresa que creó Steve Jobs en la guerra de los contenidos audiovisuales.
A tal efecto y a sola firma, ya contrataron a Steven Spielberg, Jennifer Aniston, Reese Witherspoon, Oprah Winfrey y J.J. Abrams, entre otros. Además, convocaron al director Damien Chazelle, de la recordada La La Land, y a M. Night Shyamalan, de la memorable película sobre fenómenos paranormales Sexto Sentido.
La programación de contenidos para TV online de Apple comenzará a mediados del año próximo con un presupuesto inicial de 1.000 millones de dólares, aún muy inferior a los 8.000 mil millones que Netflix destina a sus producciones en 2018.
En plena guerra de contenidos, resurgen las dudas operativas. ¿Eliminará Apple la plataforma de Netflix de las aplicaciones que trae de base su TV box?¿Habrá algún tipo de bonificación para los que usen sus gadgets y, a su vez, restricciones para quienes no sean usuarios?
El boom de las series que renació con el streaming tuvo solo en Estados Unidos el año pasado un número cercano al medio millar y todavía falta la llegada de dos grandes players como Apple y Disney. El tiempo dirá si la saturación es inminente o hay margen de expansión. Lo sabremos en el próximo capitulo, que no empezará precisamente en veinte segundos.