Este domingo, en Bruselas, la capital burocrática y política de la Unión Europea, se reunirán varios países para tratar el tema de la migración que por millones arroja afganos, sirios y habitantes de África a las promisorias tierras del Viejo Continente. Es definida como una "cumbre extraordinaria".
Participarán Francia, Alemania, Italia (podría boicotear todo a último momento), España (la que más recepciona extranjeros), Malta, Grecia, Bulgaria, Austria, Holanda y Bélgica. ¿Qué hacer con los que llegan por millones? Las posiciones son extremas y entre las extremas se huele a racismo, una vuelta a un pasado que concluyó a la salida de la Segunda Guerra Mundial, en 1945. Devolverlos a sus países de origen, no rescatarlos del mar, correrlos otra vez para Libia, aportarle más fondos a Turquía que abrió la frontera para que pasaran 3.800.000 sin pan y sin techo. Meterlos en guetos, descartarlos tan siquiera como ciudadanos de tercera. Es como si no existieran, como si no debieran existir, sin derecho a la vida.
De todas maneras, Europa no es la única zona adonde arriban. Las mejores estadísticas subrayan más de 68 millones de refugiados en distintos rincones del planeta, originados por hambre, persecuciones religiosas, necesidades bélicas o alimenticias.
Todo es explícito, nada oculto. La Liga del Norte en Italia y el Movimiento 5 Estrellas, ganadores de las últimas elecciones en la península, propusieron hacer un censo de gitanos, además de no aceptar más buques con cargamento humano. Los gitanos italianos son aceptados como ciudadanos locales, pero los rumanos o los yugoslavos que llegaron en oleada hace 15, 20 años deberían irse del país. Una metodología que recuerda a las décadas del treinta y del cuarenta en Europa.
Se ha perdido la memoria, pero las consecuencias de la Segunda Guerra perduraron entre 5 y 10 años más después que cesaran las hostilidades. Todos los alemanes que habitaban Checoslovaquia, Rusia y Polonia debieron irse con lo puesto y sin miramientos camino al oeste. Eran millones. Y en el camino les faltó de todo. Hubo, después de 1945, brotes antisemitas en Europa, especialmente en Polonia: los judíos sobrevivientes de los campos regresaban reclamando propiedades y maquinarias. Como respuesta se los mató, se los hizo desaparecer.
El año pasado las olas de migrantes se redujeron un 40% en el Viejo Continente. Ángela Merkel, en Alemania, enfrenta gritos de ruptura a partir de su buena voluntad de dar asilo a los necesitados de otros países. Si persiste en los mismos puntos de vista humanistas, la coalición del gobierno germano se resquebraja.
Merkel aceptó un millón de refugiados pero naciones que antes integraban el bloque soviético, como Hungría, Polonia, República Checa y Eslovaquia, no quieren saber nada con el sistema de cuotas. Ni con los migrantes. Estos países boicotearon la cumbre sobre inmigración. Impugnaron la legitimidad de ese encuentro en Bruselas. Hungría se opone al llamado de los otros europeos.
Paralelamente al rechazo al "extranjero" que trae otras costumbres y modos de vida se han extendido el fascismo, la violencia y la intolerancia máxima en Europa. Vuelven las banderas nazis en los desfiles, hay declaraciones antisemitas de algunos dirigentes en Polonia. Por su lado, el premier húngaro, Viktor Orbán, exige levantar murallas, como las que propuso Donald Trump en la frontera con México para librarse de la gente que no es blanca ni católica u ortodoxa.
En Austria, el canciller Sebastian Kurz, que guarda el fascismo en su corazón, dio respuestas que satisfacen a los de la coalición que lo llevaron al poder (ultranacionalistas). Se prepara para asumir la presidencia rotativa de la Unión Europea y busca plantear de entrada una "Europa protegida"(o no contaminada por los migrantes), defendiendo las fronteras externas.
Europa es casi un continente antiguo para volver a armar. Hay piezas sueltas y los jugadores no saben ni siguiera por dónde empezar. La suerte y la buena voluntad no los acompañan.