A esta altura parece que ya no vale la pena seguir discutiendo si en las primeras semanas del embarazo lo que está dentro del útero de la mujer se llama "embrión" o "bebito". A poco de instalarse el debate quedó claro que en esa discusión no llegaremos a acuerdos; no importa la evidencia médica, científica o jurídica que presente cada una de las partes, siempre aparece la contraria para refutarla.
No puede haber protección de dos vidas porque la mujer que decide abortar lo seguirá haciendo como lo hizo hasta ahora en la clandestinidad, a menos que le demos el derecho a hacerlo en la legalidad y amparada por la salud pública. ¿Asistiremos como sociedad a esas mujeres o seguiremos dejándolas libradas a su suerte? Eso deben responder nuestros diputados, es lo que se vota. Y el legislador que dice "no puedo votar esta ley porque es como votar la pena de muerte", sería mejor que se abstenga porque está confundiendo las circunstancias: la interrupción del embarazo es un hecho, que ocurrió, ocurre y ocurrirá, independientemente de la ley. Quien no la vote no podrá impedirlo, pero de él será la responsabilidad de lo que le pase de aquí en más a la mujer que se someta a un aborto clandestino sin la adecuada asistencia.
Una falacia es una afirmación engañosa que pretende ser convincente o persuasiva utilizando la apariencia de un razonamiento correcto. Según el filósofo Irving Copi hay falacias de distinto tipo. Una de ellas es la ad misericordiam: cuando se apela a sentimientos de misericordia o piedad para demostrar la veracidad o falsedad de la afirmación. Quienes no quieren que se apruebe la ley de interrupción voluntaria del embarazo han apostado en las últimas semanas a la frase: "Salvemos las dos vidas".
"Salvemos las dos vidas" es una falacia ad misericordiam. Hay quienes de buena fe y desde sus convicciones personales la usan como una muletilla sin plantearse su consistencia; representa para ellos el lema de su valorable defensa por aquello en lo que creen. Pero también hay muchos que la usan a sabiendas de que son palabras huecas para lograr un efecto de marketing publicitario.
¿Cómo se supone que los que no quieren la ley de legalización del aborto salvarán esa segunda vida que mencionan? No nos lo dijeron. Alguno de los diputados expresó que a su tiempo presentarán los proyectos que cumplan con esa declamación. No se me ocurre qué. Hagamos ficción. ¿Van a poner personal de seguridad para seguir durante nueve meses a cada mujer que salga con un test de HCG positivo de un laboratorio? ¿Instalarán cámaras en los baños de todas las casas para que cuando nos hagamos un test de embarazo y aparezcan las dos rayitas se estacione un patrullero en la puerta dispuesto a seguirnos los pasos? ¿Prohibirán la venta de misoprostol pero también de agujas de tejer y ramas de perejil? Nadie sabe cómo piensan lograr que no se interrumpa un embarazo porque no lo dicen.
Muchos se acuerdan recién ahora de que es importante la educación sexual y los métodos anticonceptivos –algo por lo que lucharon siempre la Campaña Nacional por el aborto, la Fundación Huésped, y tantos otros-. Hasta algunos con absoluta ignorancia, machismo y desprecio por la vida sexual de los demás, nos critican por no "cuidarnos", por no "cerrar las piernitas", o sentencian "si te divertiste ahora no te quejes" . Evidentemente los que hablan de las dos vidas son gente de suerte a la que nunca se les ha pinchado un preservativo, se les ha corrido un diafragma o han tenido un embarazo a pesar de haberse colocado un DIU.
Descartadas todas las opciones ficcionales anteriores, que a lo mejor algún día veremos reflejada en una distopía como El Cuento de la Criada de Margaret Atwood , la única forma de que logren que haya dos vidas es que convenzan a las gestantes de que sean heroínas de su propia película -la de los que están en contra de la ley, no de la de ellas- pretensión absurda como ya explicó con sumo detalle y creatividad la filósofa norteamericana Judith Thompson en 1971 en "El dilema del violinista".
Actos heroicos hay muchos, por ejemplo, regalar el dinero que está por encima de nuestra necesidad de subsistencia a los que tienen menos, enrolarse en una guerra voluntariamente, tirarse a un río revuelto a salvar a una persona que se ahoga, cada uno elige qué acto heroico está dispuesto a realizar. Tal vez ninguno. Las mujeres gestantes que abortan no están dispuestas al acto heroico de ofrendar su cuerpo nueve meses para que un embrión crezca dentro de ellas. La maternidad se elige, no hay un deber moral que nos obligue a ser madres. El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.
El 13 de junio nuestros diputados votarán aborto legal o clandestino. Porque el aborto seguirá existiendo. Seguramente mientras escribo estas líneas varias mujeres están abortando en la Argentina en condiciones que no se merecen en ningún caso y que variarán de acuerdo con su poder adquisitivo. No sabemos si la ley las acompañará a partir de ahora o no. Pero lo que sí sabemos es que gracias a este debate muchas personas sí estarán con ellas, que ya no necesitarán pasarse los datos en voz baja y con vergüenza, que no se impondrá el silencio sobre su experiencia, que las nuevas generaciones -según las últimas encuestas en un 80%- no entienden cómo podemos estar discutiendo esto y están completamente a favor de la ley de aborto legal.
Más tarde o más temprano tendremos ley. Mientras tanto quienes aborten cuentan al menos con el abrazo y la comprensión de muchísimos argentinos que ya no nos callamos y decimos que queremos aborto legal ya.