Hagamos memoria.
Dijeron que íbamos a salir del "cepo cambiario" sin riesgo para la economía, pero se equivocaron y desataron una inflación que hasta hoy no han detenido.
Dijeron que iban a contener la inflación "secando la plaza de dinero" y emitiendo Lebacs, pero con ello solo lograron construir una monstruosa deuda en el Banco Central.
Dijeron que iba a haber un "segundo semestre" en el que las inversiones externas iban a llover, pero esas inversiones nunca llegaron aunque los "semestres" se sucedieron.
Dijeron que quitando retenciones y liberando la liquidación de exportaciones todo mejoraría, pero eso no se verificó en una clara suba de la producción y solo le restó dólares a nuestra economía.
Dijeron también que no había peligro de corridas cambiarias y que los dólares podrían ser comprados en kioscos y supermercados, pero la desconfianza desató una demanda de divisas que generó en seis meses una devaluación del peso del 60% y el sacrificio inútil de 10 mil millones de dólares de reserva.
Dijeron que habían logrado financiamiento para que Mauricio Macri pudiera culminar tranquilo el mandato, pero corrieron desesperados y sin planes a pedir dinero al FMI.
Hagamos memoria porque así ocurrieron los hechos. Un fracaso tras otro. Recibieron dos problemas instalados en la economía: la inflación y el déficit fiscal. A los dos los profundizaron. No les bastó con ello y acabaron inoculando en nuestra economía el perverso virus del endeudamiento.
Dijeron que la crisis se desató porque no quisieron llevar adelante políticas de shock.
Mintieron. Nunca fueron gradualistas. Atacaron subsidios, dolarizaron el precio de los combustibles y subieron las tarifas en porcentuales astronómicos. Como si ello no les hubiera bastado, atacaron el consumo, acotaron los aumentos salariales y hasta restringieron las actualizaciones previstas para las jubilaciones.
Macri y sus funcionarios piensan que el recurso dialéctico y la operación mediática tornan valiosa la peor decisión política. Es cuando mienten sin vergüenza alguna. Creen que las cosas no son como son sino como se ven. Por eso montan falsos escenarios que se desmoronan ante la verdad del mismo modo que el castillo de naipes se derrumba ante la mínima brisa.
Ya todos han detectado el recurso y entonces la credibilidad gubernamental cruje.
Definitivamente nadie tiene en claro cuál es el plan del Gobierno. Y eso no es consecuencia de la prédica opositora. Solo es el producto de que todos ya han observado el nivel de improvisación que rige la conducta del Gobierno.
Tal vez el modo como recurrieron al FMI sea la muestra más cabal de esa improvisación.
El Gobierno anunció unilateralmente su propósito de iniciar conversaciones con el organismo para pedirle un crédito de 30 mil millones de dólares. No había habido hasta ahí ninguna consulta previa al FMI.
Durante dos semanas negociaron y los créditos finalmente tomados por Argentina (del FMI, del Banco Mundial y de la Corporación Andina de Fomento) oscilan en los 55 mil millones de dólares. Casi el doble de lo inicialmente previsto. ¿Por qué? ¿Cuál fue el motivo que llevó al Gobierno a multiplicar por dos la demanda crediticia cuando decía que el financiamiento estaba cubierto y que no eran necesarios más que 30 mil millones de dólares para sobrellevar la crisis?
Reparemos en algunos datos para advertir la dimensión de la decisión tomada. El crédito otorgado por el FMI a Argentina representa casi cinco veces más que el otorgado a Grecia cuando su economía se hizo trizas. También representa cinco veces la deuda que Argentina pagó al FMI en 2005 y que acumuló durante la dictadura y los albores de la democracia a lo largo de más de tres décadas.
Tengo la percepción (casi la certeza) de que el Gobierno no tiene en claro lo que quiere. Corre hacia delante tratando de escaparse del presente. Simplemente improvisa. Recurre al crédito internacional casi irresponsablemente, sin medir adecuadamente los condicionamientos que ello impone al futuro argentino.
Me pregunto a esta altura hasta dónde va a persistir el Gobierno con esa "lógica". Ya debería admitir que la crisis en la que ha sumido a toda la Argentina tuvo como única causa su magistral impericia. Los mismos personajes que tomaron las decisiones equivocadas ahora quieren persistir en su rumbo buscando la solución. Una vez más, pretenden moderar el alicaído consumo y seguir restringiendo el crédito en un marco de inflación inmanejable. Esa es la antesala de una recesión profunda.
Ahora, agregan que bajarán drásticamente el gasto público. Deberán hacerlo porque el FMI así lo exige. Cobra bajos intereses pero impone severas condiciones que le garantice los dólares con los cuales recobrar el crédito que otorga.
Pero la baja del gasto público (específicamente del déficit primario) no determinará el fin del déficit fiscal, porque el peso de los intereses de la deuda hará imposible alcanzar el anhelado superávit.
El Gobierno no da cuenta del costo social que supondrá llevar adelante la restricción del gasto. Solo a las provincias ha calculado restringirles las transferencias en un 74 por ciento. ¿Seguirán los gobernadores acompañando esta lógica que arrastra a sus pueblos a situaciones muy críticas?
Los argentinos deberían advertir que este acuerdo que el Gobierno está firmando con el FMI condicionará en mucho el futuro de sus vidas. El Gobierno no lo va a sentir así porque ha logrado que las obligaciones impuestas al país comiencen a cumplirse cuando su mandato haya fenecido. Será el gobierno que se instale a partir de 2019 y las generaciones futuras los que sientan el mayor peso de la deuda que se está contrayendo.
Siendo así, sería razonable pedir que este acuerdo sea sometido al debate y a la aprobación parlamentaria. Al fin de cuentas, con su firma el futuro de los argentinos queda hipotecado y quien está tomando semejante decisión es solo un gobierno legítimo pero de minorías, que no cuenta con mayorías en el Congreso y que (por lo menos hasta aquí) ha demostrado que el arte de administrar la cosa pública no es lo suyo.
La economía argentina está en terapia intensiva. El diagnóstico todos los conocemos, pero tenemos muchas dudas de que la terapia que propone el Gobierno sea la correcta.
Por eso el riesgo es muy grande. Se trata de un gobierno que acumula fracasos, mentiras e improvisaciones. Y el precio de todo eso lo pagan los argentinos.