Como peronista, digo sí a la vida

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La vida humana es el bien más preciado a defender, el mayor don que recibimos. Somos creados y debemos honrar el misterio y el milagro de la vida, seamos o no creyentes, y no pretendernos jueces del derecho a la vida de otros seres humanos.

No sólo nos corresponde cuidar ese bien superior porque de él depende nuestro futuro, sino que debemos enaltecer a las generaciones de argentinos que nos precedieron y a quienes debemos nuestra existencia individual y colectiva.

Por eso quiero recordar el legado de mi padre, Benito Llambí, quien, como último Ministro del Interior del presidente Juan Perón, tuvo el honor de exponer ante el mundo la política de poblamiento que fue uno de los ejes del programa de gobierno presentado por el General al asumir su tercer mandato en diciembre de 1973.

Con mi padre, en 1997,
Con mi padre, en 1997, el día que cumplía 90 años

En las charlas familiares, mi padre siempre hablaba de la preocupación que compartían con el General Perón, por su común pertenencia al Ejército, una institución sobre la cual descansa la responsabilidad de la integridad física del país, ante el desafío que representa esa tarea en una nación escasamente poblada con un territorio de 2,780 millones de kilómetros cuadrados.

En sus memorias ("Medio siglo de política y diplomacia") así lo recuerda mi padre: "En Costa Rica [se refiere a la reunión preparatoria de la Conferencia Mundial de Población que tuvo lugar en 1974 en Bucarest] defendí la posición de que la política poblacional era resorte de los estados soberanos nacionales… (…) Expliqué en ese foro las características de nuestra política poblacional, basada en obtener un crecimiento importante del índice de natalidad, promoviendo las familias numerosas y acogiendo liberalmente a los inmigrantes …(…) La Argentina había carecido por muchos años de una política poblacional. Procurábamos subsanar esa falencia lo más rápidamente que pudiéramos. Esa política se había trazado una meta: llegar al año 2000 con 50 millones de habitantes".

Eran tiempos en que la Argentina ejercía un liderazgo de concepto en el mundo y de ahí el entusiasmo de mi padre por poder colaborar con un estadista de la talla de Perón

Eran tiempos en que la Argentina ejercía un liderazgo de concepto en el mundo, ya que el grueso de las posiciones del gobierno de Perón fueron aceptadas en Bucarest al año siguiente, frenando las políticas de cuño malthusiano que siempre vuelven; de ahí el entusiasmo de mi padre por estar al servicio de un estadista de la talla de Perón que pensaba en una Argentina más allá de su contemporaneidad.

En estos días, leyendo los sólidos fundamentos del diputado santafesino Luis Contigiani quien, diferenciándose de su partido (socialista) votará en contra de la legalización del aborto, recordé también al presidente Tabaré Vázquez que fue el médico personal de mi padre durante su gestión como embajador de la Argentina en el Uruguay (1989-1992).

Por eso, me acuerdo del inmenso orgullo que sentimos cuando, en su anterior presidencia, Tabaré Vázquez, negándose a reconocer el aborto como "acto médico", vetó la ley que lo legalizaba en su país, a pesar de que se trataba de un proyecto impulsado por su propio partido, y propuso "buscar una solución basada en la solidaridad que permita promocionar a la mujer y a su criatura, otorgándole la libertad de poder optar por otras vías y, de esta forma, salvar a los dos".

Por este gesto, fue distinguido por la Academia Nacional de Medicina de la Argentina. En los fundamentos de su veto, que espero sirvan de inspiración para el presidente Mauricio Macri, el doctor Vázquez decía también: "La legislación no puede desconocer la realidad de la existencia de vida humana en su etapa de gestación, tal como de manera evidente lo revela la ciencia". Y seguía: "El verdadero grado de civilización de una nación se mide por cómo se protege a los más necesitados".

Tabaré Vazquez se negaba a
Tabaré Vazquez se negaba a calificar el aborto como “práctica médica” y proponía “salvar las dos vidas”, mediante soluciones basadas en la “solidaridad”

En palabras de Juan Pablo II, que mi padre recordaba siempre como católico, "una Nación que mata a sus propios hijos es una Nación sin futuro". No faltaba, en los encuentros familiares, quien le recordara la frase de Ronald Reagan: "Todos los que piden el aborto son los que ya nacieron".

Nuestros dirigentes deberían trabajar para volver a hacer de la Argentina un país pionero en la valoración de la vida humana, de su fuerza, su potencial, su dignidad.

Cito al diputado Luis Contigiani: "Hace tiempo que en Occidente el único ordenador de los vínculos sociales, culturales, económicos y políticos es el neoliberalismo, el modelo tecnocrático y la razón instrumental. Es un proyecto de aniquilación de la vida y del planeta. Genera una sociedad abortiva de la dignidad del hombre, a través de la cosificación de la vida".

Mi padre, visitando a Perón
Mi padre, visitando a Perón en Puerta de Hierro, en 1965

Nada más contrario al espíritu del justicialismo que siempre colocó a la persona humana en el centro de todas sus políticas. Por ello resulta casi obsceno el espíritu festivo de estos reclamos de legalización, como si no se tratara de seres humanos en gestación; ni hablar de escuchar de boca de algunos profesionales médicos, que se dicen justicialistas, que esta ley "cambiará la historia".

Resistamos al lobby de la supuesta “modernidad” pregonada por minorías ruidosas desde un espíritu materialista y “práctico”, para el cual la solución a nuestros problemas consiste en matar a los argentinos antes de nacer

Como el diputado Contigiani, resistamos al lobby de la supuesta "modernidad" pregonada por minorías ruidosas desde un espíritu materialista y "práctico", para el cual la solución a nuestros problemas consiste en matar a los argentinos antes de nacer.

Nuestro deber es, por el contrario, trabajar por generar condiciones para que las familias argentinas tengan más hijos y puedan criarlos en las mejores condiciones. Así honraremos nuestro pasado, dignificaremos el presente y tendremos un porvenir.

La autora es licenciada en Ciencias Políticas (Universidad de El Salvador) y empresaria

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