El ingreso a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), abriría una gran puerta para pujar por la mayor libertad de comercio, en abierta contradicción con la aplicación de derechos de exportación.
Pese a la florida y persistente dialéctica en favor del comercio internacional, el proteccionismo agrícola en el mundo sigue vivito y coleando.
Aún con las reducciones registradas en la década del noventa, con las medidas tomadas en la ronda Uruguay del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) y de las resoluciones de la Organización Mundial del Comercio (OMC), la realidad es que las medidas proteccionistas continúan afectando el desenvolvimiento del mercado global.
Los subsidios a la producción han reemprendido, a partir de 2004, un camino de crecimiento, luego de varios años de baja. La nueva forma de la política proteccionista resulta tan perversa como hipócrita, pues los subsidios son aplicados bajo la forma de seguros agrícolas, obviamente, cubiertos por el Estado. Así, los productores logran reducir los costos y quedan como destinatarios de estímulos. Consecuentemente, pueden incrementar su producción.
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El "mal ejemplo" lo dan, justamente, los países desarrollados, pues en ellos se verifica esta política muy visiblemente. Se puede decir que con desfachatez. Este es el caso de EEUU, donde el Estado cubre más de 60% del costo de los seguros agrícolas.
De acuerdo a la OCDE, entre este país y la Unión Europea, los subsidios en 2017 llegaron a la suma de aproximadamente 230 mil millones de dólares; y cerca de la mitad fue a dar a la producción.
El presidente Donald Trump tiene una visión proteccionista y así se muestra con un sesgo mercantilista que parece remontarse al siglo XVII para hallar las influencias originales de su política económica.
Un ejemplo especial lo constituye China que subsidia un volumen todavía superior al del país del norte.
La nueva forma de la política proteccionista resulta tan perversa como hipócrita
Un caso más que remarcable es el de nuestro país: no sólo no subsidia, sino que castiga la producción bajo la apariencia de un impuesto que hace creer que grava a los grandes exportadores. Este impuesto pega duramente sobre todo el complejo sojero. Nuestro país sigue con su historia de "mercantilismo inverso".
Si despareciera el proteccionismo agrícola, habría un incremento en los términos de intercambio de los países en desarrollo y de los más pobres, pues al poco tiempo se observaría un considerable aumento en la producción de estos.
¿Por qué? Porque la producción agrícola de los países desarrollados disminuiría por falta de estímulos artificiales. Consecuentemente, crecería la producción en los menos avanzados para reemplazar la falta de oferta de los desarrollados.
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A su vez, habría un incremento en la demanda de productos del campo proveniente de los desarrollados, a resultas de la baja en los precio domésticos por la liberalización comercial consecuente.
En suma: pocas dudas deben caber sobre el hecho de que el proteccionismo castiga a los países pobres y en desarrollo. Mirar con rigor científico lo que sucede en el mundo es desagradable. Al hacerlo se aprecia cómo los más fuertes se benefician a costa de los débiles, en una suerte de juego de suma cero.
En caso de que nuestro país ingrese a la Organización Mundial del Comercio (OCDE), se abriría una gran puerta para pujar por la mayor libertad de comercio, en abierta contradicción con la aplicación de derechos de exportación. No es razonable, señalar con una mano y con la otra hacer lo contrario.
Para finalizar, permítanme recordar las palabras de Muhamad Yunus: "El proteccionismo, que supuestamente defiende a los pobres, en definitiva sólo beneficia a los ricos y a los que dominan los mecanismos del sistema. A los pobres les conviene absolutamente que se abran mercados importantes y no el verse reducidos a mercados estrechos".
(*) Manuel Alvarado Ledesma es Economista y Profesor de Agronegocios de la UCEMA