De acuerdo con el famoso concepto acuñado en 1951 por el alemán John Herz, puede decirse que en la actualidad Colombia y Venezuela están frente a un complejo dilema de seguridad, nítidamente cristalizado. La tesis de Hertz podría resumirse en los siguientes términos: las acciones de un Estado destinadas a aumentar su seguridad y fuerza militar pueden llevar a otros Estados a responder con medidas similares. Esa actitud tiende a generar mayores tensiones que pueden desencadenar en un conflicto directo, en el marco de una espiral de mutua desconfianza.
Históricamente, Colombia y Venezuela tuvieron relaciones por lo general buenas, con gran densidad de intercambios comerciales y de personas. Ambas naciones comparten una rica historia en común, teniendo en cuenta que, junto con Panamá, originariamente fueron una sola nación (Gran Colombia). Tras el proceso independentista, la relación bilateral entre Colombia y Venezuela osciló, en líneas generales, entre la cooperación y una suerte de rivalidad competitiva. Las disputas primitivas entre ambos países fueron en su gran mayoría fronterizas y se resolvieron de manera pacífica.
Recién en la década de 1980 se produjeron algunos eventos que implicaron choques o incursiones militares. En agosto de 1987 se dio la crisis de la corbeta Caldas. Dicha embarcación colombiana se negó a salir de aguas en disputa con Venezuela, alegando que pertenecían a Colombia. El Gobierno venezolano envió una flota de aviones y se estuvo al borde del combate. En la década de 1990, el grupo guerrillero colombiano Ejército de Liberación Nacional (ELN) realizó varias incursiones en territorio colombiano, las más relevantes, en 1995 y 1998. En esta última oportunidad, el Gobierno colombiano autorizó al ejército a ingresar a territorio venezolano para combatir al ELN. En el año 2000, helicópteros y aviones venezolanos se adentraron en el espacio aéreo colombiano y bombardearon un área selvática en Santander.
Durante los años siguientes, hubo nuevos incidentes vinculados con el accionar de grupos guerrilleros y paramilitares. A ello se sumó el incidente con Pedro Carmona, empresario venezolano al que Colombia dio asilo en 2002, luego del frustrado golpe contra Hugo Chávez. En 2007, hubo un importante acercamiento entre ambos países, debido al gran protagonismo que tuvo Chávez en las históricas negociaciones de paz iniciadas con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). La intervención de Chávez habría sido por pedido directo del presidente Álvaro Uribe. Por cierto, las negociaciones dieron buenos resultados y contaron con amplio apoyo de los mandatarios de la región.
Tras la muerte de Chávez y la asunción al poder de Nicolás Maduro en Venezuela, las relaciones con Colombia comenzaron a deteriorarse progresivamente. Venezuela entró desde entonces en una espiral de autoritarismo, decadencia económica, violencia desenfrenada y crisis social. Este ciclo, por ahora, pareciera no tener fin. Hoy estamos frente a una abierta dictadura, que acaba de ser revalidada en elecciones ficticias. Todo ello en el contexto de verdadera catástrofe humanitaria y aislamiento internacional creciente por parte del régimen de Maduro. Menos de 15 países han reconocido las últimas elecciones.
La situación de Venezuela ha provocado un éxodo masivo de venezolanos, lo cual ha impactado mayormente en Colombia. En paralelo, la mutua desconfianza entre Maduro y el actual mandatario colombiano, Juan Manuel Santos, ha ido escalando vertiginosamente. No solo por la crisis de refugiados, sino por cuestiones ideológicas. La creciente inestabilidad en Venezuela y la ola de emigrados ha llevado a Colombia a militarizar sus fronteras, principalmente en zonas especialmente críticas, como el paso vía Cúcuta. Cabe agregar que, en menor escala, Brasil ha tenido que hacer lo mismo en algunos puntos fronterizos calientes, como Boa Vista (Roraima).
Venezuela no se ha quedado atrás y también ha elevado la militarización de su extensa frontera con Colombia, en el marco de la escalada de desconfianza y victimización de Maduro. A esto hay que sumar el condimento, no menor, del endurecimiento de la posición de los Estados Unidos contra el régimen de Maduro desde que Donald Trump llegó al poder. El magnate y algunos de sus funcionarios han dejado entrever que no se descarta la intervención militar en Venezuela. Además, Trump ha expresado total apoyo a Colombia, su histórico aliado estratégico en la región. El triángulo con Colombia y Venezuela, en el cual Estados Unidos siempre tendió a una posición equilibrada, definitivamente se ha desbalanceado.
Esa hipotética intervención norteamericana hoy parece inviable. Además de que sus consecuencias seguramente serían desastrosas, no contaría con el apoyo de ningún país de la región. Por otra parte, en agosto del año pasado se conformó el Grupo de Lima, liderado por Argentina y Brasil. Esta mesa multilateral está compuesta por 17 países y se planteó como objetivo dar seguimiento y buscar una salida pacífica a la crisis en Venezuela. Hasta ahora, solo declaraciones. Lo natural hubiese sido que este debate se diera en el marco de la Unasur, pero la entidad está paralizada y en vías de disolución. Varios de sus miembros, incluida la Argentina, han suspendido su participación. La Organización de los Estados Americanos (OEA), en tanto, también ha tenido un pobre papel en esta crisis.
Así las cosas, la tensión fronteriza entre Colombia y Venezuela tendería a aumentar. Maduro acaba de ser revalidado en el poder hasta 2025 y no hay visos de la que la situación económica y social tienda a mejorar. Así las cosas, el flujo de emigrantes venezolanos hacia Colombia y otros países de la región seguirá en aumento.
Para colmo, en las venideras elecciones presidenciales colombianas podría ganar el candidato derechista Iván Duque, ferviente crítico del régimen de Maduro y bien visto por la administración Trump. En definitiva, hay un claro dilema de seguridad entre Colombia y Venezuela, como nunca antes se había planteado en la historia de ambos países. Y lo que es más grave: con una región dividida en sus posturas frente a esta crisis y que, además, luce incapaz de accionar efectivamente para contribuir a contener la situación y contribuir a hallar una salida pacífica.
El autor es doctorando en Estudios Internacionales (UTDT). Master of China Studies (Zhejiang University) y magíster en Políticas Públicas (Flacso). Politólogo y docente universitario (UCA). Director de Diagnóstico Político.