En una inverosímil conferencia de prensa, un sobreactuado Mauricio Macri hizo todo por evitar las palabras que están en boca de todos. No pronunció "crisis" ni "corrida", sino que habló de una simple "turbulencia". La metáfora es muy desafortunada, no solo porque recuerda a la paródica ¿Dónde está el piloto?, sino también porque la palabra "turbulencia" refiere a un episodio leve, sin consecuencias, y nunca a un grave accidente en el cual, por culpa de la tripulación, el avión termina con un motor de menos y en un aterrizaje de emergencia (en las oficinas del FMI).
Me guardé mis opiniones durante la corrida. Escribo sobre sus causas y sus consecuencias ahora que, según el Gobierno, ya ha terminado. Durante el episodio, se produjo un infrecuente consenso entre periodistas y analistas, tanto opositores como oficialistas: fue la corrida cambiaria peor administrada de la historia. Y eso que contamos con un sinnúmero de casos para la comparación.
El Banco Central entró a la corrida con una tasa de interés ya elevada, de 26%, un dólar de $20,5 y nada más ni nada menos que 62 mil millones de dólares de reservas. Producto del desenfrenado endeudamiento de los últimos años, había suficientes reservas como para que el Gobierno fijara el valor del dólar. Sin embargo, cuando terminó la corrida, la tasa había crecido hasta el 40%, la devaluación rondaba el 40% desde principio de año y el Banco Central terminó sacrificando más de diez mil millones de dólares por su intervención del mercado. Esta última cifra es el doble de lo que costó la recuperación de YPF y más que el arreglo con el Club de París. Y fue desembolsada en un solo pago, como el pago a los fondos buitres.
En su amañada conferencia de prensa, Macri reconoció dos sutiles errores. Primero, que tendría que haber responsabilizado aún más al Gobierno anterior. No se me ocurre cómo podría haberlo hecho: desde hace dos años y medio, el Gobierno no se hace cargo de sus propias políticas con la fatigada cantinela de la pesada herencia. Segundo, que había sido demasiado optimista. Es decir, que se le fue un poco la mano con las mentiras cuando habló periódicamente del segundo semestre, de la lluvia de inversiones, del "podemos vivir mejor", de "lo peor ya pasó", de los brotes verdes, de la luz al final del túnel. Solo errores de comunicación. Dicho esto, prometió dejar todo como está, pero con más ajuste todavía, es decir, profundizar las mismas políticas que nos llevaron a esta corrida. Ni siquiera, a pesar de reconocer los problemas de coordinación, se dignó a realizar algún cambio en el cambalache del "gabinete económico".
A esta altura, queda claro que tanto la descomunal pérdida de reservas como el pánico que duró más de una semana podían haberse evitado. Pero el Gobierno se enredó en sus propias mentiras, en su dogmatismo y en sus internas. Como habían anunciado una política de tipo de cambio flotante, tardaron en intervenir en la cotización. Como habían denunciado como un delito a las operaciones de dólar futuro, por varios días se demoraron para intervenir en el mercado a término. Como Marcos Peña había obligado a Federico Sturzenegger a bajar la tasa, no se decidieron por un tiempo a elevar el rendimiento de las Lebac. Lo cierto es que solo lograron parar la corrida cuando, como indica hasta un manual para principiantes, eligieron un tipo de cambio de $25, lo anunciaron y lo defendieron utilizando todos los instrumentos. Hicieron todo mal y ya era tarde, porque la torpeza costó 11 mil millones de dólares, una tasa inmensa y, probablemente, un peso más devaluado.
Ahora empiezan a correr los precios. La devaluación se va a trasladar a los bienes y los servicios. Cuando, en 2016, devaluaron un 60%, sostuvieron que no iba a afectar los precios, pero la inflación fue del 41%, la más alta desde 2002. Ahora el traslado pareciera ser peor, porque Macri dolarizó varios precios y, además, retiró al Estado de cualquier administración del comercio que podría moderar el efecto. Al mismo tiempo, la tasa de interés estratosférica encareció el financiamiento, lo que también va a reflejarse en más inflación y, seguramente, en menor actividad. Por último, la sangría de reservas llevó al Gobierno a conseguir un sospechoso "refuerzo" de parte de fondos especulativos. Y quieren utilizar sus dificultades para endeudarse como pretexto para llevar al país a un nuevo y, como siempre, ruinoso programa del FMI.
Lo más desgraciado del caso es que todo fue la consecuencia directa de la política económica de Macri. La reducción del salario, de las jubilaciones, el ajuste y la apertura importadora matan a la producción nacional y el mercado interno. Mientras que, por su parte, la libre entrada y salida de capitales con altas tasas multiplica la especulación. Se agudiza así la falta de dólares y la fragilidad financiera.
La corrida cambiaria es resultado de la política económica. Por eso Macri pretende utilizarla como excusa para volver al FMI, y al FMI como pretexto para profundizar aún más esta misma política que nos llevó a la corrida: más ajuste, menos salario, más bicicleta, más fragilidad.
Lo peor no pasó, sino que los efectos de esta corrida recién empiezan a desplegarse.