Los 15 días más difíciles para el Gobierno desde que llegó al poder parecen haberse disipado. Queda, además del fuerte impacto en el bolsillo de una devaluación que ya acumula 80% desde diciembre de 2015, el costo político de invocar al Fondo Monetario Internacional y el deterioro de la imagen presidencial.
En una tensa calma, mientras el Gobierno busca reaccionar recuperando la iniciativa política y, en el plano interno, reviendo roles y responsabilidades, la oposición aún no logra capitalizar el mal momento del Gobierno.
Fuego amigo
A las desavenencias entre los principales referentes del equipo económico que emergieron al calor de la corrida bancaria se sumaron, en los últimos días, algunas voces críticas al interior del oficialismo. El jefe de gabinete fue uno de los principales apuntados.
Además de las críticas del ex titular del Banco Nación, Carlos Melconián, aparecieron algunas voces referentes del principal socio del PRO en la coalición Cambiemos. Esta vez, el presidente del Comité Nacional de la Unión Cívica Radical y gobernador mendocino, Alfredo Cornejo, optó por un prudente silencio que contrasta con las fuertes críticas que semanas atrás profiriera al ministro Juan José Aranguren en ocasión de anunciarse el tarifazo.
La voz del radicalismo fue en esta ocasión la de otro experimentado dirigente mendocino que supo ser una suerte de consigliere presidencial, Ernesto Sanz. En las últimas horas, el ex senador nacional no ocultó sus diferencias con Marcos Peña, a quien responsabilizó de promover "una idea de coalición distinta a la que tenemos los radicales". Lanzó una advertencia que parecería marcar las aspiraciones del centenario partido de cara al proceso electoral de 2019: "Si el PRO pretende desprenderse e ir solo, se va a equivocar".
Por el contrario, la principal referente de la Coalición Cívica, la siempre impredecible Lilita Carrió, no solo optó por defender abiertamente al Gobierno, sino que se ocupó de mostrar un apoyo explícito al golpeado jefe de gabinete.
En medio de este fuego amigo era lógico que se escuchasen autocríticas. El vicejefe de gabinete, Mario Quintana, señaló: "Las metas de inflación eran incumplibles" y Marcos Peña, por su parte, expresó: "Perdimos un escalón de confianza, pero no es el peor momento". Antes, el propio Presidente había afirmado que habían sido "demasiado optimistas".
Es cierto que en términos comunicacionales reconocerse humilde y autocrítico suele ser bien visto por la opinión pública. Sin embargo, en contextos de crisis, dista de ser suficiente.
Un gran acuerdo (aunque con decisiones ya tomadas)
Fiel a su estilo, el Gobierno no prescindió del uso de encuestas y sondeos para evaluar cómo ve la opinión pública la imagen del Presidente, la gestión gubernamental y las principales medidas adoptadas.
Como puede verse en un relevamiento realizado hace unos días por Taquion y Trespuntozero, la desconfianza en el Gobierno trepa a un preocupante 68,5 por ciento:
El primer intento que el Gobierno expuso para contrarrestar estos guarismos es la convocatoria a un gran acuerdo nacional para reducir el déficit y sancionar el presupuesto 2019.
Si bien los gobernadores peronistas, que por estas horas desfilan por el despacho presidencial, han actuado públicamente con cautela, sospechan que la convocatoria no es más que un eufemismo para "socializar" el costo político del fuerte ajuste fiscal que se derivaría del acuerdo con el FMI. Un acuerdo que el Gobierno negocia en soledad y, por ahora, no tiene intención de enviar al Congreso Nacional.
Juan Manuel Urtubey alertó: "En más del 90% el déficit está en cabeza del Gobierno". Las palabras del gobernador salteño, hasta hace muy poco uno de los mejores alumnos del oficialismo, anuncian un escenario poco auspicioso para las intenciones del Gobierno. Sin embargo, el peronismo parece haber tomado nota de errores recientes y, ejercitando una inusitada cautela, evita caer en actitudes que lo acerquen al teorema de Baglini, axioma acuñado por el ex legislador radical que sostiene que las propuestas de un espacio político se vuelven más irresponsables cuanto más alejado está este del poder.
Dentro del heterogéneo conjunto que llamamos oposición, la misma Cristina Kirchner evitó pronunciarse sobre la crítica coyuntura. Se podría pensar que el silencio de la senadora benefició al Gobierno, pero, teniendo en cuenta la antagónica y polarizante relación que ambos espacios sostienen, el silencio de CFK, sin duda, horada aun más al Gobierno.
Así las cosas, el peronismo, en todas sus vertientes, sabe que no le conviene quedar posicionado ante la opinión pública como un factor desestabilizador.
El retorno de la política
Por estas horas en Balcarce 50 se vuelve a hablar de política, aquella que hasta hace no poco tiempo algunas figuras del Gobierno se ocupaban de denostar. Un síntoma de este cambio de actitud fue el relanzamiento de la mesa política que supo convocar a las principales figuras de Cambiemos a comienzos del mandato de Macri y que hoy presenta algunas novedades. Por el lado del PRO la integran —además del jefe de gabinete, la gobernadora María Eugenia Vidal y el jefe de gobierno porteño— un revitalizado Rogelio Frigerio y el experimentado operador Emilio Monzó, que hasta hace pocos días parecía condenado al ostracismo. Del lado del radicalismo el ya mencionado Ernesto Sanz y los gobernadores Alfredo Cornejo y Gerardo Morales. Completa la mesa el lilito Fernando Sánchez, desde hace unos meses funcionario de la jefatura de gabinete. La foto rindió, por lo menos mediáticamente, y el Gobierno comunicó estabilidad y unidad al interior de la coalición gobernante.
Pero más allá de lo comunicacional, la convocatoria parece dar cuenta de una rearticulación de las herramientas políticas necesarias para hacer pie en el ahora complejo escenario electoral de 2019. En el caso de Sanz y Morales, la señal es clara y exclusiva para el radicalismo, quien además de sentirse afectado electoralmente por la crisis económica, pretende más espacios y protagonismo para los armados territoriales provinciales.
En el caso de Frigerio y Monzó, la perspectiva es otra. El Gobierno parece darse cuenta de que no puede prescindir de un armado político más amplio, como aquel propuesto por el titular de la Cámara de Diputados de la Nación a mediados de 2017, o el trabajado por el ministro del Interior con los gobernadores.
La perspectiva territorial no es ajena a la estrategia del Gobierno. Por estos días el presidente Macri apostó a mostrarse públicamente, en repetidas oportunidades, con la gobernadora Vidal. Un gesto que no solo evidencia la apuesta electoral por la provincia de Buenos Aires y la conveniencia de mostrarse con una dirigente que ostenta niveles de aprobación muy superiores a los de la gestión nacional, sino también una importante señal frente a quienes pudiesen pensar en un plan B. En este marco, la decisión de exponer a Vidal en una suerte de abrazo de oso, exponiéndola a la negatividad de la coyuntura, no hace más que ratificar la vocación reeleccionista de Macri.
La conferencia de prensa que Macri sostuvo el miércoles pasado dejó algunas frases relevantes para el análisis que, de alguna manera, auguran posibles desenlaces sobre la conducción económica del país. El Presidente dejó entrever que hubo un problema de coordinación entre el gabinete económico y el Banco Central (BCRA), algo que ciertamente circulaba en cualquier conversación de café. Lo que no es claro aún es si Federico Sturzenegger, tras los erráticos pasos del gabinete económico, será el próximo despedido —y con esto se revitalizará la confianza en Dujovne, Caputo y Peña— o, por lo contrario, el próximo ministro de Economía.
Por ahora, la frase de Macri: "Vamos a delegar la baja de la inflación en el Banco Central" inclina la balanza a favor de Sturzenegger, pareciendo no solo saldar con decisión política las internas del equipo económico, sino también dejando atrás el denominado gradualismo, en pos de una concepción económica mucho más ortodoxa.
Barajar y dar de nuevo
Macri llegó a la campaña presidencial de 2015 con una estrategia centrada en el ballotage, con la convicción de que las posibilidades de Cambiemos dependían de la configuración de un escenario electoral polarizado en torno al concepto de "la grieta".
Consecuentemente, el adversario a ganar en la primera vuelta de octubre de 2015 no era Daniel Scioli, sino Sergio Massa. El equipo de Macri analizaba que el ex gobernador bonaerense tenía un techo que, si bien era alto, resultaba posible de superar con los votantes de Massa en la segunda vuelta. Por el contrario, la estrategia de Scioli falló al no planificar un posible (y muy probable) escenario de ballotage.
A dos años y medio de aquella campaña, el objetivo de alcanzar el 40% de los votos en 2019, insuflado por entusiasmo electoral de 2017, parece ser una quimera. Pese a todo, Mauricio Macri parece estar decidido a buscar la reelección. La oposición, frente a un escenario que le ofrece renovadas expectativas, aún debe encontrar un liderazgo que trascienda la mera reivindicación del pasado para ocuparse de los problemas del presente y ofrecer soluciones para el futuro.
De persistir la situación política y económica actual, la segunda vuelta es una garantía. Y los actores políticos deberían posicionarse de cara a una campaña cuyos contornos ya se dibujan en el horizonte teniendo en cuenta ese escenario.
*El autor es sociólogo y consultor político. Autor del libro "Gustar, ganar y gobernar" (Aguilar 2017)