El peor error de Macri fue demonizar la innovación

Federico Fernández

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En los últimos días han vuelto a las noticias acciones violentas realizadas contra Uber. No solo son repudiables porque tienen un claro mensaje mafioso e intimidatorio, también lo son porque, en muchos casos, ni siquiera fueron dirigidas contra choferes de Uber, sino que los ataques hicieron foco en ciudadanos que conducían sus propios vehículos.

Uno de los casos más repugnantes fue la agresión sufrida por un abuelo de 79 años que llevaba a sus nietas de 6 y 11 años al colegio. Podríamos decir que bajo el lema: "Taxis, sí, libros, no" un grupo de profesionales del volante atacaron a este pobre hombre por confundirlo con un chofer de Uber.

Incluso la hija de Catherine Fulop también fue víctima de la furia taxista. Oriana Sabatini viajaba en un remise al cual los violentos confundieron con un coche de Uber. Por semejante pecado, las cubiertas del auto fueron tajeadas, el remisero, agredido y los vidrios del auto explotaron a causa de las pedradas arrojadas por los justicieros del taxi. Hecho que bordea el intento de homicidio.

En un caso que tampoco es nuevo, el accionar mafioso de los taxistas también se suscita entre ellos. En la ciudad de Rosario, la terminal de ómnibus Mariano Moreno parece estar copada por un grupito que no tiene deseo alguno de compartirla. El resultado de esta apropiación de facto es que una taxista mujer fue insultada, amenazada de muerte e impedida de levantar pasajeros. Resulta difícil explicarse cómo el problema sea, como dicen sus críticos, que "Uber es ilegal".

Travis Kalanick, cofundador de Uber, alguna vez definió la situación entre Uber y los taxis como una elección: "Un candidato es Uber y su oponente es un cabrón llamado taxi. Nadie quiere a taxi, que no tiene un buen carácter. Pero taxi está tan entrelazado en la maquinaria política que mucha gente le debe favores".

Queda clara entonces la razón por la cual el intendente de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, tomó abiertamente partido por los taxis. El sindicato de taxis da votos hoy y puede ejercer presión hoy, mientras que Uber es lo que puede venir.

En cierto sentido, la persecución político-judicial a Uber que Cambiemos encabezó constituye el peor error del Gobierno de Mauricio Macri. ¿Por qué? Por la señal emitida. La alianza entre Cambiemos y el sindicato de taxis posicionó al Gobierno como el garante de los privilegios de un sector abiertamente desprestigiado y oscuro. Simbólicamente, la persecución a Uber fue una advertencia generalizada a todo aquel que se propusiera innovar o ser disruptivo en la Argentina. Y siendo Uber una empresa de tan alto perfil mundial, la amenaza resonó tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. Es muy irónico que un país tan sediento de inversiones como el nuestro crea que puede ser gratuito demonizar a la innovación.

Pues en el fondo, con el caso Uber lo que está en juego es el papel de la innovación en nuestra sociedad. A grandes rasgos, existen dos maneras de convivir con la innovación. Rodríguez Larreta y algunos jueces de la Ciudad de Buenos Aires nos proponen un modelo en el cual los innovadores deben arrodillarse ante las autoridades políticas y judiciales y rogarles que les concedan los permisos necesarios para desarrollar sus proyectos.

La humillación a los innovadores no se termina aquí. Según el modelo fascistoide de Larreta y los perseguidores de Uber para innovar también es necesario contar con el permiso de tus eventuales competidores. Uber, así, necesita del beneplácito del sindicato de taxis antes de poder operar.

Imaginemos por un instante que una empresa argentina tuviera listo un camión absolutamente autónomo, que se maneja a sí mismo y no requiere de intervención humana para trasladarse desde el punto A hasta el B. Semejante avance, que en muchos países sería celebrado y elevaría a la categoría de héroes nacionales a los innovadores que lo lograron, en Argentina recibiría otro tipo de respuesta. En una situación así, no sería de extrañar que la primera reacción de gente como Rodríguez Larreta y el ala retardataria de Cambiemos fuera exigirles a los innovadores del ejemplo contar con el permiso de Hugo Moyano, los fabricantes de camiones tripulados y adecuarse a la anacrónica legislación existente (que exige la presencia de un conductor) para operar.

La otra opción, la verdaderamente progresista, es la de la innovación sin permisos. Esto consiste en que, a menos de que con un altísimo grado de certidumbre pueda temerse que la innovación del caso es nociva o peligrosa, se las deje existir y desarrollarse. Permitir la experimentación y testear si las nuevas ideas son positivas y aceptadas por los ciudadanos. Está bastante bien establecido que las innovaciones suelen ser, no solo positivas, sino también el motor del progreso. Además, la experiencia histórica muestra que tanto los individuos como las sociedades son extremadamente aptos a la hora de reacomodarse ante el impacto de las nuevas tecnologías e innovaciones.

La postura correcta frente a la innovación no es la mixtura retardataria, violenta y temerosa de Horacio Rodríguez Larreta, sino la de un optimismo racional. Vale la pena darles todo el aire que necesiten los innovadores para testear sus ideas en lugar de asfixiarlos, siguiendo el ejemplo del trato hacia Uber, con una persecución judicial y un accionar mafioso.

El fenómeno de la economía colaborativa del que forman parte empresas como Uber, AirBnB y muchas más, nos enseña que áreas enteras de la vida social pueden gestionarse y (auto)regularse sin la participación del Estado. Es fundamental que los reguladores estatales tomen nota de los cambios que la tecnología está trayendo a áreas como el transporte o el alojamiento y comiencen a retirarse de la escena.

De hecho, la economía colaborativa surge, en gran parte, porque en internet todavía tenemos un área con grandes niveles de libertad económica y falta de regulación. Así, ante la aparición de una empresa como Uber, los reguladores tienen dos alternativas.

Una es que pueden aplicarle a Uber la vetusta regulación que pesa sobre el sector del taxi. Esto, necesariamente, destruiría todo lo nuevo y bueno que Uber nos trae y llevaría a Uber, que es una empresa del siglo XXI, de vuelta al mundo de las carretas.

La otra alternativa, pro-innovación y competencia, es la de derogar la antigua regulación que pesa sobre el transporte de pasajeros, sacarle los privilegios que actualmente tiene el taxi y que todas las alternativas compitan y sigan innovando para conseguir el favor del consumidor.

Solo una de estas dos alternativas es capaz de ayudar al progreso de nuestra sociedad.

El autor es presidente de la Fundación Internacional Bases (Rosario, Argentina) y Senior Fellow del Austrian Economics Center (Viena, Austria).

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