Acuerdo con Irán: cómo afecta las relaciones Estados Unidos-Europa

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La denuncia de Estados Unidos del acuerdo nuclear con Irán del 2015 pone nuevamente sobre la mesa el delicado momento que atraviesa la alianza transatlántica. Una de las víctimas de esta acción ha sido la llamada solidaridad bi-regional. Ni el Reino Unido, Francia o Alemania (tres de los seis firmantes del plan de acción) tuvieron influencia alguna para mitigar la decisión unilateral de la Casa Blanca. La situación actual guarda similitud con el clima entre Europa y Estados Unidos al principio de la administración Bush a propósito de Irak y el protocolo de Kioto. Hoy el acuerdo de París sobre cambio climático y la problemática nuclear iraní, además del cúmulo de medidas proteccionistas, han generado una atmósfera de características parecidas. Philip Gordon las sintetiza en el libro titulado Aliados en Guerra.

Si bien la brecha transatlántica no es nueva y tiene otros antecedentes históricos como la situación creada con motivo de Suez o con el despliegue de los misiles nucleares soviéticos de alcance medio a finales de los setenta, la reiteración cíclica del desinterés norteamericano por la percepción de seguridad europea va insinuando el menor peso relativo de la Unión Europea (UE) en la ecuación de poder global. Esa desvaloración, que en su momento llevó a que los europeos dijeran que Barack Obama era el presidente norteamericano menos europeo que haya existido, hoy probablemente dirían lo mismo de Donald Trump.

Estas circunstancias, como el escepticismo de Washington respecto de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), podrían hacer tambalear los pilares estratégicos de la Europa de la posguerra. Sin embargo, pese a desaires y agrias diferencias, la alianza continúa en una relación cualitativamente distinta a la que Europa mantiene con cualquier otro país. El eje privilegiado, en definitiva, son intereses geopolíticos permanentes y arraigados valores comunes. Consecuentemente, Europa no tiene más remedio que negociar con Washington aunque sea a regañadientes. Ni Alemania ni la Unión Europea se encuentran en una posición de solidez para enfrentar a la Casa Blanca o intentar alternativas estratégicas con otras potencias, en particular con China. Tampoco tienen interés en perturbar las relaciones transatlánticas.

No obstante, en el tema del acuerdo nuclear con Irán, que echa por tierra 12 años de diplomacia comunitaria y buenos negocios que desbordan los 25 mil millones de dólares, la Unión Europea no ha dudado en marcar diferencias tácticas con Washington. También reafirma la apuesta europea para ser considerado un actor que no va siempre automáticamente de la mano de Estados Unidos. La alta representante de la UE para Asuntos Exteriores ha señalado que Europa seguirá honrando el acuerdo mientras Irán lo cumpla y llame al diálogo. Esta última expresión permite pensar que la UE insistirá ante Teherán para incluir futuras limitaciones a los desarrollos de misiles balísticos y quizás hasta extender la fecha de vigencia del acuerdo en particular en lo que hace al uranio enriquecido.

Es evidente que la UE intenta contrarrestar el vacío diplomático de Estados Unidos y salvar el instrumento con Irán, en particular por las potenciales consecuencias económicas negativas para las empresas europeas. La gran incógnita es si el acuerdo puede sobrevivir sin Estados Unidos o de continuar la negativa iraní para iniciar un proceso que permita mejorar las imperfecciones o las falencias del acuerdo del 2015. En la búsqueda de equilibrio la diplomacia europea se juega, cuanto menos, su prestigio.

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