Los males de la educación argentina

Luciano Sanguinetti

Guardar

El problema de la educación argentina es que estamos condicionados por tres males, que a esta altura se han vuelto crónicos. ¿Cuáles son esos males? El primero es el cortaplacismo. Discutimos todos los años el inicio de clase, es decir, lo que va a pasar en marzo de cada año. Cuando en realidad debiéramos estar discutiendo lo que va a suceder dentro de 15 o 20 años. No tenemos conciencia de que un alumno que ingresa hoy en el nivel inicial va a egresar de la secundaria en el 2030.

Hace pocos días leí en el diario El País de España que la NASA, a través de la sonda Juno, que se envió a Júpiter, está próxima a encontrar nuevas informaciones que revolucionarán nuestro conocimiento sobre el cosmos, sin descartar la posibilidad de encontrar vida fuera de nuestro planeta. Según Adriana Ocampo, directora del programa Nuevos Horizontes, la civilización hará ese descubrimiento en simultáneo, ya que se transmitirá para todo el globo en enero de 2019. A la velocidad que se están produciendo los saltos tecnológicos que imponen la robotización, la inteligencia artificial y el internet de las cosas, ¿se imaginan cómo va a ser el mundo cuando estos niños que ingresan hoy al sistema educativo salgan del secundario? ¿Qué trabajos existirán? ¿Qué conocimientos serán útiles? ¿Cuáles serán las prioridades en ese mundo?

El otro mal es el conflicto permanente, la falta de consensos. Nos cuesta mucho llegar a acuerdos y mantenerlos en el tiempo, que es lo que define una política de Estado. Gana un partido las elecciones nacionales y la primera medida que toma es sacar las notas; viene otro y las vuelve a poner. Cada uno con su manual cree que viene a inventar la escuela. Y se olvidan que la escuela ya está inventada. Porque la escuela es en el fondo algo simple. Un docente que sabe y quiere enseñar, y un alumno que desea y puede aprender. La última vez que hubo un acuerdo en política educativa fue la ley de financiamiento educativo, en 2006, cuando se decidió invertir el 6% del PBI. Allí se estableció que se iba a extender la jornada escolar y que eran obligatorios el secundario y la sala de cuatro de años para el nivel inicial.

Hoy la mesa de discusión es tan chica que solo entran dos sillas. El Gobierno y los gremios. ¿Quién representa a las familias en esa mesa? ¿Quién al sector productivo? ¿Quién a las universidades? ¿Quién a los científicos? Discutimos todo el tiempo, pero nunca nos ponemos de acuerdo. Mientras el tiempo pasa, los alumnos pierden. Ya es muy conocido el éxito del llamado modelo finlandés, pero no todos recuerdan que fue producto de un gran acuerdo político entre el partido socialdemócrata finlandés y el liberal, durante la década del setenta, y que la base de ese proceso de largo plazo, como lo recuerda Erkki Aho, padre fundador de la reforma educativa, fue la confianza en una estrategia: la jerarquización de la formación docente, la autonomía de las escuelas y la universalización de una educación pública de calidad.

El tercer mal es la elefantiasis administrativa del sistema. Ministerios ricos y escuelas pobres. Cada día crecen más los ministerios. Cientos de asesores, inspectores, técnicos, administrativos, supervisores, y programas y programas que engordan el sistema y empobrecen a las escuelas. Según un informe del Centro de Estudios de la Educación Argentina, en la provincia de Buenos Aires, en el nivel primario, uno de cada tres docentes no cumple funciones en el aula, cuando vemos a diario escuelas que pierden días de clase porque se llueven los techos de las aulas.

El último censo de infraestructura escolar realizado en 2017 en la provincia de Buenos Aires confirmó que el 80% de las escuelas presentan problemas de infraestructura; otro dato elocuente de las dificultades que enfrentan las escuelas es el déficit tecnológico. Según la Encuesta Nacional de Integración de TIC en la educación básica, realizado por Unicef, en 2015, el 50% de nuestras escuelas no tiene conectividad y menos del 10%, una pizarra digital.

Por otra parte, seguimos atrasados en la cobertura del nivel inicial (solo alcanzamos el 70% en la sala de 4 años), clave para el desempeño de los niños y los jóvenes en sus trayectorias escolares. Es decir, necesitamos que las escuelas vuelvan a ser el centro del sistema. Docentes y directivos con buenos ingresos y bien formados. Escuelas con autonomía y familias comprometidas en los aprendizajes de sus hijos. Escuelas donde circulen la ciencia, la tecnología, los deportes y las artes. ¿Es tan difícil?

El autor es concejal del Frente Renovador en La Plata. Director del Observatorio de Calidad Educativa.

Guardar