En 2014, el ex alcalde de Londres, ahora secretario de Exteriores británico, Boris Johnson, publicó un libro titulado El factor Churchill. El texto contempla el impacto de Churchill en la política de su país y el mundo. A veces errático, testarudo, egocéntrico, pero también carismático, la presencia y el oficio de Winston constituyen, en la narración de Johnson, un factor de peso pesado. No faltan motivos para que la sombra de este estadista tenga proyección global hasta nuestros días; es el arquetipo de héroe que muchos líderes quieren imitar.
A Donald Trump ciertamente le gustaría compararse. Sin ir más lejos, se presenta como el salvador de su país frente a tanta adversidad en el mundo. Pero en los puntos importantes hay más diferencias que similitudes. Churchill fue un estadista letrado y multifacético, y Trump, en cambio, es un empresario inculto que antepone su imagen a todo. Aun así, es evidente que, para bien o para mal, el factor Trump en política internacional hace mucho ruido. Esto se ve muy claro en los recientes acontecimientos en la península de Corea, y así también con la expectativa sobre el futuro del acuerdo nuclear con Irán.
Trump llegó a la Casa Blanca prometiendo ser el presidente más duro con el régimen de Pyongyang, acostumbra a insultar a Kim Jong-un por las redes sociales, al llamarlo "loco", "hombre cohete", "bajito", y "gordo", entre otras cosas. Los críticos del magnate le reprochan su falta de sensibilidad y, a su vez, mofan su característica "diplomacia tuitera". En efecto, poco digna para la posición y la jerarquía de un presidente estadounidense. Salvando las distancias, Churchill también tenía fama de instigador y, bajo la mirada de ojos contemporáneos, pasaría por racista. Llamó a los bolcheviques "babuinos" (monos), dijo que los indios "se reproducen como conejos" y en su juventud escribió que la pobreza y la miseria acompañan a los seguidores de Mahoma dondequiera que vivan. Sin embargo, su legado no está marcado por sus palabras, pese a ser premio Nobel de literatura, sino más bien por sus fracasos y sus proezas en la política mundial. Churchill, ferviente defensor de la idea del Imperio británico hasta sus últimos días, fue todo menos un pacifista.
Al analizar la política exterior de Donald Trump, algunos comentaristas pierden de vista que no importa tanto lo que diga o deje de decir. Lo que realmente importa es qué tan consistente es con las palabras que pronunció o tuiteó desde el momento en que llegó al poder. Trump tiene un léxico crudo y carece de sutilizas, pero sus insultos dan con el efecto esperado, porque los respalda con garrotes. Y, como es impulsivo, amigos y enemigos por igual temen que actúe con poca contemplación, especialmente ahora que tiene "un gabinete de guerra", conformado por notables halcones como Mike Pompeo y John Bolton; quien por cierto propuso en febrero atacar a Corea del Norte primero.
Los acontecimientos que hacen a la política mundial raramente ocurren por eventos monocausales. Por el contrario, los debates historiográficos entre académicos muestran que las causas de las guerras y los conflictos son el resultado de una combinación de variables. El acercamiento histórico entre los dos Coreas registrado en abril no será la excepción, pero creo que a esta altura es innegable que el factor Trump tuvo algo importante que ver. Tiendo a pensar que los generales de Kim fueron presa de la incertidumbre que genera el carácter brutal e irracional del presidente estadounidense. Si los norcoreanos están dispuestos a desnuclearizarse, lo hacen en parte porque tienen miedo a arriesgar la supervivencia del régimen. En el cálculo norcoreano, Pyongyang entiende que su carta nuclear no tiene la misma eficacia que tenía con otros presidentes más predecibles.
Desde luego, el acercamiento entre los líderes coreanos no es sinónimo de paz, y resta por ver si Kim llegará a ceder ante la demanda más importante, y renunciar a las armas nucleares. En 1994, Kim Il-sung, el fundador de la monarquía comunista, negoció con el ex presidente Jimmy Carter la desnuclearización a cambio de ayuda humanitaria y económica. No obstante, Pyongyang formalmente reactivó su plan nuclear en 2003. Por lo pronto, todos los analistas coinciden en que el papel de China también será crucial para que las negociaciones lleguen a buen puerto. Pero no cabe duda de que el factor Trump jugó un rol inmenso en lograr estos avances. El factor se obtiene sumando la retórica belicista del Presidente con una sucesión de señales concretas ejecutadas en tiempo y forma: sanciones económicas sin precedentes y repetidas demostraciones de fuerza en los últimos meses.
El factor Trump también decidirá la suerte del acuerdo nuclear con Irán, el llamado Plan de Acción Conjunto y Completo (JCPOA, por sus siglas en inglés), pactado en 2015. Se espera que el Presidente anuncie su decisión antes del 12 de mayo. Anticipándose a esta fecha, el 30 de abril el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu le anunció al mundo: "Irán miente". Lo hizo mediante una conferencia televisada en inglés en donde mostró el gigante material de inteligencia que el Mossad habría logrado extraer de Teherán en febrero de 2017. La información habría sido confirmada por los servicios estadounidenses y sugiere que Irán nunca canceló su proyecto de nuclearización con fines bélicos, de modo que mintió a la hora de firmar el pacto con Estados Unidos, China, Francia, Alemania, Rusia, y el Reino Unido.
Es muy probable que el teatro mediático de Netanyahu haya estado orientado a fortalecer a Trump domésticamente, particularmente con los republicanos, dándole el capital político que necesita para forzar a Estados Unidos a desentenderse de lo acordado. Mientras tanto, el hecho de que el presidente aún no haya presentado su decisión final refuerza la doble percepción que caracteriza a su administración: o bien no sabe qué hacer y está indeciso o, por el contrario, su silencio es una táctica calculada para crear expectativa e intimidar a los iraníes a que den el primer paso y acepten entrar en negociaciones secretas.
En octubre del año pasado escribí que Irán no puede darse el lujo de perder los beneficios aparejados al JCPOA. El bienestar económico del país y sus aspiraciones de hegemonía regional están en la balanza. Teniendo en cuenta el clima de malestar social en Irán, que en enero desembocó en una ola de protestas, el régimen islamista no puede permitirse otro escenario con sanciones económicas. La reimposición de medidas coercitivas afectaría negativamente el desempeño de Irán en la guerra fría que mantiene con Arabia Saudita, en los distintos teatros de operaciones de Medio Oriente.
Esta es la prioridad del régimen, y por ello hay incertidumbre frente al impacto real que la apertura financiera ha traído en términos de bienestar social. La percepción es que los beneficios aún no llegaron a la gente común. Este análisis apunta a que la estabilidad política podría verse afectada si Washington vuelve a reinsertar sanciones y, en suma, Irán tiene más para perder que Estados Unidos.
Los críticos de Trump advierten que el pacto nuclear no solo atañe a Irán y que, si Estados Unidos se desentiende de compromisos ya pactados, su reputación y su credibilidad en el mundo se verán comprometidas, tanto con amigos como con enemigos. Asumiendo que Trump efectivamente cancele el acuerdo, seguramente los europeos volverán a su tradicional papel de mediadores para salvar o enmendar el JCPOA, pues este no puede existir sin las garantías que solo la primera potencial mundial y su sistema financiero pueden ofrecer.
Públicamente, los iraníes se niegan a modificar el acuerdo, pero en privado está claro que no pueden permitirse que los estadounidenses impongan nuevas sanciones. Creo que la aparición del factor Trump, controversial como es poco convencional, tiene el potencial de rectificar las falencias más importantes del JCPOA, notoriamente la ausencia de cláusulas que limiten la producción de misiles balísticos, el tipo de armamento utilizado precisamente para transportar ojivas nucleares.
El factor Trump parece tener resultados con Estados autocráticos como Corea del Norte o Irán, porque se compone de una serie de elementos que los dictadores entienden muy bien. Por esto, desde una óptica realista de las relaciones internacionales, aquellas facultades personales que hacen que Trump sea tan indigno para la presidencia (su arrogancia, su lenguaje obsceno y su comportamiento irrespetuoso), paradójicamente lo convierten en un ejecutor expeditivo a la hora de tratar con países enemigos. Esto no implica que el Presidente siempre esté en lo cierto. Por ejemplo, Trump aún no sabe qué hacer en Siria.
Cuando Trump se instaló en el Despacho Oval, volvió a poner el busto de Churchill que Tony Blair le regaló a George W. Bush, pero que Barack Obama remplazó con un busto de Martin Luther King. Trump no es ningún paladín de la justicia contra la tiranía y sin duda le queda mucho por demostrar, sobre todo si quiere que la comparación con Churchill tenga cabida. De momento, quizás le sea suficiente que congresistas lo hayan nominado al Nobel de la paz. Sin embargo, para bien o para mal, el factor Trump representa un acontecimiento especial en política mundial al que todo mandatario intenta acomodarse.
El autor es licenciado en Relaciones Internacionales y magíster en estudios de Medio Oriente por la Universidad de Tel Aviv. También se desempeña como consultor en seguridad y analista político. Su web es FedericoGaon.com.