Macri paga todos los platos rotos

Los errores en la comunicación y en la negociación política de los hombres del Gobierno y su soledad en la prédica para transformar la cultura despilfarradora de los argentinos

Mauricio Macri enfrenta su mayor desafío: convencer a los argentinos de que los aumentos de tarifas son necesarios para ordenar los números y evitar que la economía salte por los aires

El presidente Mauricio Macri enfrenta el desafío más grande de su gestión y de su vida política: convencer a la mayoría de los argentinos de que con los aumentos de tarifas no les quiere hacer daño sino empezar a ordenar los números para que la economía no salte por los aires.

La dificultad es enorme, porque arranca con desventaja. A nadie en el mundo, y menos en la Argentina, le gusta sacar plata de su bolsillo para pagar la fiesta que organizaron otros.

Y como si eso fuera poco, no se puede, de un día para el otro, borrar más de una década de populismo, que equivalen a casi tres generaciones de adultos creyendo que la energía es un derecho humano, casi gratuito y de uso ilimitado.

En cambio, la mayoría de la oposición, la tiene demasiado fácil. Como sus líderes no ponen nada en juego y el malhumor de los argentinos les podría, incluso, aportar más votos, hacen propuestas impracticables, pero aparentemente progresistas, solidarias y populares.

Retrotraer el precio de las tarifas a fines del año pasado y quitarle la mitad del IVA durante un año, como proponen Marco Lavagna y Diego Bossio, entre otros, suena extremadamente tentador, pero haría estallar las variables económicas por los aires.

La primera, sin duda, sería la meta fiscal, lo que generaría una retracción del crédito que conllevaría a un progresivo desfinanciamiento de las cuentas públicas.

Tanto Lavagna como Bossio se quejan, además, del creciente endeudamiento. Y tienen razón. Pero si rechazan las consecuencias del endeudamiento y sugieren medidas que impactan para peor en el déficit, ¿cuál sería su propuesta para lograr el equilibrio económico?

Macri, quien continúa demasiado solo en su prédica para transformar la cultura despilfarradora de los argentinos, se la pasa pidiendo a sus ministros que le acerquen una receta superadora. Y aclara que no le importa que venga de la oposición.

El problema del Gobierno es que nunca termina de explicar, con suficiente detalle, por qué hace las cosas que hace.

No explicó por qué no blanqueó, desde el principio, la gravedad de la herencia recibida. No tiene a voceros que defiendan las verdaderas razones de aumentar las tarifas ahora y con semejante intensidad. Un aumento que, incluso, impacta en los índices de inflación.

El ministro de Energía Juan José Aranguren, tiene la palabra prohibida. Lo consideran honesto y cabeza dura, pero lo califican de sincericida. De hecho, todavía sigue diciendo, en privado, que él va a traer sus ahorros a la Argentina cuando se le dé la gana.

Y Nicolás Dujovne, antes de hablar de las tarifas, debería justificar los gastos en avión privado y comidas de él mismo y sus colaboradores. En el Gobierno creen que se trata de una operación de prensa. Pero sin duda ha sido muy efectiva, porque los tiene atados de pies y manos. Y con el Presidente pagando los platos rotos de los errores en la comunicación y la negociación política.

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