Desde el propio comienzo de la era Macri, gobernantes, empresas y particulares están esperando una lluvia de inversiones como maná del cielo. Ocurre que, como no se nota un salto cuantitativo en el nivel de actividad que resulte muy apreciable, se suele pensar que hay que esperar hasta la próxima ronda electoral para que, entonces sí, el Gobierno haga adecuadamente los deberes y los capitales ingresen en manada de una manera tal que barran con toda dosis de pesimismo que quede en la mente de la población.
Pero, ¿es así? ¿O solo se trata de un espejismo? ¿Vinieron capitales? ¿Cuántos? En diciembre de 2015, cuando asumía el actual gobierno, el M3 total bimonetario, o sea, la suma de todos los activos monetarios en los bolsillos de los particulares y depositados en los bancos sumaban 1827 billones de pesos, que, al tipo de cambio de 15 pesos de aquella época, significaban unos 120 mil millones de dólares. O sea, la economía ya estaba bastante bien monetizada comparativamente con otras épocas de la Argentina. Ello indica que no podía haber grandes expectativas para que ingresaran a los bancos fuertes sumas de dinero, lo que de por sí dificultaba el hecho de que se esperara una lluvia de inversiones en el sistema financiero.
A pesar de ello, pasados cerca de dos años y un trimestre, el mismo M3 bimonetario alcanza la cifra de 3504 billones de pesos a febrero, lo que al tipo de cambio de 20 pesos por dólar, hace un total de cerca de 175 mil millones de dólares. Vale decir que en muy poco más de dos años ingresaron al sistema financiero 55 mil millones de dólares, buena parte de los cuales se debieron al blanqueo, dado que con este los depósitos en dólares en los bancos aumentaron de 10 mil millones a cerca de los 30 mil millones de dólares que hay en la actualidad.
Un párrafo aparte merecen los datos de las Lebacs y otros títulos de corto plazo con el fin de absorción monetaria emitidos por el Banco Central. Las Lebacs alcanzaban 418 mil millones de pesos al momento del cambio de gobierno, aproximadamente 27 mil millones de dólares. A fines de febrero pasado esa cifra correspondía a 1384 billones de pesos, estimándose que en abril superarán los 1440 billones de pesos, o sea, más de 72 mil millones de dólares. Mientras que en diciembre de 2015 estaban íntegramente constituidas en los bancos, actualmente estos solo poseen unos 400 mil millones de pesos, por lo que todo el incremento se debe a ingreso de capitales de particulares y empresas: nada menos que un billón de pesos, unos 50 mil millones de dólares. Vale decir entonces que, entre depósitos en los bancos y Lebacs de empresas y personas físicas, ingresaron en 27 meses nada menos que 105 mil millones de dólares a la Argentina.
¿No es esto acaso una auténtica lluvia de inversiones? ¿No han ingresado capitales ingentemente? Por supuesto que sí. ¿Por qué no se ha notado? Primero, porque no se trata de inversiones directas de capital destinadas a levantar fábricas o hacer negocios en la economía real y, segundo, porque más de la mitad de esos fondos está inmovilizado en el Banco Central, dado que, no hay que engañarse, tamaña lluvia de inversiones se produjo porque el Banco Central ha venido manteniendo altas tasas nominales y reales de interés que hicieron que los capitales golondrina ingresaran de manera masiva al país. La lluvia de inversiones se ha producido. Pero ha sido una lluvia de hot money destinada a ir afuera en el futuro, en cuanto la situación les pueda parecer mínimamente confusa a estos capitales.
En este punto, probablemente el lector se sienta desilusionado y piense que esta es otra oportunidad perdida para el país. No lo sabemos aún. Lo cierto es que, en el punto en que la economía se encuentra hoy, resultaría inconveniente que la tasa de inversión real aumente en Argentina si no se corresponde con un aumento de la misma envergadura en el ahorro interno, o sea, con una disminución en el consumo. Ocurre que la balanza de pagos se encuentra en fuerte rojo, con un déficit de cuenta corriente de 5,5% del PBI. Y la cuenta corriente de la balanza de pagos equivale a la suma aritmética del déficit fiscal y la diferencia entre inversión y ahorro privado, por lo que, con solo un punto porcentual de incremento en la tasa de inversión real de Argentina, ya estaríamos en el 6,5% de déficit de cuenta corriente de balanza de pagos. Argentina jamás superó el guarismo del 6% sin que la realidad económica se desmoronara como un castillo de naipes. Y si ese aumento en la inversión se corresponde con un aumento igual en el ahorro, entonces será el consumo el que sufre al producirse de esta manera el síndrome de la frazada corta.
En síntesis, no hay soluciones fáciles para Argentina, que se encuentra mucho más cerca de la necesidad de ajustar su economía que de la llegada de una auténtica lluvia de inversiones en el sector real. Esa lluvia de inversiones se produjo masivamente en el sector financiero y fue mayoritariamente captada por el Banco Central, que la ha absorbido de manera costosísima. El día que deba devolver peso sobre peso, dólar sobre dólar todo lo que ha tomado en los últimos años, lo lamentaremos todos muy seriamente y nos percataremos de que la lluvia de inversiones que se produjo se asemeja en realidad a lo que se llama una lluvia ácida, fruto de la cual poco y nada crece.
El autor es economista.