Casi nadie se acuerda. Las aberraciones que lo siguieron fueron tan monstruosas que taparon aquel recuerdo con hectolitros de sangre y toneladas de balas. Pero la decadencia final de este país empezó en 1966. Aquel año, la alianza entre los sindicalistas del Partido Populista y los dictadores del Partido Militar derrocó a Arturo Illia para poner en su lugar al general Juan Carlos Onganía. La foto de su asunción, con El Lobo Vandor y la CGT en primera fila y las declaraciones de apoyo de Perón desde Madrid ("Simpatizo con el movimiento militar porque el nuevo gobierno puso coto a una situación catastrófica. Hubiera apoyado a todo hombre que pusiera fin a la corrupción del Gobierno de Illia") son testimonios imborrables de la responsabilidad de los dos aparatos políticos que desde 1930 conducían al país al abismo, y cuya disputa por el poder bañaría en sangre a la Argentina de allí en más.
Casi nadie se acuerda, pero no fueron solamente los milicos golpistas y los sindicalistas peronistas. Buena parte de la clase media también participó. Las fotos de la época la retratan impiadosamente. Gente bien. Gente paqueta. Gente vistiendo sus trajes y saquitos frente al Di Tella y empuñando pancartas con las consignas "Illia-tortuga" y "Basta Illia". Las habían sacado de Primera Plana y Confirmado, las revistas cool de entonces, que leían los iluminados.
En la periferia, la cosa no iba mejor. En el micro que nos llevaba al Normal de Avellaneda, los chicos entonábamos una canción que celebraba el advenimiento de Onganía. Festejábamos el golpe con la irresponsabilidad prestada por nuestros mayores, miembros de esa Argentina que creía que la democracia era formal, que se necesitaba un hombre fuerte, un general, preferiblemente, en el gobierno, y que la imbecilidad política no tiene costos. A ese golpe que supimos conseguir le siguieron los siguientes presidentes: Onganía, Levingston, Lanusse, Cámpora, Perón, Isabel Perón, Videla, Viola, Galtieri, Bignone; los presidentes que supimos conseguir. Las cosas que nos pasaron a los argentinos.
No existen nunca buenas razones para un golpe, pero en 1966 las había menos. El tortuguesco gobierno del doctor Illia fue uno de los más exitosos de la historia nacional: el PBI creció 10,1% en 1964 y 10,6% en 1965, y a la industria le fue aún mejor: +18,9 y +13,8 por ciento. La deuda externa bajó un 35%, las reservas del Banco Central crecieron 1500%, el porcentaje del presupuesto nacional dedicado a educación se duplicó y la participación de los trabajadores en la renta nacional aumentó 4,8 por ciento. Nada importó. Un plan de lucha de la CGT, complementado por una hábil campaña de prensa, logró instalar las imágenes de un gobierno aletargado y la de Illia como un inepto. Illia-tortuga.
Así se terminó la última Argentina que valió la pena. La del Instituto Di Tella, las universidades que parían premios Nobel, y la desocupación y la pobreza de un dígito. Así terminó la Avellaneda de mi infancia, con sus obreros peinados a la gomina que llegaban al trabajo en Fiat 600 y a mediodía tenían para un plato de guiso en la fonda. Comenzaban la decadencia económica, la Noche de los Bastones Largos y el nacionalismo autoritario como Biblia nacional. Empezaba la larga decadencia política y cultural que nos hundió en la nada. Más de cincuenta años de soledad de los que el Partido Populista gobernó 26 y el Partido Militar, 14, y de los que aún no hemos salido.
"Illia-tortuga". ¿Les suena? Porque yo lo escucho todo el tiempo. "Macri-tortuga". Lo escucho a la derecha: "¡Macri-tortuga! ¡Bajá el gasto estatal!" (pero el gasto estatal está bajando al ritmo de 1% por año después de 12 años de crecer al 1,5% anual, al mismo tiempo que el país reconstruye su infraestructura y su producción energética devastados). "¡Macri-tortuga! ¡Ahorrá!" (pero el costo de la obra pública ha bajado cerca del 40%, con un ahorro de miles de millones de dólares que no pueden ver quienes solo saben contar pines y lapiceras). "¡Macri-tortuga! ¡Bajá los impuestos!" (pero los impuestos han bajado, y seguirán bajando; la presión tributaria, que era de 32% del PBI en 2015, fue de 30% en 2017, se duplicó el mínimo imponible en ganancias y se bajaron fuertemente las tasas a las exportaciones). Si se siguen cumpliendo los objetivos, como hasta ahora, esta gestión entregará el poder en 2019 casi en equilibrio fiscal; con 2,2% de déficit —y bajando—, contra el 5,4% —y subiendo— heredado, habiendo salvado el colapso que se nos venía encima —sin crisis, por primera vez en décadas— y con un endeudamiento externo perfectamente sostenible: 37% del PBI contra 48% promedio de los países emergentes.
Pero el "Macri-tortuga" se escucha también a la izquierda. No hablo ya de los troscodelirantes ni de los corruptos con abstinencia de caja que sostienen que está sucediendo una catástrofe social. Hablo de gente bienintencionada que adhiere a afirmaciones inverificables: "no se siente en la calle", "la gente no llega a fin de mes". Según ellos, la baja de la pobreza y de la inflación son imperceptibles y lentas. "Macri-tortuga". Y bien, al mismo tiempo que reequilibra las cuentas fiscales, rehace la infraestructura desecha y recupera el autoabastecimiento energético, el Gobierno ha sido exitoso en reducir drásticamente la pobreza y la inflación. Repito: drásticamente. En un año y medio, la pobreza bajó del 32,2 al 25,7 por ciento. A ese ritmo, en seis años la Argentina tendrá una pobreza de un dígito, hazaña que no alcanza desde hace casi medio siglo. Y la inflación de 2017 fue 50% menor que la de 2016, y la menor desde 2011. Aun si la de 2018 termina siendo del 20%, como pronostican los pesimistas, sería la menor inflación desde 2006, con la sola excepción de 2009, año en que el PBI cayó seis por ciento.
Seis años para llegar a una pobreza de un dígito y baja de la inflación a la mitad en dos años (del casi 40% de 2016 al 20% de 2018), con el país creciendo al 3%, la inversión y las exportaciones industriales cuadruplicando esa cifra, mejora de la igualdad (según Gini) y triplicación de las reservas. Es entendible que se afirme que el ritmo de reducción de la pobreza no será sostenible en los próximos años y que se señale el retroceso en la lucha antiinflacionaria de los últimos meses. Pero que se califique de fracaso a la política económica solo puede ser producto de la ignorancia o de la mala fe. La ignorancia de los que dudaron en la época del "Menos pobres que en Alemania" y la mala fe de la maniobra "Macri-tortuga", que busca los mismos objetivos y tiene los mismos protagonistas (el populismo peronista y la derecha antiliberal) que la de 1966.
Pero aquel no fue el único golpe que los argentinos supimos conseguir. Para conservar el invicto de que ningún presidente civil no peronista haya concluido su mandato desde 1928, participamos también del derrocamiento de Alfonsín y De la Rúa. El camino hacia el primero fue pavimentado por la hiperinflación. ¿Y qué estamos presenciando hoy si no la apuesta deliberada de la oposición por llevar al Gobierno hacia la híper? Los mismos que mientras la inflación era de 1400% aumentaron las tarifas de Capital y el Gran Buenos Aires solo el 30%; los mismos que gastaron 150 mil millones de dólares (¡el equivalente a 17 autopistas entre Ushuaia y La Quiaca!) en subsidiar a la población más rica del país; los mismos que gastaron en esos subsidios tres veces más que en todos los rubros de la asistencia social; los mismos que distribuyeron tan mal que el 10% más rico recibió 300% más subsidios al gas y 50% más subsidios a la electricidad que el 10% más pobre; los mismos que nos llevaron del autoabastecimiento y la exportación a la importación de fuel oil de Venezuela y a los barcos con gas licuado extraviados por De Vido; los mismos que nos dejaron con apagones semanales y cortes de calles con neumáticos en llamas cada verano y con juicios pendientes por 3.400 millones de dólares en los tribunales internacionales, salen hoy en todas las cámaras del país a exhibir su sensibilidad social y explicar cómo se sale del pandemónium que ellos mismos armaron. Y lo hacen frente a periodistas que los escuchan con cara de seriedad y jamás les preguntan por qué no lo hicieron antes, cuando sobraba la plata, ni de dónde piensan sacar los recursos para seguir subsidiando. ¿De la emisión y la consecuente inflación? ¿De un mayor endeudamiento? ¿De una reducción de la obra pública o de la supresión del gasto social?
El objetivo de la oposición y sus comparsas es simple: voltear una política energética que permitió reducir 80 mil millones de pesos el déficit de 2016, y que fue y es fundamental en la baja de la inflación; una política que atrajo ya 8 mil millones de dólares en inversiones en energías tradicionales que permiten dar trabajo, reducir costos, brindar competitividad a la industria y llevar servicios a millones de argentinos, comenzando por los 140 mil hogares a los que llegará el gas gracias a los nuevos gasoductos Cordillerano, de la Costa Atlántica, Regional Centro y el "lechero" de Santa Fe. No son solo promesas. En dos años se construyeron 26 centrales térmicas y se adjudicaron 147 proyectos de energías renovables, con inversiones de 7 mil millones de dólares dirigidas principalmente al interior del país.
No son pocos los logros de Macri-tortuga ni vamos camino a la híper, sino en la dirección opuesta. Pero la más insidiosa de las estrategias golpistas que los muchachos de siempre están utilizando es la que funcionó con De la Rúa: dividir al oficialismo; desgastar la confianza y la unidad de quienes ya tenemos suficientes problemas con no poseer mayoría en ninguna de las Cámaras y deber consensuarlo todo con una oposición mayoritariamente golpista. El Macri-tortuga, los paros sectoriales convocados con cualquier excusa que recuerdan los 13 paros que Ubaldini le hizo a Alfonsín, los palos en la rueda que buscan la hiperinflación son y serán ineficientes a menos que logren dividir a la coalición parlamentaria oficialista como sucedió en los años anteriores a la destitución de De la Rúa, precedida por la renuncia del vice, Chacho Álvarez, la quita de apoyo del partido gobernante a su propio presidente, los cacerolazos inconscientes de la clase media y los saqueos del Pejota bonaerense. Fue el tercero de los golpes que los argentinos supimos conseguir en este medio siglo, y el preludio de una de las peores crisis de nuestra historia, "solucionada" por Duhalde con un aumento de la pobreza del 50% en un solo año y la entrega del poder al kirchnerismo; que abusó de él durante 12 años, con consecuencias que no hace falta repetir.
¿Habremos aprendido la lección?