¿Qué puede salir mal? El dilema Churchill-Chamberlain

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El nacionalismo populista es la globally-coming tragedia (El nacionalismo populista es la tragedia que se viene en todo el mundo). La frase forma parte del encabezado de mi cuenta de Twitter desde su creación, en junio de 2009. Y aquí estamos, hoy; presenciando el advenimiento de fuerzas autoritarias y antidemocráticas nacionalistas-populistas en toda Europa, pagando los platos rotos por el chavismo y lamentando las desgracias de Venezuela en Latinoamérica, esperando la cumbre entre Donald Trump y Kim Jong-un y, sobre todo, rezando para que el conflicto en Siria no desemboque en una escalada de consecuencias imposibles de calcular.

Insisto: no es la derecha ni la izquierda, y no es el populismo sino el nacionalismo. De Hugo Chávez a Trump, del Front National a Podemos, de Vladimir Putin a Kim Jong-un, un vasto frente de líderes autoritarios que cree que la mejor respuesta a la globalización económica no es la integración política, sino la defensa a rajatabla de los intereses nacionales avanza en todo el mundo. Por derecha y por izquierda. El populismo es la forma que adopta, pero su contenido es nacionalista: aislamiento económico y agresividad internacional, rechazo del comercio global y xenofobia anti-inmigratoria, refuerzo del delirio identitario nacionalista. En un tiempo se decía "Deutschland, Deutschland über alles" ('Alemania, por encima de todo'), y ya sabemos cómo terminó.

Pero los seres humanos solemos aprender poco de la historia, y cada nueva generación cree tener derecho a su propio fascismo y a su propia guerra. No estoy diciendo, claro, que la situación internacional se asemeje a la de 1939, cuando Hitler se lanzó sobre el resto de Europa. Digo que se parece cada vez más a la de 1914, año en el que la tragedia nacional-socialista se gestó. Para quienes no lo sepan o no lo recuerden, el año 1913 fue el último de una era dorada: la Belle Époque.

Terminaron entonces, a manos de la crisis económica, siete décadas de expansión económica mundial y de auge del comercio y las migraciones internacionales. En todos lados se apostó al "sálvese quien pueda", el manejo internacionalmente coordinado de la economía fue rechazado, prevaleció el proteccionismo nacionalista y comenzaron las guerras comerciales. Y cuando, previsiblemente, las economías se derrumbaron, se aceleró la carrera armamentista y un oportuno atentado en Sarajevo terminó de desencadenar los 30 años más terribles de la historia de la humanidad. La desocupación encontró entonces rápida solución: transformar los desocupados en muertos.

Millones cayeron siguiendo la consigna de poner a los intereses de la propia nación por encima de todo, decenas de países se desmoronaron en la barbarie y la ruina, y la destrucción bélica de 1914-1918 fue seguida por el deseo de revancha de los perdedores, un ascenso nacionalista aún más delirante y una guerra todavía peor, la de 1939-1944.

De nada sirve, desde luego, recordar que después de dos guerras mundiales en 30 años, y después de una guerra, la segunda, la peor guerra y el peor genocidio de la historia humana, fueron creadas dos organizaciones internacionales (las Naciones Unidas, en 1945, y la Comunidad Europea del Carbón y el Acero, en 1950) que fueron capaces de evitar un conflicto mundial durante siete décadas. El nacionalista convencido encontrará mil razones para explicar este milagro, señalará los muchos conflictos que se desarrollaron en esos mismos años y cerrará los ojos a la evidencia histórica: el peor riesgo de que se desatara la tercera guerra mundial (la crisis de los misiles en Cuba, 1962) fue conjurada in extremis por la ONU en una histórica sesión del Consejo de Seguridad.

Que el desarrollo tecnológico, la revolución digital y la globalización económica conduzcan hoy inexorablemente hacia un mundo cada vez más integrado e interdependiente es irrelevante para el nacionalista intrínseco. Para él, la historia es reversible, y nada cuesta seguir manejando las crisis de la sociedad mundial hiperconectada del siglo XXI con los instrumentos nacionales diseñados durante el siglo XVIII; en un universo pre-eléctrico de industrias manufactureras y locomotoras a vapor. "¿Qué puede salir mal?", argumenta.

Cada cual a su manera, Putin y Trump, con sus ensoñaciones retrógradas de retorno a la grandeza nacional, son las manifestaciones políticas más notables de este delirio anacrónico. "Make America great again" ('Hagamos nuevamente grandes a los Estados Unidos'), promete uno; mientras el otro declara que la desintegración de la Unión Soviética ha sido la mayor tragedia de la historia y se propone reconstruir el poder imperial ruso con los mismos métodos de Stalin y los zares. Construcción de un muro en la frontera con México. Salida del Acuerdo Transpacífico y acaso del NAFTA. Restricciones a la importación de acero con el posible comienzo de una guerra comercial con Europa y China. Expulsión de inmigrantes. Interferencia del Kremlin en las elecciones estadounidenses. Invasión de Crimea. Guerra digital contra Estonia. Apoyo al régimen criminal de Bashar al Assad. Ataques a la población civil con armas químicas. Bombardeos como represalia. Parálisis en el Consejo de Seguridad. "¿Qué puede salir mal?", dice el nacionalista.

Pueden salir mal dos cosas. Puede salir mal que los dos nacionalistas-populistas que gobiernan las dos naciones que lideraron el siglo XX se peleen, que los sucesos de Siria desencadenen una escalada y que otras siete décadas de paz mundial tambaleen o se terminen definitivamente. O puede salir mal lo contrario, y los dos gobernantes nacionalistas-populistas de las naciones que lideraron el siglo XX se alíen, como en 1939 hicieron Hitler y Stalin, para repartirse buena parte del mundo, mientras simulan pelearse. "Siria para vos, Estonia para mí". Algunos gritos y amenazas en los foros internacionales. Fulbito para las tribunas. "Lo que quieras de Medio Oriente para vos, Ucrania para mí". Y otro paso. No es casualidad.

Un escenario internacional determinado por el avance de las fuerzas tecnológicas y económicas globalizantes pero políticamente dominado por fuerzas nacionalistas no es capaz de poner alternativas decentes sobre la mesa. Los Estados Unidos de Trump, la Rusia de Putin y la China de los burócratas del Partido Comunista. Cada uno con sus ideas nacionalistas del siglo XVIII en la cabeza y sus ojivas nucleares globales guiadas por satélites del siglo XXI en sus arsenales. ¿Qué puede salir mal?

Un escenario global dominado por ideas y prácticas nacionalistas conduce a dilemas insolubles. Por ejemplo: ¿qué pueden hacer las fuerzas pacifistas y democráticas del mundo ante el aberrante ataque a la población civil con armas químicas por parte de Bashar al Assad? La estrategia Chamberlain, primer ministro británico que intentó evitar la guerra con Hitler mediante sucesivas concesiones, puede llevar hoy a Putin a considerar que tiene las manos libres y avanzar en todos los frentes. Pero la estrategia Churchill, que consideró que la guerra con Hitler era inevitable, se negó a hacer concesiones y salvó al mundo del totalitarismo nazi, ¿es adecuada al mundo actual? ¿Es Putin equivalente a Hitler? ¿Una guerra a gran escala desarrollada con armamento inmensamente más poderoso que el disponible en la década del cuarenta no tendría consecuencias destructivas incomparables con aquella? ¿No sería incalculablemente destructiva para toda la humanidad? ¿Vale la pena correr semejante riesgo? Y si no, ¿ofrece la estrategia Chamberlain alguna garantía de paz?

Es la definición misma de "dilema". Según la RAE, 'situación en la que es necesario elegir entre dos opciones igualmente buenas o malas'. En este caso, entre dos opciones igualmente pésimas. Dejar el ataque con armas químicas sin respuesta, abandonando a miles de sirios a su suerte y alentando escaladas rusas en todo el mundo; o responder con bombardeos, arriesgándose a desatar la escalada que se quiere evitar. La alianza entre Estados Unidos, Reino Unido y Francia ha optado por esta última estrategia. Sus resultados se verán. Pero lo que queda claro es la insuficiencia del sistema de seguridad de la ONU, que por décadas fue capaz de evitar el advenimiento del infierno a la Tierra, pero no da más.

La ONU necesita una reforma que democratice y profundice sus poderes; y uno de sus puntos fundamentales es la reforma de su Consejo de Seguridad, esa suerte de embrión de Ministerio de Seguridad Mundial. Abandonar el esquema por el cual los vencedores de la Segunda Guerra Mundial se aseguraron el control de la sala de los botones es imprescindible. La paulatina configuración de un Consejo de Seguridad representativo de la situación actual, y no la de posguerra, estructurado de manera más regional que inter-nacional y con restricciones progresivas a la capacidad de veto debe estar en el futuro de la ONU si no quiere terminar de caer en la irrelevancia.

Mientras se avanza en esta dirección, es ya posible declarar inválido el derecho de veto en situaciones de genocidio o de atrocidades masivas como las cometidas en Siria por Al Assad. Sería un paso adelante. Habilitaría intervenciones colectivas sometidas al escrutinio internacional e impulsadas desde la ONU que hoy no son posibles; con una mejora decisiva respecto de las actuales acciones unilaterales. Existen ya tres propuestas al respecto. Sorprendentemente, una de ellas fue presentada por Francia, un beneficiario del sistema de veto. Y otra, por un grupo de notables (The Elders-Los Ancianos) convocado originalmente por Nelson Mandela y encabezado por el ex secretario general de la ONU, Kofi Annan. ¿Utopía? No mayor que lo que hubiera parecido la propuesta de creación de Estados nacionales democráticos en los albores de la era industrial.

El nacionalismo populista es la globally-coming tragedia. La humanidad ha entrado en una nueva era. Desconocerlo es tonto. Ignorarlo es suicida. La arquitectura política y las estrategias del pasado solo pueden llevarnos a las tragedias del pasado. No hay soluciones rápidas ni simples, pero la institucionalización de un orden global democrático aparece en el horizonte político de la sociedad mundial. Démosle una oportunidad a la paz a través de la democracia. Antes de que sea tarde. En lugar de seguir preguntándonos: ¿Qué puede salir mal?

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