A finales de marzo Hamas llamó a los palestinos a participar de demostraciones masivas contra Israel en conmemoración de la Nakbah, "la catástrofe", que coincide con el aniversario del establecimiento de Israel. Mientras el Estado judío celebra su independencia, los palestinos conmemoran la desposesión de los árabes en 1948. En anticipación a esta fecha, el 14 de marzo, según el calendario gregoriano, Hamas movilizó a miles de manifestantes gazatíes a la frontera con Israel. Los medios internacionales recogieron inmediatamente la magnitud de las protestas y el daño que arrojaron. Cientos resultaron heridos y por lo menos 19 personas perdieron la vida durante la primera demostración que tuvo lugar el 30 de marzo. Otras nueve personas habrían muerto durante protestas el 6 de abril y es muy probable que se sigan reportando fatalidades en las próximas semanas.
La atención mediática se enfocó en el supuesto uso indiscriminado de la fuerza por parte de Israel, cuyos soldados utilizaron munición real para dispersar una manifestación en su mayor parte pacífica. Por otra parte, Israel argumenta que la mayoría de las víctimas fatales son terroristas, algunos de ellos miembros del brazo armado de Hamas. Fuentes israelíes advierten que los manifestantes al frente intentaron romper la cerca fronteriza y que agentes de Hamas quemaron neumáticos, lanzaron cócteles molotov, e incluso abrieron fuego con rifles de asalto. No obstante, la represión israelí trajo el oprobio de números políticos y columnistas.
Si bien el accionar de Israel es cuestionable, lo que los medios internacionales y algunos políticos pierden de vista es el interés pragmático que viene detrás de las movilizaciones. Las protestas constituyen una suerte de "manotazo de ahogado", un acto de desesperación de Hamas para mantenerse a flote y seguir siendo relevante en la escena palestina.
Para empezar, teniendo en cuenta que Israel presentó las debidas advertencias antes de que se materialice la llamada "Marcha del Retorno", cabe decir que sus organizadores eran conscientes de los riesgos. Incluso los enemigos más acérrimos de Israel saben que este no se toma su seguridad livianamente. Todo precedente reciente indica que Israel actúa con crudeza a los efectos de desalentar futuras campañas que pongan en riesgo su bienestar. Desde el punto de vista israelí, el escenario de 20 mil manifestantes enojados intentando cruzar la frontera representa un claro peligro. De salirse con la suya, las fuerzas de seguridad tendrían que rodear y detener a cada uno de los palestinos. Esta óptica justifica la respuesta israelí, asumiendo que efectivamente haya existido riesgo de infiltración.
Sería difícil sostener que Hamas no se esperaba una respuesta violenta. Así y todo, el grupo consistentemente busca que los suyos caigan frente a fuego israelí para alimentar la narrativa de martirio y la retórica de víctima: componentes ideológicos esenciales que hacen a la legitimidad del grupo. Podría decirse que las manifestaciones masivas acontecidas estos días tienen que ver con la especial significancia que tiene todo aniversario redondo, dado que el conflicto árabe-israelí cumplirá 70 años de existencia. Sin embargo, el quid de la cuestión es más profundo y estriba en la marginalización creciente de Hamas en su propio patio de juego.
En este espacio ya desarrollé la crisis existencial que viene atravesando la organización islamista. Frente a la guerra fría en Medio Oriente entre Arabia Saudita e Irán, Hamas quedó catalogada en el bando persa. Además, en vista de las secuelas de la llamada Primavera Árabe, siendo un eslabón de la Hermandad Musulmana, Hamas quedó como un troublemaker, como un agente instigador y contestatario que no ayuda a la estabilidad de la región. Los tiempos cambian y ahora los sauditas quieren acercarse a los israelíes. Sin ir más lejos, Riad está pidiendo a sus aliados en Amán, Abu Dabi y El Cairo aumentar la presión sobre los protagonistas palestinos para que se acerquen a la mesa de negociaciones y pongan punto final a las disputas.
Este contexto es especialmente calamitoso para Hamas, que, a diferencia de la secular Al-Fatah, no reconoció la existencia de Israel. Esto explica que la organización haya dado cierto giro pragmático el año pasado, al presentar un nuevo documento político que suaviza el virulento lenguaje de su carta fundacional. Aunque la honestidad del grupo puede ponerse en tela de juicio, lo cierto es que la organización islamista está intentado blanquear su imagen. La campaña de rebranding no necesariamente implica que el grupo esté moderándose, pero sí refleja que es un actor que sabe leer y apreciar las circunstancias.
Por otro lado, en los últimos tiempos la tensión entre Hamas y Fatah ha recrudecido. Como explicaba en otra columna, el presidente Mahmud Abbas acusa a sus rivales de querer descarrilar el acuerdo de unidad pactado en octubre de 2017. En concreto, acusa a Hamas de no garantizar la seguridad del primer ministro Rami Hamdallah, quien sobrevivió a un atentado en su contra el 13 de marzo. Más importante todavía, exige que los islamistas se desprendan de su brazo armado, un prospecto por lo pronto complicado y (lamentablemente) poco factible.
En conjunto, este clima se traduce en pocas fuentes de financiación externas, agotamiento económico en Gaza (en parte gracias al bloqueo egipcio e israelí), problemas sociales y descontento popular con los políticos conocidos. Una encuesta del Palestinian Center for Policy and Survey Research (PSR) indica que, de haber elecciones mañana, la intención de voto de los gazatíes se divide en partes iguales. Aproximadamente 30% votaría por Hamas y 30% por Fatah. Con esto en mente, la conmemoración de la Nakbah se traduce en una oportunidad para obtener réditos políticos apelando a instintos nacionalistas y pasiones religiosas.
Hamas tradicionalmente apela a la violencia para conseguir la tan ansiada retaliación israelí que conduce a la destrucción de Gaza. Esto siempre le sirvió para consolidar poder con la monopolización de la distribución de la ayuda. Sin embargo, Israel ahora cuenta con el sistema cúpula de hierro (Iron Dome) que intercepta cohetes en el aire y también construye un muro subterráneo para evitar infiltraciones. Con menos opciones sobre la mesa, Hamas encontró en la Nakbah una solución atractiva para volver a ser el centro de atención. Sus representantes pueden decirles a los críticos internacionales que tienen poco control sobre las expresiones de descontento popular, acaso causadas por siete décadas de desarraigo, y probablemente salirse con la suya.
Como sugieren por ejemplo Imad Alsoos y Avi Melamed, Hamas está logrando ocupar su brazo armado con tareas funcionales a su politburó. Como la resistencia armada es políticamente mal vista entre los Estados árabes vecinos, y además irrealizable desde el plano táctico, Hamas apuesta a la táctica mejor empleada por Fatah, la llamada muqawama o 'resistencia civil'. Aunque los islamistas saben a ciencia cierta que no conseguirán el aval de los países vecinos, sino más bien todo lo contrario, anticipan el apoyo de la opinión pública en las democracias occidentales. Pero lo que los burócratas europeos no comprenden es que están cayendo en una trampa.
Al condenar a Israel inadvertidamente están ayudando a Hamas a legitimarse frente a su pueblo, contrariando los esfuerzos de Egipto y Arabia Saudita. A diferencia de la Unión Europea, estos países árabes no emplean jugarretas, sino que emplean tácticas propias de Medio Oriente, combinando garrotes y zanahorias. Según informes de prensa, actuando en tándem con los sauditas, los egipcios estarían dispuestos a abrir el paso fronterizo de Rafah entre Gaza y el Sinaí más regularmente, siempre y cuando Hamas ponga coto a la "Marcha del Retorno".
En cualquier caso, dado que las protestas están asociadas con Hamas, la autoridad de los palestinos internacionalmente reconocida que comanda Abbas sale desfavorecida. La relación entre seculares e islamistas se reduce a un juego de suma cero donde las ganancias de uno son las pérdidas del otro. Si las cosas siguen empeorando, el bando de Abbas podría preparar marchas en Cisjordania bajo las banderas amarillas de Fatah. Desde el punto de vista cínico de la política, no se trata tanto de expresar agravios contra la ocupación israelí como sí de reclamar el liderazgo de la causa palestina. Como expresa Melamed, se trata de un juego peligroso que puede salirle mal a ambas partes. La violencia y las protestas contra Israel pueden ser utilizadas para cosechar réditos políticos en casa, pero a su vez pueden traer daños colaterales importantes, arriesgando además el enojo de Riad y las capitales sunitas.
De todas maneras, es muy plausible de que la violencia se recrudezca. Se supone que el 14 de mayo Donald Trump inaugurará la embajada estadounidense en Jerusalén, cosa que sin duda es vista como una provocación por la opinión pública palestina. En mi opinión, los servicios de seguridad tienen que operar con más cautela. Aunque Israel tiene que trazar sus líneas rojas de forma explícita, aprovechando canales diplomáticos extraoficiales para coordinar con sus vecinos árabes, a su vez tiene que autolimitarse para prevenir eso mismo que quiere evitar. Los titulares haciendo eco de la muerte de palestinos son serviciales a los instigadores de las protestas, ya que se prestan como leña al fuego.