La doble vara: machismo también en la causa ambiental

Lorena Pujó

El 8M de este año fue el disparador de una serie de denuncias de acoso sexual y laboral de muchas ex empleadas y voluntarias de Greenpeace Andino y de otras oficinas de la organización ecologista internacional. Las acciones reproducidas en medios y redes que Greenpeace llevó adelante el Día Internacional de la Mujer fueron el dedo en la llaga que hizo públicos los más diversos casos de abusos cometidos en su mayoría contra las mujeres de la organización.

Un mes después, las denuncias se expandieron y se empezaron a reportar casos de abusos en Chile, Brasil, México, Dinamarca, Italia e India, entre otros lugares. En Argentina, siguen creciendo los testimonios contra Martín Prieto, director ejecutivo de la ONG ambientalista más influyente y financiada por donantes solidarios. Un mes también es el tiempo que el silencio es la única respuesta institucional por parte de Greenpeace y su director.

"En Greenpeace no está bueno ser mujer". Con esas palabras, una ex compañera logró sintetizar las experiencias de abusos que padecimos las mujeres que trabajamos en esa organización. Lamentablemente, el machismo está presente en todos los ámbitos de la sociedad, incluso en aquellos en donde nos mueve la idea de construir un mundo mejor y más justo.

Esas prácticas y conductas son inadmisibles en organizaciones de la sociedad civil que, como Greenpeace, dicen pregonar los ideales de los derechos humanos, la justicia, el derecho a un ambiente sano y el respeto por todos los seres vivos que habitan en nuestro planeta, mujeres incluidas. El problema es que muchas veces se terminan justificando ese tipo de conductas inaceptables, aprovechándose de la buena causa ambiental y el compromiso de las personas que se suman desde diferentes lugares convencidas de la importancia de su lucha.

Las organizaciones de la sociedad civil que como Greenpeace señalan con el dedo a instituciones de gobierno, empresas, personas, de la afectación al medio ambiente o de otros derechos, tienen que cumplir con estándares más estrictos de transparencia, gobierno democrático, rendimiento de cuentas y respeto por los derechos de todas las personas, especialmente con aquellas con las que mantienen una relación de poder, como empleadas y voluntarias. Si no, termina prevaleciendo la doble vara que denuncian en otros: "Haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago".

Resulta insostenible que su director ejecutivo, en su puesto desde hace más de veinte años, le imprima a la organización un estilo basado en la denigración, el maltrato a empleadas y voluntarias, el acoso laboral y sexual, el hostigamiento y la recarga laboral discriminatoria.

La autora es licenciada en Relaciones Internacionales y trabaja en comunicación y política ambiental. Fue coordinadora de campañas en Greenpeace Argentina.