El escándalo sobre la pedofilia en torno del fútbol revelado durante los últimos días recién comienza y promete, como de costumbre, alcances insospechados. Nada de esto es, de todos modos, novedoso. Su antecedente histórico más granado fue el famoso escándalo de los cadetes de agosto de 1942.
La prostitución homosexual era asunto corriente en el Buenos Aires moderno y cosmopolita, congregaba a jóvenes de condición humilde con personajes de clase alta. El moralismo exacerbado por el ascenso del integrismo católico desde los años 30 exigió a sus protagonistas ajustar una organización más rigurosa de sus fiestas y sus eventos eróticos. Juan José Sebreli recuerda las secuencias del episodio en su magistral "Historia secreta de los homosexuales de Buenos Aires" incluido en su libro Escritos sobre escritos, ciudades bajo ciudades.
Los promotores de las fiestas eran personalidades encumbradas que requerían de los servicios indispensables de relacionistas públicos por entonces denominados "procureurs", que oficiaban como nexo entre los anfitriones y los invitados. Los más codiciados eran jóvenes pobres, en su mayoría durante los 30 y 40, inmigrantes recién llegados del interior, asiduos concurrentes a los baños públicos de bares, cines, teatros y estaciones terminales (las célebres "teteras", según el argot marginal) para ganarse unos pesos hasta encontrar un trabajo estable. Algunos convirtieron su afición en oficio, reconocidos en la jerga de la época como "chongos", prostitutos ponderados por sus dotes y potencia erótica asociados a los estereotipos de la masculinidad legendaria de los criollos del interior.
La red estaba encabezada por dos jóvenes aristócratas: Jorge Ballvé Piñero y Rómulo Naón, que operaban desde sendos departamentos ubicados respectivamente en las calles Junín y Beruti. Contaban con los servicios del "procureur" Jorge Olchansky, apodado "Celeste Imperio", inmigrante ruso que vivía en una humilde pensión del centro, y de su socia, Blanca Nieve Abratte, alias "Sonia". Mientras que el primero se encargaba de reclutar "chongos" y aficionados en los urinarios y demás sitios de "ligue", esta última lo hacía respecto de jóvenes más bien de clase media. Su operación más exitosa fue aquella por la que logró seducir a jóvenes cadetes del Colegio Militar que, al salir de la misa dominical en San Nicolás de Bari, se reunían en la esquina luciendo sus impecables uniformes. Sonia logró persuadirlos de participar de una fiesta en el departamento de Junín.
El escándalo se desató porque que Ballvé era aficionado a la fotografía, cuyas tomas en medio de las fiestas ordenaba en un riguroso catálogo en donde detallaba las fechas y los partícipes. Una joven asidua le hurtó algunas en las que los cadetes aparecían solo vestidos con sus gorras. A continuación, procedió a chantajearlos y obligaba a algunos a robarles a sus familias para pagar la extorsión. Aparentemente, un par, no está claro si partícipe o no, los denunció a sus superiores, quienes ordenaron una investigación y requisaron sus armarios. De la investigación resultaron implicados 20 cadetes que fueron dados inmediatamente de baja.
Los jefes militares presentaron la denuncia ante el Senado de la Nación, en donde se constituyó una comisión investigadora que entregó sus resultados al fiscal Laureano Landaburu y al juez Narciso Ocampo Alvear (se trata del abuelo materno del ex ministro de Educación y actual senador del PRO Esteban Bullrich). Naón logró huir a Montevideo, pero su socio Ballvé fue capturado y condenado a 12 años de prisión, y el relacionista Olchansky, deportado. Filtraciones del expediente, algunas presumiblemente falsas urdidas por enemigos oportunistas, dieron cuenta que entre los concurrentes a las fiestas se encontraban abogados, escribanos, políticos, periodistas, artistas, oficiales de las Fuerzas Armadas y hasta dos obispos junto con un florista, un colectivero, un vigilante y varios "chongos" anónimos. Incluso el prestigioso arquitecto Jorge Duggan se suicidó tras purgar la pena y un renombrado periodista debió publicar una solicitada para resguardar su buen nombre y honor.
El escándalo terminó haciendo las delicias de la picaresca porteña en los barrios cuyas muchachadas se lanzaron a "cachar" a los jóvenes cadetes que retornaban a sus casas los fines de semana lanzándoles piropos y formulándoles propuestas indecentes. Al punto que, para evitar el escarnio, muchos decidieron transitar de civil, suscitando la inmediata directiva del Ministro de Guerra, general Pedro Ramírez, de usar obligatoriamente el uniforme so pena de ser dados de baja.
Pocos meses después se consumó el golpe militar filo fascista que derrocó al presidente Ramón S. Castillo y que terminó encabezado precisamente por el ex ministro Ramírez. Sin duda, el caso le sirvió a la reacción nacionalista para confirmar el grado de decadencia moral de nuestra sociedad, atribuible a su cosmopolitismo liberal. Uno de los argumentos de legitimación dilectos de aquel pronunciamiento de signo ideológico nacional católico.