El reciente fallecimiento de Stephen Hawking ha despertado diversos aspectos de su vasto legado. Uno de ellos, no tan enfocado en el cosmos, es su concepto de inteligencia como "la capacidad de adaptarse a los cambios". En su visión, no es más inteligente el mejor matemático, el mejor científico, literato, músico o empresario, sino que pueden serlo todos en la medida en que tengan la capacidad de adaptarse a los cambios de circunstancias que el entorno les impone. La clave es adaptarse al cambio, del contexto personal y del contexto de nuestra especie.
Hawking hace referencia a lo que se conoce como inteligencia adaptativa, pone el énfasis en un punto diferente al que tienen otras visiones sobre ese tema. Algunas concepciones previas han asociado a la inteligencia con la capacidad de resolución de problemas lógico-matemáticos, tradicionalmente vinculada al coeficiente intelectual-IQ. Otras, a la capacidad de desarrollo de relaciones interpersonales y el conocimiento intrapersonal, como el concepto de inteligencia emocional desarrollado por Daniel Goleman. Del mismo modo, otras vertientes han puesto el énfasis en la existencia de múltiples inteligencias (lógico-matemática, literaria, musical, deportiva, interpersonal, intrapersonal, etcétera), como el caso de Howard Gardner.
Adaptación y creación del cambio
La inteligencia adaptativa pone su acento en la capacidad de adaptarnos a un contexto crecientemente cambiante, lleno de desafíos, incierto, impredecible, donde buena parte de los viejos patrones de comportamiento son puestos en cuestionamiento. El fin de la era del statu quo exige poner el énfasis en nuevas características, muy distintas, o no tanto, a las que se ponía énfasis en momentos previos de la historia de nuestra especie. En este marco, son otros los activos estratégicos que posibilitarán la supervivencia: la flexibilidad, la creatividad, la capacidad de innovar.
Sin querer volvemos al pensamiento de Charles Darwin y su visión respecto de la evolución y la supervivencia de las especies. Darwin, entre 1832 y 1834, cuando tenía 23 y 25 años aproximadamente, durante su viaje por las costas patagónicas de las actuales Argentina y Chile, fue analizando evidencia que lo hizo pensar que las especies iban desarrollando pequeñas adaptaciones según el contexto en el que le tocara vivir, lo cual le posibilitaba la supervivencia. No sobrevivían las especies más lindas ni las más fuertes, sino las que desarrollaban habilidades para adaptarse a los desafíos de un medio que podía ser cambiante.
Nunca la humanidad ha vivido un proceso de cambio tecnológico tan profundo y a un ritmo tan rápido como el que estamos viviendo en estos momentos. No podemos imaginar cómo serán nuestras vidas en 10 o 20 años. Ni la vida de nuestra especie en 50 o 100 años. Los humanos estamos generando cambios tecnológicos que incrementan la productividad, abren las puertas para innovaciones y despiertan nuevos desafíos. En este marco, la inteligencia se asocia con la capacidad de generar nuevas soluciones ante nuevos escenarios, tal como sucede en el mundo de los negocios, donde claramente se visualiza esta dinámica desde otra perspectiva. Ya lo dijo Joseph Schumpeter al hablar de destrucción creativa como esencia de la dinámica de la innovación y la mejora.
La historia de vida de Stephen Hawking habla por sí sola. Más allá de su genialidad intelectual, viene a nuestra mente su imagen flotando en el aire en un vuelo de gravedad cero a los 65 años. Esa imagen nos pinta de cuerpo entero su concepción de inteligencia como la capacidad de adaptación a las cambiantes circunstancias. Hawking ilumina no solo desde sus desarrollos teóricos, sino desde el entusiasmo con que vivió cada instante de su milagrosa vida. Sus innovaciones intelectuales recién han comenzado a dar frutos, cuyos resultados serán vistos incluso por las siguientes generaciones de humanos.
El autor es director ejecutivo de la Fundación Atlas para una Sociedad Libre.