El gabinete de guerra de Trump

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Las últimas semanas han visto cambios muy importantes en el gabinete de Donald Trump. Aunque ya no sorprende que el Presidente modifique su equipo, lo cierto es que las idas y vueltas de la Casa Blanca la han hecho impredecible. Trump lleva poco más de un año en el poder y, sin embargo, ningún presidente ha cambiado tanto a su personal como lo viene haciendo el magnate. A estas alturas no tan altas, los recambios perfectamente podrían quedar catalogados en una antología colorida. Pero así y todo no dejan de ser importantes, especialmente desde la dimensión internacional.

El 13 de marzo se anunció que Mike Pompeo, director de la CIA desde enero del año pasado, reemplazaría a Rex Tillerson como secretario de Estado. Anecdóticamente, el empresario petrolero se habría enterado de su despido por un mensaje por Twitter. Luego, el 22 de marzo se anunció que John Bolton, embajador ante las Naciones Unidas entre 2005 y 2006, reemplazaría al general H. R. McMaster como consejero de Seguridad Nacional. Sobre la primera designación, Pompeo es considerado partidario de la mano dura, y tiene un historial controversial por su postura antiinmigración y a favor de las "técnicas mejoradas de interrogación", un eufemismo de la era de George W. Bush para los métodos de tortura aplicados a presuntos terroristas. Sobre la segunda nominación, mientras que McMaster es considerado testarudo pero práctico (y con evidentes credenciales militares), Bolton es considerado un halcón poco diplomático, alguien que cree que todo puede resolverse por medio de la fuerza.

Para bien o para mal, estas designaciones marcan un fuerte giro en la administración Trump. Pese a la imprevisibilidad que caracteriza al Presidente, puede suponerse que su gestión estará más influenciada por postulados neoconservadores. Cuando Trump presentó su doctrina de seguridad en diciembre, el documento hacía hincapié en una estrategia de principled realism, es decir, "realismo basado en principios". En esencia una dicotomía, ahora podría esperarse que el segundo elemento de la expresión, la ideología, se imponga sobre las consideraciones prácticas o realistas.

James Mattis, el secretario de Defensa, dijo, en 2013, ante miembros del Congreso, que si el presupuesto del Departamento de Estado es achicado, él eventualmente tendría que "comprar más munición". En ese entonces, Mattis servía como comandante del Mando Central (Uscentcom), el organismo castrense que administra las operaciones estadounidenses en Medio Oriente. Volviendo al presente, Trump busca precisamente que Mattis compre más armamento para que su país "vuelva a ganar guerras". En estas circunstancias, los comentaristas dan por entendido que la llegada de Bolton y Pompeo al círculo íntimo del Presidente es otra piedra en el zapato de Mattis, considerado una de las pocas figuras "inmunes" a los estados de ánimo de Trump. En efecto, Jim es visto como el único que puede contener los peores impulsos del Presidente y transmitirle una apreciación fría y desapasionada de todo lo concerniente a la esfera militar. Mattis es un hombre de acción, un comandante militar retirado con alta estima en las Fuerzas Armadas.

Bolton y Mattis

Todos los analistas coinciden en que Bolton es el antónimo de Mattis. Notoriamente, Bolton quiere que Estados Unidos se desligue del pacto nuclear con Irán, y tiene fama por hablar de bombardear a los persas sin tapujos. Además, propuso recientemente atacar a Corea del Norte. Mattis, en cambio, propone un camino más diplomático o contemplativo. Paradójicamente, Barack Obama consideraba al comandante demasiado duro en sus posiciones de política exterior. Irónicamente también, Mattis supuestamente habría apoyado la remoción de H. R. McMaster de su cargo, en parte gracias a diferencias sobre cómo lidiar con Corea del Norte. El consejero de Seguridad Nacional saliente cree que las charlas con Pyongyang no traerán ningún resultado. (Mattis sostiene que la diplomacia es la única carta porque no hay solución militar viable). Sea cual sea el caso, ahora Mattis se enfrentará a un oponente más aguerrido en la competencia por el oído del Presidente.

Haciendo eco de tanta especulación mediática sobre la futura relación profesional entre ambas figuras, Mattis le dijo a Bolton lo siguiente: "He oído que eres el diablo encarnado y quería conocerte". Sucede que los medios estadounidenses más importantes, en su mayoría de inclinación demócrata, vienen bastardeado a Bolton, aduciendo que se trata de un hombre que le dirá a Trump lo que este quiere escuchar. Si bien el ex embajador no es tan diplomático, posee la labia que el Presidente carece para explayar ideas similares. McMaster, un hombre que vivió y estudió la guerra, sería entonces reemplazado por un halcón embarcado en una cruzada por la libertad.

Con McMaster y Tillerson fuera de la ecuación, Trump tendrá menos obstáculos para derogar el pacto con los iraníes, asumiendo que eso es lo que realmente quiera hacer. Mike Pompeo, el nuevo secretario de Estado, también es explícitamente detractor del llamado Plan de Acción Conjunto y Completo entre las potencias e Irán (o JCPOA, por sus siglas en inglés). Similarmente, mientras que Mattis y Tillerson creen que "la diplomacia y la presión económica" son la mejor estrategia para lidiar con Corea del Norte, el nuevo equipo es por lo pronto más reticente a esconder su predilección por los garrotes, "el fuego y la furia".

Pompeo y Tillerson

Sobre Pompeo, los comentaristas sugieren que, aunque se trata de un yes-man (que le dirá a Trump que sí a todo), el exjefe de la CIA no podrá reparar el daño institucional que el Departamento de Estado ha sufrido con los impulsos de Trump y la mala gestión de Tillerson. Según varias fuentes, el CEO petrolero intentó manejar su despacho como si se tratara de una corporación, ganándose la enemistad de los diplomáticos de carrera. Tillerson comenzó su labor con la idea de recortar significativamente el presupuesto y reorganizar la burocracia para hacer más eficientes los engranajes de la diplomacia, a expensas de perder a la gente más capacitada en las oficinas más importantes. Incluso si Pompeo lograse resolver estas dificultades, no hay ninguna garantía de que sus empleados lo respeten o quieran más que a Tillerson. A diferencia de lo que suele acontecer en América Latina, en Estados Unidos no es común que el Ejecutivo nombre a un monaguillo como canciller.

Por esta razón, tiendo a pensar que con Pompeo posiblemente se agrave la percepción, ya existente con su predecesor, de que el Departamento de Estado cada vez tiene menos influencia sobre el proceso de toma de decisiones. Además, así como Bolton y McMaster tienen perfiles distintos, Pompeo es en muchos aspectos el anti-Tillerson. Pompeo conoce bien el valor de la lealtad y la importancia de quedar bien con su jefe. Con el registro de tantos desplazamientos, despidos y designaciones, se espera que Pompeo no cometa el error de Tillerson, quien llamó "idiota" al Presidente, una primicia que ningún medio se abstuvo de reportar.

Pero Pompeo también tiene fama de extremista, y es visto como otro jugador beligerante que antepone las armas al diálogo. En el plano interno, defiende los programas de vigilancia doméstica y piensa que Edward Snowden debería recibir la pena de muerte. En resumen, es difícil concebir cómo su nominación mejore la situación de la diplomacia estadounidense, tanto en términos de reparar el daño institucional como en función de generar el llamado soft power o poder blando del que tanto se habla. Se supone que la función del secretario de Estado consiste en preocuparse ante todo por las zanahorias, relegando los garrotes al Presidente y al personal de defensa.

El gabinete de guerra

La percepción predominante en Estados Unidos es que a partir de ahora el de Trump es un "gabinete de guerra", y que solo Mattis tiene la influencia suficiente para ponerle los puntos al Presidente sin arriesgar ser despedido. Por esto mismo, muchos lo ven a él y al general Joseph Dunford, el presidente del Estado Mayor Conjunto, como la "última línea de defensa" de la razón contra la irracionalidad del Presidente y sus belicosos compañeros. En Washington se comenta que, tras la salida de McMaster, estos hombres serán "los últimos adultos en el cuarto". Está claro que el prospecto no suena alentador.

Desde lo personal, no creo que sea bueno que el presidente del país más poderoso del mundo sea asesorado casi exclusivamente por funcionarios que comparten su cosmovisión. En este sentido, aunque Tillerson difícilmente era el canciller ideal, su capacidad para mostrar discreción lo hace preferible a Pompeo. Por otra parte, dejando de lado cualquier sesgo ideológico, es lamentable que alguien de la talla de McMaster sea despedido. Tengo la opinión de que en los asuntos de alta política, y particularmente en los temas que tocan la guerra y la paz, las voces que más habría que escuchar son las militares. McMaster es visto como un soldado y un académico: alguien que conoce el costo de la guerra y que cuenta con el beneficio que confiere mirar las cosas con perspectiva histórica. Justamente, por esto mismo nadie pone en tela de juicio el valor positivo que trae Mattis a la administración Trump.

Ahora bien, Bolton no necesariamente será el "demonio encarnado". Quienes ofrecen una mirada más positiva del ex embajador sostienen que es metódico y detallista, y que tiene la capacidad para implementar los deseos del Presidente de forma efectiva y constructiva. Dado su historial de lucha implacable contra la proliferación de armas de destrucción masiva, el rigor de Bolton quizás desemboque en nuevos acuerdos menos permisivos con Irán o Corea del Norte. Eso, a mi criterio, sería un desarrollo muy positivo. La fuerza es el único lenguaje que las autocracias entienden, y la voluntad de emplearlas manda un mensaje muy contundente que suele obtener resultados. Cruzadas ideológicas aparte, los neoconservadores no desestiman el valor de los garrotes a la hora de alcanzar objetivos de política exterior.

Bolton es claramente un halcón, pero tiene más calificaciones que Pompeo. Pese a que seguramente coincida con Trump en muchos asuntos, cabe recordar que Bolton fue uno de los principales promotores de la guerra de Irak (2003) y que su crudeza significa que no está de acuerdo con que Estados Unidos se retire de Siria. También, en contraste con el Presidente, es duro con Rusia. En otras palabras, Bolton no será ipso facto un hombre de Trump, y nadie se sorprendería si, al cabo de algunos meses, es despedido. Su visión estratégica puede sonar parecida a la que intenta esbozar Trump, pero en rigor podría ser distinta en varios aspectos fundamentales. Trump representa una suerte de malograda síntesis entre el pensamiento conservador y el realismo antiintervencionista, y en tanto no determine un programa concreto, seguirá teniendo conflictos con sus asesores.

El "gabinete de guerra" no desencadenará el apocalipsis nuclear, pero su consolidación deja entrever dos cosas. Primero, muestra que Trump, aunque siempre impredecible, está codeándose con neoconservadores que priorizan sus doctrinas ideológicas antes que consideraciones de la llamada escuela realista. No obstante, en segundo lugar, el historial reciente sugiere que este nuevo arreglo podría ser solo temporario. De sucederse otro cambio de gabinete, quizás las voces más pragmáticas y menos beligerantes recuperen su influencia.

El autor es licenciado en Relaciones Internacionales y magíster en Estudios de Medio Oriente por la Universidad de Tel Aviv. También se desempeña como consultor en seguridad y analista político. Su web es FedericoGaon.com.

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