El escándalo de Facebook y la pérdida de confianza

Agustina Grigera

El escándalo protagonizado por Cambridge Analytica por la manipulación de los datos de 50 millones de usuarios de Facebook para microsegmentar mensajes políticos plantea dos escenarios para la reputación de esta red. Uno malo: se trató de impericia y desprolijidad para preservar los datos de sus usuarios, y otro muy malo: la filtración de datos obedece a la malversación.

Impactante pero no imprevisible, este episodio estalla en medio de un clima de preocupación mundial por la transparencia en la gestión de datos personales por parte de los gigantes digitales. Preocupación que llevó recientemente a la Unión Europea a acordar con Facebook, Google y Twitter una serie de regulaciones estatales en temas clave como la jurisdicción y la ley aplicable, los derechos del consumidor y la finalización del contrato de adhesión de los usuarios a las plataformas, entre otros aspectos.

Lo que resulta novedoso es que, a los ojos de los ciudadanos, las redes entran por primera vez en el panteón de aquellos actores e instituciones que se alejan del bien común para ocuparse de sus intereses egoístas. La crisis de Facebook se inserta en un profundo cambio de época en el que se vienen sucediendo y apilando la pérdida de confianza ciudadana en las instituciones y los liderazgos políticos, especialmente, pero no exclusivamente, en los vínculos interpersonales y ahora, en los canales y las fuentes de información.

Mediciones como la Encuesta Mundial de Valores, el Latinobarómetro y el Edelman Trust Barometer, entre otros, vienen documentando desde hace tiempo la pérdida de confianza en las instituciones políticas, las empresas, las ONG y los medios de comunicación. Pero el informe reciente del Edelman Trust Barometer, que se realiza en 28 países, incluida Argentina, muestra que la principal merma de este capital simbólico recae ahora sobre la producción y la gestión de la información, lo que cuestiona de manera contundente la credibilidad de las redes y los motores de búsqueda.

Es que, además de las sospechas sobre la gestión de datos personales, las redes han sido escenario de prácticas vinculadas con el engaño, como las cibertropas y los falsos seguidores, y a diversos tipos de violencia, como los trolls, el ciberacoso y el grooming, entre otros. Pero, sobre todo, han sido el principal agente para la propagación de las noticias falsas y han quedado asociadas con el cuestionamiento de procesos electorales como la votación presidencial estadounidense y el Brexit, entre otros. Aunque las fake news han existido desde siempre, ahora se ven extremadamente amplificadas por el alcance y la horizontalidad de los flujos informativos.

No es de extrañar que el 70% de los encuestados por el Edelman Trust Barometer considere que Facebook, Twitter o Instagram hacen "demasiado poco" para prevenir las acciones ilegales o no éticas, y que el 64% opine que las redes deberían estar más reguladas.

Está claro que la revolución tecnológica no ha sido empatada, de momento, por una revolución de los contenidos. La agenda que viene y que hace a la recuperación de la confianza en los medios, las redes y los motores de búsqueda, debe incluir la calidad de la información, el entrenamiento de las audiencias para que puedan sustentar esta demanda y el debate sobre la regulación del uso de datos por parte de las redes. No se trata solamente de una cuestión ética, sino de supervivencia: los actores de la información dependen, para respirar, de un capital simbólico centrado en la confianza ciudadana en la información que producen y circulan.

Mientras observamos en los próximos días si Facebook logra salir del pantano y recupera su reputación, vale un dato que resulta estratégico en la difícil tarea de retomar confianza en las instituciones políticas: como advierte Pierre Rosanvallon, estudioso de los problemas de la representación política y del buen gobierno, los ciudadanos esperamos de nuestros líderes e instituciones tres valores fundamentales: que se hagan responsables, que hablen con la verdad y claro, y que hagan su mejor esfuerzo, independientemente de los resultados.

El pedido de disculpas de Mark Zuckerberg y el reconocimiento de su responsabilidad podrían ir en esta dirección. Queda por ver si gustan, sorprenden o enojan.

La autora es coordinadora de la Licenciatura en Ciencia Política, Universidad de Palermo.