Sobre el evolucionismo

Alberto Benegas Lynch (h)

El conocimiento es fruto de largos y difíciles recorridos en un proceso de constantes corroboraciones provisorias y refutaciones al efecto de reducir en algo nuestra colosal ignorancia. Nunca el ser humano, limitado e imperfecto, llega a una meta final. Siempre es en el contexto evolutivo, ya se trate de metafísica, moral, ciencias sociales o ciencias experimentales. Solo un desconocimiento palmario de lo dicho puede conducir a la negación del evolucionismo en todas las materias concebibles.

En esta nota periodística, debido al motivo central de nuestras averiguaciones, apuntamos nuestra atención a las ciencias físico-químicas, que en su tronco medular van en la secuencia Copérnico-Galileo-Kepler-Newton-Einstein-Planck-Hawking y paralelamente, siempre en lo que ahora nos concierne, las contribuciones de Darwin y colaterales.

La teoría del Big Bang o explosión inicial fue primero esbozada por el sacerdote belga Georges Lemaître, en 1927, y luego desarrollada por otros autores. Un acontecimiento acaecido circa 15 mil millones de años atrás en sucesivos pasos de enfriamiento desde unos diez mil millones de grados centígrados, en el contexto de un proceso de radiación y la constitución de unas pocas partículas elementales y la formación de átomos enteros. Simultáneamente, estos fenómenos físicos conllevan fuerzas gravitatorias, electromagnéticas y nucleares.

La hipótesis para el futuro estriba en una paulatina contracción desintegradora del universo con la multiplicación de agujeros negros gravitacionales, lo cual se especula sobre la posibilidad de que sean el resultado de ciclos repetitivos.

En 1865, el monje Gregor Mendel, el padre de la genética, descubrió algunas de las leyes de la trasmisión hereditaria, lo cual no se había difundido aun cuando, en 1859, Charles Darwin escribe El origen de las especies, quien el año anterior había recibido el informe de Alfred Wallace sobre la selección natural y en gran medida basó su tesis evolucionista en las contribuciones muy anteriores de Bernard de Mandeville sobre la evolución cultural y la transformación de las especies por parte de Jean-Baptiste Lamarck. Como es sabido, el desarrollo de la genética contemporánea se debe principalmente a los múltiples trabajos de Theodosius Dobzhansky, quien, junto a otros colegas modernos como Spencer Wells, en su The Journey of Man. A Genetic Odyssey, refutan la atrabiliaria noción de "raza".

Desde entonces los paleoantropólogos han debido encarar una ardua faena en las conclusiones respecto a la cadena evolutiva desde los antiguos primates a los hominoideos, el Homo habilis, el Homo erectus, el Homo sapiens hasta el hombre actual. En estas investigaciones han colaborado en el fenómeno evolutivo zoólogos de fuste como Pierre-Paul Grassé, especialmente en su Evolución de lo viviente, donde, entre otros asuntos, critica la extendida noción del azar, que comparte con pensadores tan alejados como Voltaire y Max Planck, tal como lo han venido haciendo autores como Jacques Monod.

Por su parte, el paleontólogo Stephen Jay Gould incorpora una variante a la teoría evolucionista darwiniana en el sentido de enfatizar que los cambios no se producirían paulatinamente, sino de a saltos más o menos bruscos (en su Desde Darwin). También es pertinente destacar que el premio Nobel en física, Francis Crick, en Life Itself, mantiene que el inicio del proceso evolutivo proviene de otros planetas cuyas manifestaciones fueron trasmitidas a la Tierra.

Muy al contrario de lo consignado por Thomas H. Huxley en cuanto a que "la alternativa es darwinismo o nada", numerosos científicos han criticado severamente lo sostenido por Darwin en cuanto a que en el proceso evolutivo hasta el hombre sería una cuestión de grado y no de naturaleza, ya que aquellos autores subrayan una diferencia radical de naturaleza en la antes referida evolución, al emerger, para recurrir a terminología popperiana, los estados de conciencia, la mente o la psique. Este cambio radical es inexorable, puesto que si fuéramos solo kilos de protoplasma, no habría tal cosa como ideas autogeneradas, argumentación, revisión de los propios pensamientos, proposiciones verdaderas y falsas, responsabilidad individual, ni moral, ni libertad si no hay libre albedrío y propósito deliberado.

Estas últimas conclusiones son suscritas por muchos autores de peso, por ejemplo, por el premio Nobel en neurofisiología, John Eccles, en sus numerosos libros, entre ellos, La psique humana.

Ahora viene un asunto de importancia que es frecuentemente confundido con religiones oficiales y dogmas varios. El antedicho Big Bang generó toda la materia que conocemos, que, como es sabido, es contingente, es decir, puede haber sido o puede no haber sido, sin embargo para que aparezca lo contingente debe haber una causa necesaria, a saber, un principio inexorable. El lector de estas líneas procedió de sus progenitores y ellos, a su vez, de los suyos, y así sucesivamente pero no ad infinitum. De lo contrario, si pudiéramos ir en regresión sin fin, querría decir que las causas que lo engendraron nunca comenzaron, lo cual no permitiría su existencia. Por ende, es necesaria una primera causa, que se la puede denominar el inicio, la causa primera, la perfección, Dios, Alá, Yahvé o lo que fuere, como queda dicho, sin tener que mezclarlo con religiones oficiales o dogmas.

En este sentido, estimo muy ilustrativa la reflexión del sacerdote católico, doctor en física y doctor en filosofía, Mariano Artigas, en su obra Las fronteras del evolucionismo, prologada por el antes mencionado premio Nobel, Eccles: "No se comprende bien por qué sería una deshonra que el hombre descendiera de otros animales. Al fin y al cabo, el hombre es un animal […] Las dificultades surgen cuando lo que se pretende afirmar es otra cosa: que el hombre es solo un animal como los demás: más evolucionado pero con una diferencia de más o menos en la misma línea (o sea solo con una diferencia de grado)".

Nathaniel Branden, en Free Will, Responsability and the Law, se refiere al materialismo filosófico o determinismo físico que procede de sostener que no hay tal cosa como psique al escribir que si eso fuera cierto, no resultaría posible ningún conocimiento propiamente dicho, ya que no podría reclamar validez de lo que dice, incluyendo la teoría del determinismo.

Hywel Lewis, en Persons in Recent Thought, subraya los cambios constantes en toda la estructura anatómica del ser humano y, sin embargo, conserva su identidad a través del tiempo. Noam Chomsky, en Languaje and Mind, explica que el lenguaje humano nada tiene que ver con la comunicación animal, puesto que se trata de "una organización mental completamente diferente". El mismo autor señala: "No hay forma en la que los ordenadores complejos puedan manifestar propiedades tales como la capacidad de elección […]. Un ordenador no puede entender el lenguaje del mismo modo que un aeroplano no puede volar como un águila" (en su ensayo titulado Las computadoras no eligen).

Es por esto último que el filósofo John Searle le responde al matemático Alan Turing, cuando sugiere que se coloque una computadora en un cuarto con dos terminales, una administrada por un ser humano y en la otra solo la máquina conectadas con otra persona con su computadora en otra habitación. Turing propone que este último individuo les haga todas las preguntas que considere convenientes a las dos terminales y si no puede distinguir cuál es cuál, quiere decir que no hay diferencia fundamental entre un ordenador y un ser humano. A esto responde Searle con el denominado "experimento del cuento chino", que se traduce en que se encierra a una persona en un cuarto y sin el menor conocimiento del idioma chino se le pasa un cuento en ese idioma y a continuación se le formulan preguntas sobre ese relato frente a varias respuestas posibles. Previamente se le entrega a la persona en cuestión un código para que calce con la variante de las respuestas correctas. Esto para demostrar que si está bien programada la máquina, no requiere comprender o entender el significado del proceso, a diferencia de cómo procede un ser humano.

En este sentido, Raymond Tallis, en Why the Mind is not a Computer, elabora los motivos por los que no es procedente referirse a la memoria de los ordenadores, del mismo modo que no lo era cuando nuestros ancestros le hacían un nudo al pañuelo para recordar algo con lo que no se concluía que el pañuelo tenía gran memoria. Del mismo modo, Tallis nos enseña que las computadoras en rigor no computan, puesto que son impulsos eléctricos programados. El que computa es el ser humano, del mismo modo que el reloj no nos dice la hora. Idéntica crítica formula este autor al contradecir el dicho popular en cuanto a que tal o cual cosa "es inteligente", puesto que la inteligencia significa inter-legum, esto es, leer adentro, captar esencias y interrelacionar conceptos, lo cual no puede hacer lo inanimado.

George Gilder concluye: "En la ciencia de la computación persiste la idea de que la mente es materia. En la agenda de la inteligencia artificial esta idea ha comprometido una generación de científicos de la computación en torno a la forma más primitiva de superstición materialista […]. La hisoria intelectual apuntó a una agenda de autodestrucción, mejor conocida como materialismo determinista" (en The Quantum Revolution in Microcosm).

Thomas Nagel, en Mind & Cosmos, se pregunta sobre la consistencia de presuponer que la física lo explica todo, porque "si la mente no es en sí misma meramente física, no puede explicarse por la ciencia física […] algo más se requiere para explicar cómo puede haber conciencia, seres pensantes".

Howard Robinson, en Substance Dualism and its Rationale, resume este ángulo de análisis: "Lo físico es público en el sentido de que en principio cualquier estado físico es accesible (susceptible de precibirse, de conocerse) para cualquier persona normal […]. Los estados de conciencia son diferentes, porque el sujeto a quien pertenecen —y solo ese sujeto— tiene un acceso privilegiado a eso". Además: "El pensamiento es sobre algo […] mientras que los estados físicos no son sobre algo, están simplemente ahí […] y los pensamientos pueden también ser sobre lo que no existe", pero lo físico es por definición lo que existe como tal, lo cual no quiere decir que todo ello pueda tocarse o, en su caso, ni siquiera verse, como los campos gravitatorios, las ondas electromagnéticas y las partículas subatómicas.

Por último, a raíz de las exploraciones de Thomas Szasz, especialmente en El mito de la enfermedad mental, dirigidas a destacar que en patología una enfermedad consiste en una lesión de órganos, tejidos o células, por lo que la conducta o las ideas en rigor no pueden estar enfermas, en todo caso, la enfermedad podrá deberse a problemas químicos o de neurotransmisores en el cerebro, pero no en la mente inmaterial. Más aún, cuando se hace referencia a un "deficiente mental", debe precisarse que se trata de un "deficiente cerebral", del mismo modo cuando se alude al brain-storming en verdad se trata de mind-storming.

En resumen, las evoluciones en todos los órdenes de la vida no son más que manifestaciones de la limitación y la imperfección de los humanos, lo cual incluye nuestra propia evolución desde la ameba.

El autor es Doctor en Economía y también es Doctor en Ciencias de Dirección, preside la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires y es miembro de la Academia Nacional de Ciencias Económicas.