La mayor "fake news" del siglo XX

Por Ricardo Bloch

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El semanario Stern es una revista alemana lanzada en el año 1948. A principios de 1983 comenzó una costosa campaña publicitaria anunciando que en su edición del 25 de abril publicaría "el mayor acontecimiento periodístico del siglo": los diarios personales de Adolf Hitler, escritos entre 1932 y 1945. Este suceso, del cual se cumplen próximamente 35 años, terminó convirtiéndose en una de las estafas periodísticas más graves del siglo XX.

Además de su publicación, que mantuvo en vilo a la opinión pública alemana durante varios días, Stern ofreció vender a distintos periódicos y semanarios internacionales los volúmenes para que también se hicieran eco.

Uno de los que aceptó comprarlos por una cifra cercana a los 300 mil dólares fue el director editorial del dominical Sunday Times, Rupert Murdoch, quien aumentó su tirada en 60 mil ejemplares. A poco de probarse la falsedad de los documentos, y apelando a su pragmatismo empresarial, Murdoch habría dicho, "después de todo estamos en el negocio del entretenimiento".

La trama del engaño encierra una historia que se desarrolló durante tres décadas. A partir de 1957 el alemán Bernard Kujau, hijo de un militar que había combatido en la Primera Guerra Mundial, se dedicó a comerciar "reliquias" personales de altos jerarcas nazis. Pero el gran salto a la fama lo dio muchos años después cuando, en enero de 1981, se puso en contacto con Geord Heidemann, uno de los periodistas más reputados de Stern y gran coleccionista de objetos de guerra del nazismo, para ofrecerle los 62 volúmenes que constituían los diarios del Führer, los cuales, según él, estaban en poder de un anciano ex general del ejército residente en Alemania del Este.

Como paso previo a su publicación, el directorio de Stern encargó verificar la autenticidad de los volúmenes comprados a Kujau al historiador inglés Hugh Trevor-Roper (también integraba el directorio del Sunday Times) y a sus colegas alemanes, Eberhard Jäckel y Gerhard Weinberg. A tal efecto, estos académicos ratificaron en una conferencia de prensa que los mismos eran verdaderos.

El consejo editorial de Stern, cuya propiedad era de la empresa de Hamburgo Gruner+Jahr, aprobó la compra de los falsos documentos, y le encomendó al periodista Heidemann el pago de 4 millones de dólares a Kujau por los 62 volúmenes. El material, de acuerdo a la versión de Kujau, había sido encontrado en Sajonia, en abril de 1945, de entre los restos de un avión accidentado que transportaba efectos personales de Hitler tras su suicidio.

Descubierta la falsedad de la publicación, los miembros de la redacción de Stern decidieron la toma de la revista para exigir la dimisión del director, Henri Nannen, y del presidente de la empresa, Gerd Schulte-Hillen, quien fue el encargado de entregarle los fondos a Heidemann para la compra de los diarios apócrifos.

Finalmente en julio de 1985, tras 94 sesiones de juicio, la Audiencia Penal de Hamburgo condenó al periodista Gerd Heidemann a cuatro años y ocho meses de prisión, y al falsificador, Konrad Kujau, a cuatro años y seis meses. Por su parte, la pareja del falsificador, Edith Lieblang, fue condenada a ocho meses de cárcel como encubridora, pero quedó en libertad condicional. El tribunal consideró que entre 1981 y 1983, Heidemann no pudo justificar gastos por más de un millón de dólares, cifra que terminó por demostrar que el propio periodista se había quedado con parte del dinero que el director le había entregado para la compra de los falsos diarios.

Los periodistas que cubrieron el juicio de Hamburgo relataron que la máxima ironía de Kujau se dio cuando escribió su confesión, "con el testimonio de mi consideración más distinguida. Adolf Hitler, alias Konrad Kujau", realizada con el mismo tipo de letra que utilizó para falsificar los diarios. Tras recuperar su libertad, Kujau se dedicó a vender "auténticas falsificaciones" que incluían sus reproducciones, no solo las de Hitler, sino también de Monet, Rembrandt y van Gogh, entre otros. Firmaba cada cuadro con los dos autógrafos, el del artista original y el suyo propio. Falleció de cáncer en el año 2000.

Una mención aparte merece la figura de Hugh Trevor-Roper, cuya brillante carrera académica se vio opacada por su error en la certificación de los diarios del dictador alemán. Nacido en enero 1914 y fallecido en enero de 2003, fue considerado el mejor historiador de su generación. Doctorado en Historia Moderna por la Universidad de Oxford, fue un venerado profesor de esa casa de estudios entre 1957 y 1980, y posteriormente asumió como Decano del Peterhouse College, el más antiguo de la Universidad de Cambridge, fundado en el año 1284.

Durante la Segunda Guerra Mundial cumplió actividades para el gobierno inglés como oficial de inteligencia militar, al igual que otros famosos filósofos de esa época como Alfred Ayer y Stuart Hampshire, este último conocido por su sagacidad para interrogar a Ernest Kaltenbrunner, sucesor del temible "Carnicero de Praga", Reinhard Heydrich.

Apenas finalizada la guerra en mayo de 1945, Winston Churchill encomendó a Trevor-Roper que se trasladase a la ciudad de Berlín para investigar oficialmente cómo fueron los últimos días con vida de Adolf Hitler, quien se había suicidado el 30 de abril de 1945 en su bunker cercano a la cancillería de Berlín. Los resultados de esa operación fueron plasmados en el libro "Los últimos días de Hitler", ensayo que le otorgó fama mundial a Trevor-Roper.

La misión planificada por los más estrechos asesores militares de Churchill, y conocida por el gobierno norteamericano, tenía como fin desbaratar las intenciones políticas del presidente ruso Josef Stalin, quien por esos días había comenzado a difundir la falsa historia de la fuga con vida de Hitler.

Estos hechos fueron ratificados a mediados de la década del ´90 cuando trascendió que los primeros oficiales soviéticos que ingresaron al bunker del Führer recogieron una parte del cerebro y de su mandíbula, además de algunas piezas dentales.

Trevor-Roper pudo corroborar, como lo ratificara años después el principal biógrafo de Hitler, Ian Kershaw, que la muerte del mayor genocida de la historia se produjo por un disparo en la sien derecha con su pistola, una Walther de 7,65 milímetros, a media tarde del 30 de abril cuando tenía 56 años.

Stalin recibió personalmente las pruebas que certificaban la muerte de Hitler y de Eva Braun (identificación ósea y dental del cuerpo y testimonio de los testigos) el 16 de junio de 1945. Tres años después fueron enviados a Moscú al entonces Ministerio de Seguridad de Estado de la URSS, precursor del KGB, donde permanecen archivados actualmente bajo la custodia del Servicio Federal de Seguridad ruso (FSB).

*Ricardo Bloch es socio director de RHB Consultores

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