El 8M de 2018 será recordado en la Argentina como una fecha histórica: cuando los derechos de las mujeres fueron defendidos en las calles por centenares de miles, y la reivindicación del derecho al aborto legal, seguro y gratuito se convirtió en el eje de los reclamos. Después de siete oportunidades en las que se reclamó el tratamiento en el recinto del proyecto que regula la posibilidad de la interrupción voluntaria del embarazo, por primera vez ese debate será brindado frente a la sociedad civil toda y no enterrado en conciliábulos secretos. ¿Es posible que esta vez la ley sea aprobada? Quizás. Pero nunca antes se estuvo tan cerca. El principal factor de esta posible victoria es el fruto de la movilización, como en tantos otros episodios de la historia.
En la antigua Roma, frente a una crisis económica surgida tras la derrota del ejército de Aníbal, en el año 215 a.C., el Senado romano decidió una serie de medidas restrictivas sobre las mujeres, a las que no les permitía llevar ornamentos, las obligaba a vestir a todas de igual manera, restringía su asistencia a reuniones sociales e instaba a los ciudadanos (categoría que excluía a esclavos, claro) a donar las joyas de sus esposas al erario público: todo en función de paliar los efectos de la crisis. "Que la crisis la paguen las mujeres" podría haber sido su lema, que se agravó cuando impidió que las mujeres pudieran ser herederas.
En el año 195 a.C., bajo el consulado de Catón, militar e historiador, que enarbolaba las ideas más conservadoras como su santo y seña, las mujeres dijeron "basta". Como no había ocurrido nunca antes hasta ese momento, una multitud de mujeres se lanzó a las calles. "Ni la autoridad, ni el pudor, ni las órdenes de sus maridos consiguieron hacerlas volver a casa. Ocuparon todas las calles de la ciudad y los accesos al Foro, suplicando a los hombres que bajaran hasta allá", describe Jean-Noël Robert en su libro Eros romano: sexo y moral en la Roma antigua. Catón se oponía a la voluntad de las mujeres: el cónsul fue insultado por ellas.
Finalmente, el Senado romano les devolvió a las mujeres sus derechos. Quizás una de las primeras victorias de las mujeres en la historia mundial, si se excluye a Lisístrata, la comedia del griego Aristófanes que probablemente haya servido de inspiración a las romanas.
Sin embargo, fue un episodio, nada más. La historia de las mujeres es la historia de la opresión. En la Europa medieval se produjo uno de los genocidios más extendidos cuando se quemó y acabó con la vida de alrededor de nueve millones de mujeres acusadas de brujas, quienes en realidad se oponían a las reformas sobre la vida campesina para la instauración del capitalismo, y que también defendían un ejercicio libre de sus cuerpos y su sexualidad.
Toda narración de los orígenes del capitalismo describe el papel de la mujer en los talleres textiles como de una explotación sin límites, a la vez que su errabundeo por las calles llenas de pobres en Liverpool, París o Munich fue documentado por autores como Víctor Hugo, en su novela Los miserables. Sin embargo, ninguna de esas descripciones daba cuenta de la doble opresión, ya que las mujeres son explotadas en sus reductos laboriosos a la vez que en sus hogares, situación que se mantiene hasta hoy.
Flora Tristán, una socialista francesa de orígenes nobles (su padre peruano compartía con Simón Bolívar veladas en su residencia española) padeció los sufrimientos de la clase obrera a la muerte de su progenitor, que no la había reconocido como propia, y se empleó en un taller a los 16 años. Se casó con el dueño del taller, que la golpeaba, y logró separarse entonces. Pero al ser una bastarda y separada, se convirtió en una paria. Viajó a Perú. Al regresar a París, su ex marido intentó asesinarla y el caso tuvo resonancia.
Se convirtió en una vocera de la causa de los trabajadores y las mujeres entonces. En L'Union Ouvrière bregó por "la unidad universal" que se daría entre trabajadores y mujeres. Allí, Tristán lanzó la consigna: "Proletarios del mundo: ¡uníos!", lema que aún es parte principal del programa socialista internacional. Murió de tifus a los 41 años. Una multitud la llevó en andas, sin ataúd, hasta el cementerio, reconociéndola como una de los suyos en un último adiós. Fue señalada como una precursora por Karl Marx y Friedrich Engels.
El 28 de febrero de 1909, 15 mil mujeres marcharon en Nueva York exigiendo la reducción de la jornada laboral. Al año siguiente, en la Segunda Conferencia de Mujeres Socialistas y a instancias de la alemana Clara Zetkin, se proclamó el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, que comenzó a celebrarse año tras año en forma de manifestaciones en distintos países del orbe. En 1917, ese 8 de marzo las mujeres obreras del barrio de Viborg, en San Petersburgo, Rusia, abandonaron sus puestos de trabajo en reclamo de "paz, pan y tierra" y comenzó la huelga general que culminó con la caída del zar Nicolás II, y que concluiría unos meses después con la instauración de la república de los soviets obreros y campesinos en toda Rusia.
La república de los soviets instauró la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo en 1920. En la ley llamada "Sobre la protección de la salud", promulgada el 18 de noviembre de 1920, se señala: "La práctica de abortos clandestinos ha hecho de las mujeres víctimas de charlatanes mercenarios (…) Como resultado, hasta el 50% de estas mujeres desarrollan infecciones y hasta el 4% muere". (Una digresión: las cifras de las consecuencias de los abortos clandestinos en la Argentina se mantienen invariables). Luego, enuncia: "1) Permitir que este tipo de operaciones se practique libremente y sin ningún cargo en los hospitales soviéticos donde las condiciones necesarias para minimizar los daños estén aseguradas". La legislación de avanzada, sin precedentes en todo el mundo, fue abolida en 1935 por Stalin, que se convertiría en el enterrador de la Revolución de Octubre.
Hoy, la sociedad, compuesta por mujeres y por hombres, tiene la oportunidad de alcanzar este derecho de las mujeres, que es el de toda la sociedad. También hoy la historia y su desarrollo tienen enemigos, como Esteban Bullrich, un supernumerario del Opus Dei que se convirtió en el vocero de la oposición ultramontana a la legalización del aborto. También un sector del macrismo, que paradójicamente permite la discusión de la ley en el Parlamento, tiene esperanzas de enterrar la ley mediante su derrota en la votación parlamentaria para que el apotegma escrito en El gatopardo, de Giuseppe di Lampedusa, se cumpla: "Cambiarlo todo para que nada cambie".
La única garantía es la movilización, como la que realizarán centenares de miles de mujeres y de hombres en favor de este derecho de salud pública para la mujer este 8M, que pasará a la historia. Un proceso de manifestaciones que no debe acabar hasta ver aprobada la legislación.