Por estos días se cumplen 56 años de un hecho histórico ocurrido durante la presidencia de John F. Kennedy. De acuerdo con lo afirmado por su esposa Jacqueline en el libro de conversaciones que mantuvo con el historiador Arthur Schlesinger, el momento en que más enfurecido vio al Presidente fue tras la reunión que mantuvo con el máximo ejecutivo de la US Steel, Roger Blough.
Los hechos se desencadenaron cuando el empresario le comunicó a Kennedy que aumentaría el precio de la tonelada del acero, ignorando que pocos días atrás el secretario de Trabajo, Arthur Goldberg, había negociado con los sindicatos metalúrgicos un freno a los aumentos salariales del sector, que producirían un inmediato rebote inflacionario, como así también la suspensión de una huelga que afectaría el nivel de la actividad económica.
El 11 de abril, en un discurso televisivo transmitido en directo a toda la nación, Kennedy expresó: "Al pueblo americano le resultará difícil de aceptar, al igual que a mí, una situación en la que un pequeño puñado de ejecutivos del acero, que buscan poder privado y ganancias que exceden su sentido de responsabilidad pública, pueden mostrar semejante desdén por los intereses de 185 millones de americanos. Hace algún tiempo le pregunté a cada americano que considere qué haría por su país y también lo hice con las compañías de acero. En las últimas 24 horas hemos tenido su respuesta".
Pero la reacción política de la Casa Blanca no tardó en llegar. El Presidente le encomendó a su hermano Robert, secretario de Justicia y responsable político del FBI, el diseño de una estrategia de intimidación dirigida no solo a la US Steel, sino también a las principales compañías siderúrgicas.
Una de las primeras medidas fue ordenarle al secretario de Defensa, Robert McNamara, que cancelara los contratos militares con la US Steel (el alza del 3,5% en la tonelada insumía un aumento de mil millones de dólares en el presupuesto público para la Defensa). Además, a través del Departamento de Comercio se inició una amplia requisitoria contable a las principales empresas del acero. Bobby Kennedy se reservó para sí la presentación de una demanda multimillonaria por violación a las leyes federales de competencia comercial.
Tampoco se quedó atrás el legendario J. Edgar Hoover, quien desplegó un cuerpo de sabuesos del FBI para que investigaran las "actividades extracomerciales" de los popes del acero. Por su parte, varios subcomités parlamentarios habían comenzado a solicitar citaciones de numerosos ejecutivos para que justificaran la necesidad de la medida dispuesta unilateralmente por la US Steel.
El Gobierno demócrata acusó de modificación de precios a una larga lista de industrias, incluyendo lácteos, envasados, productos de plata, tuberías de cobre, pulpa de madera, entre otras. Y en muchas instancias obtuvo resultados contundentes a su favor. En 1963, La División Antimonopolio del Departamento de Justicia ganó 45 de 46 casos.
Considerando el impacto del discurso televisivo del presidente Kennedy, quien gozaba de gran popularidad en esos momentos, sumado al despliegue de su hermano, junto a otros funcionarios de la administración demócrata, las principales empresas siderúrgicas decidieron dar marcha atrás con el aumento.
En junio de 1962, apenas un mes después del inédito enfrentamiento con la industria del acero, Kennedy pronunció un histórico discurso en la Universidad de Yale, donde afirmó: "Las cuestiones nacionales de nuestro tiempo no tienen que ver con confrontaciones filosóficas o ideológicas básicas, sino con las vías y los medios para alcanzar metas comunes. Lo que está en juego en nuestras decisiones económicas hoy no es una guerra a gran escala entre ideologías rivales que despierte pasiones en todo el país, sino la gestión práctica de una economía moderna".
A más de medio siglo de estos acontecimientos sería bueno recordar una de las máximas de Henry Ford: "Un negocio que no produce nada, salvo dinero, es un mal negocio". Un razonamiento tan duro como el acero.
El autor es socio director de RHB Consultores.