En una sociedad que habla de sexo y sus consecuencias, con amplitud de miras y libertad en su difusión, es bueno recordar que hace menos de cien años aquellos individuos que elegían explayarse sobre temas como el control de la natalidad, la anticoncepción y la profilaxis, podían sufrir persecuciones judiciales o condenas a prisión. Tal la historia de nuestra heroína de la fecha, la doctora Marie Charlotte Carmichael Stopes.
Marie vino al mundo el 15 de octubre de 1880, en Edimburgo, Escocia. Su padre, Henry Stopes, era un ingeniero especializado en la industria de la cerveza, pero que, como muchos aristócratas británicos, dedicaba gran parte de su tiempo libre a estudiar los restos de antiguas civilizaciones. En una época de teorías revolucionarias, como la de Darwin, Huxley y Pasteur, el señor Stopes también sustentaba las propias, que contradecían afirmaciones bíblicas como la historia del diluvio universal.
Opinar en contra de la Biblia no era el non plus ultra de las sociedades científicas victorianas, por lo que The British Scientific Association desaconsejó la lectura de algunos de los trabajos del señor Stopes. Con una resignación que su hija no heredaría, el ingeniero bajó el tono de la disputa y una vez más se concentró en sus maltas y sus cervezas.
Estaba el señor Stopes casado con una dama victoriana, 11 años mayor, mujer que no se había resignado a la ignorancia femenina, propia de su época. Charlotte Carmichael fue la primera mujer en obtener un título universitario en Escocia. Convencida feminista, la señora Carmichael tenía una opinión no tan de avant-garde sobre las relaciones maritales, que debían reducirse a la afirmación bíblica: "El sexo es solo para reproducirse".
El precepto bíblico le servía a la señora Stopes para justificar su franca aversión a las relaciones, que mantenía con visible disgusto y esporádica, por no decir escasa, frecuencia. De uno de estos raros y probablemente desagradables encuentros nació Marie, llamada a ser una de las mujeres más brillantes de su generación. En 1902, la jovencita se graduó con honores en la que sería su primera especialidad, la botánica.
Terminados sus estudios, partió Marie hacia Alemania para doctorarse con el profesor Goebel, en la Universidad de Munich; su especialidad era la paleobotánica. Hacia 1905 Marie Stopes era la doctora en ciencias más joven de Inglaterra; se convirtió en un personaje dentro del mundillo científico, no solo por sus conocimientos, sino por su trato desenfado y su vistosa y colorida indumentaria.
Este exotismo occidental no le pasó inadvertido al investigador japonés Kenjiro Fuji, alumno también del doctor Goebel. Fascinado por todo lo europeo y especialmente por el ímpetu de esta señorita, Fuji se enamoró de Marie. La pareja se comprometió y pusieron fecha de casamiento. Ella volvió a Inglaterra y él la acompañó para pedir su mano. No quedó consignada la opinión de la madre sobre el novio nipón.
Mientras esperaba la fecha para viajar a Japón, Marie conoció a Robert Scott y su proyecto de recorrer la Antártida. Era la oportunidad que Marie esperaba para obtener los fósiles que justificarían las teorías de Eduard Suess (1831-1914) sobre Gondwana y la división de los continentes. Si los fósiles vegetales de la Antártida coincidían con los de Europa, podría la hipótesis convertirse en teoría.
La campaña de Scott fue un fracaso y el explorador murió en el intento, pero cerca de su cadáver encontraron los fósiles que Marie le había pedido. Scott demostró ser un científico y un caballero hasta su último aliento.
Después de 18 meses de separación, atenuada la ausencia por largas cartas de amor y ciencia, la doctora Stopes viajó a Japón para reunirse con su amado. El reencuentro fue decepcionante, su prometido la recibió con frialdad. El doctor Fuji le advirtió a la señorita Stopes que sufría lepra. Tal desgracia lo liberaba de sus compromisos. Madame Stopes le dijo saionara desde la cubierta del barco que la llevaría de vuelta a Inglaterra desde Yokohama. Marie se convirtió en la versión inversa de Madama Butterfly.
Marie Stopes volvió a Inglaterra y a su trabajo. Entre congresos y artículos, olvidó su affaire japonés. Su espíritu apasionado pronto entró en ebullición cuando conoció al joven genetista canadiense Reginald Ruggles Gates. Respetuoso, sólido en su profesión y de buen pasar —tema este no menor—, parecía ser el marido ideal. Una semana después de conocerse, durante un congreso de Botánica en San Luis, entre cotiledones y pistilos fosilizados (recordemos que la especialidad de la doctora era la paleobotánica), Gates le propuso matrimonio. La pareja apenas acababa de conocerse, pero no era esta una situación para dejar pasar. Treinta y un años era una edad avanzada para una dama con pretensiones nupciales, que conservaba todas sus virtudes intactas.
A poco de iniciada su vida marital, la doctora Stopes descubrió que su príncipe azul desteñía. Debido a inhabilidades propias del doctor Gates, la doctora Stopes persistió en su estado de virtuosismo original, a pesar de tratar de revertir esa situación por todos los medios a su alcance, que no eran muchos. La pareja vivió un verdadero infierno, que descendió a su último círculo cuando la doctora Stopes tuvo la peregrina idea de invitar a su amigo, el escritor y traductor, especializado en literatura rusa, Aylmer Maude, a vivir a su casa, en alegre ménage. No vayan a pensar que la doctora dejaba de lado sus principios o que había decidido alegremente "tirar la chancleta", como decimos en nuestro lenguaje coloquial con reminiscencias prostibularias. ¡No, señores! La doctora seguía tan doncella como cuando Dios la trajo al mundo. Simplemente quería compañía para esos momentos de desazón que le acarreaban los sinsabores de una vida conyugal tan desabrida.
Esta forzada convivencia, de por sí extraña, fue soportada por Gates a lo largo de un año. Al cabo de ese tiempo, convenció a la doctora de que era tiempo para el señor Maude de que se fuera con su Tolstoi a otra parte. Así lo hizo Maude, que partió como intérprete de la fuerza expedicionaria británica al norte de Rusia.
Esta peculiar convivencia entre la doctora, Maude y Gates fue relatada por Stopes en una obra de teatro, llamada Vectia, juzgada tan escandalosa en su tiempo que fue prohibida su representación. El célebre novelista Thomas Hardy encontró la trama de la obra increíble, ya que desconocía las intimidades de la pareja. Como ven, una vez más la realidad supera la imaginación.
Para entonces, con 35 años a cuesta, varios años de noviazgos y algunos de matrimonio incompleto, la doctora Stopes decidió que era tiempo de saber algo sobre sexo, más allá del polen y el pistilo. ¿Dónde podía aprender sobre tema tan espinoso? Como todo lo que había aprendido en la vida: en los libros. Con la determinación que la caracterizaba, se dirigió a la Biblioteca del Museo Británico y le exigió al bibliotecario que le mostrase "todos los libros que tengan sobre sexo". Solo basta imaginar la cara del pobre hombre.
De más esta decir que a la doctora le fue trabajoso conseguir la escasa bibliografía, mantenida en acceso restringido. Todavía Sigmund Freud no había abierto la enorme caja de Pandora del sexo. Lo mejor que pudo conseguir fueron los libros de Havelock Ellis: Man and woman y Studies in the psychology of sex, impresos en 1894.
Estos estudios le abrieron una nueva perspectiva sobre las relaciones humanas y tomó la determinación no solo de divorciarse, sino de anular el matrimonio, ya que sus estudios le posibilitaron percatarse de que permanecía tan virgen como antes de ingresar al tálamo nupcial. Los tribunales británicos eran un tanto renuentes a conceder divorcios, aunque la causa esgrimida fuese tan contundente como la falta de consumación del matrimonio. Ante el escándalo, el doctor Gates volvió a Canadá y la doctora fue la que debió solventar los gastos de la anulación, cifra que obló feliz al verse liberada de vínculo tan poco gratificante.
En vista de sus tristes experiencias, Stopes comenzó una curiosa carrera literaria. Su coetáneo, Freud, hubiese afirmado que de esta forma la doctora "sublimaba su libido insatisfecha".
Inspirada por sus lecturas sobre los avatares de la reproducción, la doctora Stopes dejó de lado sus versos apasionados y sus obras de teatro, que de tan autorreferentes parecían ficción, para dedicarse a desasnar a la doliente humanidad sobre los ocultos temas del sexo. El fruto de sus esfuerzos dio en llamarse Married Love ('amor conyugal'), donde volcaba todo lo aprendido durante sus largas lecturas en el Museo Británico, con una alarmante franqueza. Utilizaba palabras como "orgasmo", "intumescencia" y "eyaculación" con inusitada asiduidad. Llegaba a la escandalosa conclusión que las mujeres, al igual que los hombres, experimentaban deseos sexuales. ¡Dios mío! ¿Qué hubiese dicho su mamá?
A la doctora Stopes le fue difícil encontrar una editorial, ya que nadie parecía dispuesto a promover semejante "sucesión de obscenidades", pero cuando fue publicado, en marzo de 1918, vendió ¡un millón de libros!
Married Love no era un libro científico y tampoco de experiencias personales, pero el mundo necesitaba un libro así, que les explicara a los hombres y, sobre todo, a las mujeres comunes y corrientes, cómo eran las relaciones sexuales, sus implicancias y sus consecuencias. Cuando Stopes hablaba de consecuencias, lo hacía sobre un tema que preocupaba a millones de mujeres en el mundo: los embarazos indeseados. Dar a luz no era entonces una acto seguro. Los índices de mortalidad habían descendido después de que el doctor Semmelweiss sugiriera a sus colegas que se lavasen las manos antes de atender un parto. Con agua y jabón, la mortalidad bajó del 35 al 5 por ciento.
Aun con estos guarismos, las mujeres no deseaban vivir esta sucesión de partos, lactancias, embarazos, nuevos partos, más lactancia y así hasta que se morían, o las salvaba la menopausia. Para ellas escribió Wise Parenthood ('paternidad sabia' o 'responsable'), donde específicamente hablaba de la contracepción. Aunque bien intencionado, este libro no carecía de ciertos errores comunes a los conocimientos médicos de la época. Por ejemplo, sostenía que el momento seguro para no quedar embarazada caía a mitad de los dos períodos menstruales, cosa que, como hoy sabemos, probablemente haya ocasionado más de esos embarazos que la doctora Stopes pretendía evitar. En fin, detalles técnicos.
Marie afirmaba que, de acuerdo con su experiencia (la doctora se había vuelto a casar), la asiduidad amatoria era buena para la mujer, más allá de sus intenciones genésicas. ¡Esto ya era demasiado para la Inglaterra de principio de siglo! Que hablase de períodos fértiles e infértiles, vaya y pase, pero que además aconsejase a las mujeres mantener relaciones sexuales en búsqueda de placer era demasiado para un mundo que acababa de enterrar a la reina Victoria. Más de una dama se santiguó elevando una plegaria a los cielos para alejar semejantes pensamientos de su cabeza.
El segundo esposo de Stopes era Humphrey Verdon Roe, dueño de Avro Aviation Company, empresa que a fines de la Primera Guerra Mundial producía tres mil aviones al año. Roe se convirtió en multimillonario y pudo compartir su buen pasar con la doctora Stopes, a quien la vida parecía sonreírle una vez más. Marie compartía con su marido las inquietudes sexuales que difundían poniendo en práctica todos sus conocimientos y sobre todo experimentando los distintos métodos anticonceptivos que la era del caucho le regalaba. Pudo detallar el uso y las virtudes de los nuevos diafragmas de goma, amén de los condones de látex más prácticos y fáciles de usar que los confeccionados con tripas de cordero que se habían utilizado hasta entonces.
Stopes se hizo famosa y alabada por una inmensa mayoría, pero infame y vituperada para una minoría prejuiciosa y poderosa. Algunos periódicos conservadores veían con horror estas audaces consignas laudatorias del amor en los tiempos del caucho, cuando en Inglaterra se promovían las familias numerosas y la Iglesia se resistía a toda sugerencia de anticoncepción. Un apologista llegó a afirmar que era menos pecaminoso trasmitir sífilis a la descendencia que recurrir a métodos anticonceptivos. Se calculaba que en ese entonces, un hombre de cada cuatro padecía sífilis.
Los médicos del establishment criticaron a Stopes, no tanto desde el punto de vista moral, sino por el hecho de opinar sobre un tema que no era de su incumbencia. Una cuestión de orgullo profesional. ¿Qué títulos tenía Stopes para saber qué le pasaba a una mujer en tales condiciones? Ella era solo una botánica de especies desaparecidas.
Notables profesionales produjeron opiniones algo extravagantes. Por ejemplo, el profesor Armand Routh, obstetra del célebre Charing Cross Hospital, sostenía que la contracepción artificial (léase el uso de artefactos de caucho) conducía a la neurastenia. Otros, como el profesor Hill, aseguraban que en las mujeres el uso de estos adminículos de goma las hacía envejecer prematuramente, sin tener mayores elementos probatorios para justificar tal afirmación.
La doctora Stopes estaba decidida a llevar sus propuestas al terreno de los hechos. Miles de cartas alababan sus iniciativas, millones de mujeres le agradecían la información que les permitía mejorar sus condiciones dentro del matrimonio y la vida en general. Este reconocimiento la empujó a poner en marcha una clínica que asesorara a las mujeres sobre el sexo, el embarazo y cómo evitar las enfermedades y sus consecuencias. Hacia 1918, la doctora Stopes abrió la Clínica de las Madres para un Control de la Maternidad Constructiva. La idea había sido de Margaret Sanger, una enfermera americana que había publicado sus experiencias en los suburbios de Nueva York. Allí había visto morir a cientos de mujeres por abortos clandestinos. "Ninguna mujer puede llamarse libre si no controla su cuerpo", proclamaba Margaret Sanger, y por expresiones como esta Sanger debió huir raudamente de Inglaterra.
Poco a poco, las mujeres se aventuraron a la clínica para encontrar una solución a sus problemas y una respuesta a sus dudas sexuales y reproductivas. Los médicos de Londres pusieron el grito en los cielos y la Sociedad de Medicina Legal llegó a publicar un texto donde se atacaba el control de la natalidad, ya que esta le negaba a una familia la felicidad de contar con muchos vástagos, con el ejemplo de las familias irlandesas. No hacía mención alguna sobre la ulterior muerte por desnutrición o el efecto multiplicador de la miseria o la no tan secreta intención imperial de contar con suficiente carne de cañón.
Por último le pedían a la doctora Stopes que dejara de hablar de esos "adminículos de goma" que promocionaba con desvergonzada asiduidad. La doctora no había tenido problemas legales hasta que el doctor Halide G. Sutherland, un virulento escocés, atacó con vehemencia a la doctora. Esta, sintiéndose injuriada, entabló acciones legales contra Sutherland, que había dicho que Stopes era una señora leída en filosofía alemana y que, al establecer una clínica para el control de la natalidad, había desencadenado "la experiencia más nociva y monstruosa que uno pudiera imaginar".
El juicio comenzó el 21 de febrero de 1923. La campaña contra Stopes fue feroz y la presión sobre la Corte Suprema, fenomenal. Finalmente, Stopes fue condenada a pagar 12 mil libras entre costas e intereses. Los anticontraceptistas estaban exuberantes, pero la publicidad recibida creó un movimiento de simpatía a favor de Stopes y la venta de sus libros subieron a niveles fenomenales. La atención en su clínica se quintuplicó. Estimulada por la súbita popularidad, editó Contracepción, teoría, historia y práctica, otro éxito editorial que además fue recibido por el cuerpo médico con comentarios favorables (hecha la excepción de los recalcitrantes de siempre).
La doctora continuó sus campañas en pos de la igualdad entre los sexos. Se opuso a que las maestras casadas debieran desistir de su carrera docente y propuso que las mujeres pagasen impuestos a las ganancias en forma separada a la de su marido.
La doctora Stopes tuvo un solo hijo, Harry Stopes Roe, nacido en 1924. Cuando este se enamoró de la joven Mary Eyre Wallis, la doctora decidió impedir el matrimonio para evitar que la miopía de la señorita Wallis pasase a su descendencia. Como Harry insistió en casarse con Mary, Stopes lo desheredó de la vasta fortuna que había acumulado su marido con la fabricación de aviones y ella con sus libros sobre anticoncepción.
Al morir, en 1953, Marie Stopes solo le dejó a su hijo la colección completa del Greater Oxford Dictionary. Desconocemos si los nietos de Marie Stopes fueron miopes.
El autor es médico oftalmólogo argentino, investigador de Historia y Arte. Es director de Olmo Ediciones.