Hay primarias en Colombia. Son primarias abiertas. Pueden votar todos por cualquiera. Eso no está bien, se presta a la trampa. Quiere decir que los electores con mala fe pueden elegir al candidato que sería más fácil derrotar en los comicios finales. Aparentemente, ya ha sucedido antes.
La centroderecha elegirá entre tres candidatos: Iván Duque, Marta Lucía Ramírez y Alejandro Ordóñez. La izquierda lo hará entre un ex guerrillero, Gustavo Petro, y el alcalde de Santa Marta, Carlos Caicedo. Ambos se dicen progresistas, pero están cerca de la visión chavista, el país latinoamericano que menos progresa y el único que involuciona rápidamente hacia niveles africanos.
Hay otros candidatos. Tantos, que llamo a Bogotá a mi amigo Plinio Apuleyo Mendoza para que me oriente. Plinio es el mejor memorialista en lengua española. Es un notable novelista y ensayista, y columnista habitual y muy respetado de El Tiempo, pero en lo que se lleva la palma es en contar sus recuerdos. El que quiera confirmar esta rotunda aseveración lo invito a que lea La llama y el hielo y El olor de la guayaba. Son dos libros insuperables dentro de un género muy difícil.
Recibo una mala noticia de la boca de Plinio. Me la había anticipado Álvaro Vargas Llosa. Ha sufrido un ictus que le paralizó la parte derecha del cuerpo. Era el segundo que lo visitaba en pocos meses. Me lo cuenta sin emplear un tono dramático. Nació en 1932. Pronto tendrá 86 años. Es la edad, me dice risueño, de "comenzar a colgar los tenis", titular que leyó hace muchos años en un diario de México y que le hizo mucha gracia.
La buena noticia es que tiene el cerebro intacto. Plinio, con la mano izquierda, estaba escribiendo una columna sobre el tenso momento político colombiano. Me conmovieron sus palabras. Oyéndolo, recordé un poema tremendo de Miguel Hernández, "El tren de los heridos", escrito a propósito de la guerra civil española. Dos versos retratan a Plinio plenamente: "Para vivir, con un pedazo basta/ en un rincón de carne cabe un hombre". Plinio será Plinio hasta el último aliento de su muy fructífera vida.
Colombia se juega mucho en las elecciones presidenciales del 27 de mayo. Si ninguno de los candidatos, como se anticipa, obtiene más del 50% de los votos, los electores volverán a las urnas el 17 de junio para una segunda vuelta. Tendrán que escoger entre los dos que más votos obtengan. Afortunadamente, Timochenko y Piedad Córdoba, la señora del turbante a lo Mandrake, quien lanzó su candidatura en Santiago de Cuba ante la tumba de Fidel Castro, invocando su protección, serán repudiados minuciosamente por los electores. Según las encuestas, no los quieren.
Es probable que el duelo final sea entre el candidato de la centroderecha y Gustavo Petro. Y de los tres candidatos de centroderecha a las primarias de marzo, a juzgar por las encuestas, dos tienen más oportunidades: los abogados Iván Duque, el joven senador preferido por Álvaro Uribe, elocuente y con garra, y Marta Lucía Ramírez, hoy líder del Partido Conservador, preferida por Andrés Pastrana, ex ministro en el gabinete de Uribe, y persona con una notable experiencia en la administración pública y una envidiable fama de honorabilidad. Lo que se rumora en Colombia es que quien salga segundo en esas primarias irá a los comicios como vicepresidente de quien salga primero. Es una buena fórmula y una magnífica muestra de cordialidad cívica entre opositores circunstanciales.
Se espera que gane el candidato de centro derecha. Colombia tiene demasiados problemas para agregarle el vendaval de una victoria chavista. El país, por lo menos, tiene que detener la corrupción, incluida la "mermelada" que dan y reciben los políticos, derrotar a las narcoguerrillas del ELN, erradicar la cocaína, aumentar la producción petrolera, incorporar a la marea de exiliados venezolanos, reducir el desbocado gasto público y adecentar los procesos electorales. Nada de eso está en la agenda chavista. El chavismo de Petro es parte del problema, no de la solución.