Este 2018 ha arrancado muy complicado, con una ola de homicidios tan preocupante que llama la atención. Históricamente alrededor de 200 homicidios ocurrían al año; en los últimos dos pasamos a casi 300. En los primeros 50 días del presente, hemos tenido 58 homicidios. Es muy grave.
Personalmente, deseo encender la luz de alarma sobre el fenómeno de la droga, un flagelo universal que nos ha llegado y ha cambiado parámetros fundamentales de nuestra sociedad.
Para empezar, tenemos el tema de las bandas del narcotráfico. Si hay "ajustes de cuenta" todo el tiempo, es porque el crimen organizado ha avanzado de un modo enorme. No se puede ignorar, especialmente en una sociedad como la nuestra, que no conocía este tipo de delincuencia.
En cuanto al consumo, nuestras informaciones son escasas. Las investigaciones, tanto de la Encuesta de Hogares como la de Estudiantes de Secundaria, ya son viejas. No reconocen lo ocurrido en estos tres años, en que la legalización de la marihuana ha instalado un clima general complaciente.
Lo que se sabe hasta ahora es que la edad promedio de inicio en el alcohol y la marihuana anda por los 14 años y en las cocaínas, alrededor de los 16 años. Son las edades más peligrosas para contraer adicciones. También se ha comprobado que la marihuana ha crecido exponencialmente, que el alcohol sigue siendo el consumo más importante y que suben los sintéticos (en la encuesta de estudiantes aparece un 7,5% que admite haber consumido LSD). Se corrobora que la marihuana funciona sola o asociada a casi todo el resto de los consumos.
Es urgente ahondar en el tema. No ignoramos que la Junta Nacional de Drogas hace su trabajo, pero la cuestión está requiriendo abordajes mucho más importantes, intensos y, sobre todo, actuales.
Los estudios que hay, científicos o empíricos, dicen que el inicio de los consumos coincide con una etapa de experimentación en la vida, en torno a una adolescencia que comienza a asumir la realidad de un mundo al que suele sentir hostil. Media a la vez una suerte de contracultura, un desafío a lo institucional, una búsqueda de espacios que no les llenan el estudio, el deporte, la religión o la música. Es más, esta última se asocia mucho a los consumos, especialmente en ciertos recitales o fiestas de música electrónica.
Todo esto lleva a excesos con graves daños para la salud. E influye también, inequívocamente, en el nivel de agresividad, de crueldad o de insensibilidad de los delincuentes comunes. El homicida de la joven Florencia Cabrera, que mató por matar, también amenazó de muerte a su propia madre, porque llamó a la Policía en ocasión de un episodio de violencia estando drogado.
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El tema es, sigamos diciéndolo, ante todo de salud. Quien cae en la drogadicción está enfermo y debe ser tratado con el respeto a esa situación y la inteligencia para intentar revertirla. No se trata de estigmatizar al "drogadicto" ni de salir a dar palos de ciego. Sí, en cambio, de enfrentar esa sensación generalizada de que las drogas pueden ser buenas, confundiendo a la gente. De la marihuana solo se habla para evocar sus usos medicinales, muy variados, pero que deben manejarse científicamente y no por espontáneo curanderismo popular. Lo mismo podría decirse del opio, el padre de los analgésicos, de amplio espectro medicinal, pero que mal manejado lleva a una situación como la actual en los Estados Unidos, en que la facilidad para alcanzar los opioides ha configurado una emergencia nacional declarada oficialmente por el gobierno. El año pasado produjo más muertes que la guerra de Vietnam.
La drogadicción no está hoy en los titulares. Se ha instalado un clima de permisividad, de fascinación transgresora que pasa por la marihuana y se traslada fácilmente a otras drogas. El gran objetivo sería lograr que los jóvenes piensen que el "nabo" es el que consume (sea lo que fuere) y no el "cool" que se siente moderno y desafiante por iniciarse en un camino que luego adquiere derroteros muy variados, no todos trágicos, pero ninguno beneficioso para la salud física y psicológica.
El alcohol es la adicción mayoritaria, pero se está enfrentando y las restricciones, como la de no manejar, van dando resultados prácticos y sobre todo brindando un fuerte alerta a la sociedad. Preferiría, con todo, que en vez el consumo cero se empleara una cota algo más razonable, como en la mayoría de los países, porque eso ayuda a educar en el consumo responsable y moderado. En el tabaco, es notorio que se ha bajado la venta y que no hay quien no sepa de sus efectos cancerígenos. ¿Por qué entonces no lograr una difusión masiva de los daños científicamente comprobados de la marihuana? ¿Por qué no buscar los medios para prevenir sobre las drogas sintéticas que siguen avanzando?
No hay soluciones simples para un tema complejo. Pero no hay nada peor que no asumir la situación, cuando cada día resulta más claro que es imprescindible trazar una estrategia más amplia, más profunda, que envuelva a toda la sociedad, a los educadores, a los comunicadores sociales, a todos aquellos que pueden contribuir a mejorar lo que se está sufriendo.