He sido un niño adoctrinado desde el vientre. Provengo de una familia marxista. Me llamo Carlos Federico en obvio homenaje a Karl Marx y Friedrich Engels. Fui a un jardín de infantes vinculado al Partido Comunista en el que aprendí "La Internacional" en varios idiomas, mientras mis amigos del barrio cantaban las típicas canciones infantiles. Aún conservo el carnet del PC perteneciente a mi abuelo, un hombre extraordinario, amoroso, honesto a hasta la pobreza, que, paradojas de la moral comunista, amaba a Stalin. Razones no le faltaban: había derrotado a Hitler.
Me ensañaron a aborrecer a la Iglesia antes de que yo alcanzara el metro de estatura. Mi abuela, una mujer buena, diminuta y muy bella, estuvo presa en las cárceles de Perón por ser comunista, judía y cultivar la lectura. Ella y otras mujeres que integraban los leienkrais, grupos de lectura organizados por el Teatro IFT, fueron encarceladas en las dependencias que gentilmente la Iglesia le cedía a Perón para tal fin en los claustros ubicados en la calle Riobamba y Lavalle.
Años más tarde, decepcionado por el apoyo descarado del PC a la dictadura militar, mi abuelo me dijo: "Fijate bien en qué lugar está parado el Partido Comunista y cruzate siempre a la vereda de enfrente". En general, así lo hice hasta ahora. Incluso hoy, cuando gran parte del PC se abraza a la Iglesia, al peronismo y a un Papa que supo tratar a sus enemigos de "zurdos". De esa iglesia peronista, conservadora, autoritaria e intolerante proviene Jorge Bergoglio.
Conozco el pensamiento comunista desde adentro. He recitado el dogma del "progresismo" argentino hasta hace algunos años, cuando, por fin, me liberé de aquellas marcas a fuego que signaron mi moral. Ese dogma nos impedía que se pusiera en duda el número de desaparecidos. Estaba prohibido hablar de los asesinatos que cometieron los grupos armados en las décadas de los '60 y los '70. Si alguien osaba mencionar esos crímenes aberrantes, el manual del bienpensante nos enseñaba que debíamos acusar a tales herejes de esgrimir la "teoría de los dos demonios" y ocultar de esa manera el terrorismo de las organizaciones armadas con la ominosa sombra del terrorismo de Estado.
Asistimos a una paradoja inédita. Hoy no sólo no se puede poner en duda el relato que escribieron las mismas organizaciones de DDHH que inventaron la "desaparición forzosa" de Santiago Maldonado, sino que tampoco nos está permitido conjeturar que el propio Jorge Bergoglio fue parte de la represión ejercida por la dictadura militar.
¿Qué hay detrás de la sobreactuación del romance de Bergoglio con Hebe de Bonafini? El conmovedor intercambio epistolar entre ambos hay que entenderlo bajo el código gestual que el Sumo Pontífice maneja como un jugador de truco más que como un intermediario entre el Cielo y la Tierra.
"No hay que tener miedo a las calumnias. Jesús fue calumniado y lo mataron después de un juicio 'dibujado' con calumnias. La calumnia sólo ensucia la conciencia y la mano de quien la arroja".
Las calumnias son un desvelo de Jorge Bergoglio. De hecho, se quejó en varias ocasiones de haber sido víctima de calumnias. ¿Quién lo calumnió, según su óptica? Hebe de Bonafini. "La basura va junta: Macri, Bendini y Bergoglio. Son de la misma raza y de la misma ralea. Son fascismo, son la vuelta de la dictadura. Son la dictadura misma." Y lo mencionó entre los obispos que bendecían a los militares "cuando tiraban a nuestros hijos vivos al río". Eso dijo Bonafini de Bergoglio en 2007. En este contexto, las palabras del Papa suenan como una velada advertencia a Hebe: "me calumniaste en el pasado, espero que no lo vuelvas a hacer porque eso hablaría mal de vos".
Pero la enemistad de Jorge Bergoglio con los familiares de las víctimas de la represión no se limita a un mero intercambio de opiniones. El 8 de noviembre de 2010 el entonces obispo debió declarar ante la Justicia en el juicio por violaciones a los derechos humanos durante la dictadura militar. En ese marco, tuvo que explicar bajo juramento su papel por el secuestro de dos sacerdotes jesuitas, Yorio y Jalics, que permanecieron cinco meses desaparecidos, detenidos ilegalmente en la ESMA, donde, además, fueron brutalmente torturados.
Bergoglio sostuvo que intercedió ante Videla y Massera a favor de los religiosos. Yorio falleció y Jalics vive en Alemania. Jalics no acusó explícitamente a Bergoglio, pero tampoco fue demasiado elocuente en su defensa: "Estoy reconciliado con los acontecimientos y considero que es hora de dar todo por terminado". El ex Obispo de Buenos Aires, por su parte, nunca quiso que se hablara de este tema.
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Es célebre el carácter extorsivo de las negociaciones políticas del kirchnerismo. Los carpetazos de los servicios de inteligencia fueron uno de los recursos más eficaces y temidos de Néstor y Cristina. De hecho, pudimos escuchar en la voz de la propia ex presidenta el pedido a su fámulo Oscar Parrilli para que se dedicara a "apretar jueces". Durante los primeros días del Papado de Francisco, el kirchnerismo empleó toda su artillería para atacar al flamante Papa. Horacio Verbitsky mostró apenas una parte de la numerosas carpetas del "Caso Bergoglio" y dedicó una serie de columnas a hablar de su papel en la represión durante la dictadura. Dijo muchas cosas, presentó algunos testimonios, insinuó pruebas y sugirió que había mucho más para mostrar. Gran parte de la prensa mundial reaccionó con interés. Pero a los pocos días hubo una negociación y ambas partes, Francisco y el kirchnerismo, cambiaron abruptamente de posición. Hasta podría afirmarse que cambiaron los roles: los "progresistas" se convirtieron a un cristianismo fanático y el Papa se abrazó con aquellos a los que, hasta ayer, trataba de "zurdos". ¿En qué consistieron las negociaciones secretas?
En primer lugar, Horacio Verbitsky accedió a retirar los artículos periodísticos contra el Papa, según él mismo admitió. ¿Qué más sabe Horacio Verbitsky? ¿Qué otros hechos hubiese dado a conocer de no haber mediado una privadísma negociación de dos horas entre el Papa y Cristina Kirchner?
Lo cierto es que Bergoglio era la máxima autoridad de los jesuitas en la Provincia entre 1973 y 1979, cuando la jerarquía eclesiástica, de la cual formaba parte, bendecía las armas, confortaba a los militares que sentían remordimiento por las ejecuciones en los "vuelos de la muerte" y dio capellanes que les levantaban la moral a los militares para aniquilar al enemigo. Las declaraciones del sacerdote Yorio fueron en ese mismo sentido y desmienten las excusas de Jorge Bergoglio. Yorio le dijo al propio Horacio Verbitsky que el hoy Papa no hizo nada para evitar que él y Jalics fueran secuestrados y torturados. "No tengo ningún motivo para pensar que hizo algo por nuestra libertad, sino todo lo contrario".
Tal vez no sea casual que, en ese mismo código gestual, Nicolás Maduro haya apelado al Papa Francisco para que interceda a favor de su régimen: "No deje que nos desaparezcan", dijo el dictador venezolano con una mueca amenazante que conocen bien los tahúres de pueblo chico.