La Argentina extremista: del nepotismo al macartismo parental

Guillermo Sueldo

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¿Por qué será que se nos hace tan difícil encontrar el sentido común? En vez de ahorrarnos dificultades innecesarias que nos quitan posibilidades de construir en común un destino de bienestar, siempre deambulamos en un péndulo de extremos peligrosos y decadentes. Entre lo razonable y lo absurdo, pareciera que tenemos una patética inclinación hacia lo segundo; y así, puede más la pasión colectiva irracional que una reflexión clara, concreta y sincera.

Lo antedicho se vincula con el comportamiento ético en el ejercicio de la función pública, y que no se trata de una quimera sino de algo concreto y cuyas consecuencias positivas o negativas se trasladan a la sociedad, sea como ejemplo enaltecedor de valores o como causa degradante de ellos. No son meros postulados de buena conducta ni arbitrariedades intrascendentes. Por el contrario, se trata de responder a un sistema de valores propios y formadores de valores sociales mediante los cuales regulamos las conductas, las que nos hacen mejores o peores ciudadanos.

En consecuencia, ser un funcionario público decente no se basa en una arbitrariedad sino en el respeto a un sistema ético de comportamiento personal y con mayor responsabilidad aún al tratarse del ejercicio de una actividad al servicio de la sociedad, desempeñado supuestamente con la vocación de administrar. Y tampoco es una posibilidad de la que pueda el funcionario optar, sino un deber que responde a una especie de contrato moral con la sociedad.

Dicho esto, considero que el tema de los parientes de funcionarios que sean designados en algún cargo público debe ser tratado con seriedad y no con demagogia con el único fin de captar la simpatía de una sociedad hastiada de corrupción política. Está claro que la función pública no es una oportunidad para otorgar un conchabo a parientes cuyo fin es acomodar vagos, inútiles o avivados, pero de allí a establecer una prohibición absoluta a que parientes puedan estar en algún cargo es pasar del nepotismo a una especie de macartismo parental que escapa al sentido común. Por lo tanto, también a la posibilidad de considerar razonablemente alguna situación concreta y que no sea determinante de un ejercicio abusivo ni corrupto de acomodos.

El reciente decreto del Presidente con respecto a este tema parece una confesión de parte de quienes llegaron a la más alta función pública con un discurso que durante los primeros dos años no cumplieron, en tanto parece existir un exceso de parientes colocados en cargos cuyos excelentes salarios son solventados con el dinero de los contribuyentes. Está bien que se ponga orden y no haya excesos en el nombramiento de parientes, pero no está bien desterrar esas prácticas abusivas con ideas descabelladas como la de prohibir por ley que existan parientes de funcionarios en ningún poder del Estado. Si existiera un auténtico comportamiento ético, no haría falta ningún decreto echando parientes ni tampoco una desproporcionada idea de una ley prohibitiva al respecto.

La Argentina pendular que nos lleva de extremo a extremo necesita calmarse para pensar y entonces actuar con sentido común, razón, coherencia, apego a un sistema de valores y a la ley. Los desatinos efectistas son solo pour la galerie.

El autor es abogado, docente terciario y dirigente de la Democracia Cristiana.

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