El neoliberalismo se constituye como doctrina económica luego de la Segunda Guerra Mundial, en tanto una reacción teórica y política vehemente contra el Estado intervencionista y de bienestar. Esta corriente económica, liderada en un principio por Friedrich Hayek, sostenía que la restricción de los mecanismos de mercado constituía una amenaza a la libertad económica y política. Afirmaba que el origen de la crisis que el mundo atravesaba en ese momento estaba en el excesivo poder que el movimiento obrero había adquirido. Lo cual, según esta postura, había socavado las bases de acumulación capitalista, llevando los gastos sociales del Estado a un nivel insostenible, lo que desembocaba en un alto ritmo inflacionario y estancamiento económico. Frente a estas circunstancias, el neoliberalismo exigía la contracción del gasto social, la disciplina presupuestaria, el cese de las intervenciones estatales en los mercados, el restablecimiento de una tasa "natural" de desempleo (generando un ejército de reserva de trabajo que quebrara el poder de los sindicatos) y reducciones de impuestos sobre las ganancias más elevadas y las rentas a fin de restituir una "saludable" desigualdad. De esta forma, afirmaba esta escuela, la libre acción del mercado, con su eficiente asignación de los recursos y los incentivos que brinda al ahorro y a la inversión, aseguraría un bienestar imposible de alcanzar con políticas intervencionistas.
En un marco donde la gran crisis del modelo económico de posguerra (año 1973) provocó que los países capitalistas más avanzados cayeran en un período estanflacionario, la ofensiva neoliberal comenzó a construir su hegemonía. Las llegadas al poder de Thatcher en Reino Unido y Reagan en Estados Unidos marcaron el comienzo de la implementación de las políticas neoliberales en los países centrales. En concordancia con este devenir político, Paul Volcker fue designado al mando de la Reserva Federal de Estados Unidos en 1979, lo que dio inicio a un período caracterizado por el aumento de las tasas de interés de referencia, cuya finalidad era consolidar a Estados Unidos como el centro de las finanzas internacionales y cambiar el signo de los flujos financieros entre Estados Unidos y el resto del mundo. De esta manera se buscaba compatibilizar el fortalecimiento del dólar con la financiación del déficit fiscal, que se vería fuertemente presionado por el efecto del incremento de los gastos militares y la reducción de los impuestos a los sectores sociales más acomodados.
La suba de la tasa de interés real generó una pronta contracción de la demanda, el aumento del desempleo y la reducción de los salarios reales, con la consiguiente caída en la tasa de inflación. Lo que implicó en definitiva una significativa transferencia de riqueza hacia los hogares de más altos ingresos, dada su significativa posición en activos financieros. La contraofensiva del neoliberalismo a la caída de la tasa de ganancia en los países avanzados se centró en la reconstitución de la participación de los beneficios en el ingreso, incrementando aún más las desigualdades ya existentes. Este proceso fue impulsado a partir de medidas tales como reducción de los salarios mínimos, limitaciones al accionar sindical, reducción de beneficios sociales y baja de impuestos a los sectores más acomodados. Sin embargo, el incremento de la tasa de ganancia generado a partir de estas políticas tuvo lugar en el marco de un crecimiento del producto menor al de la edad de oro y un reducido ritmo en el crecimiento de la productividad del trabajo, así como también una tendencia a la reducción de la participación de la inversión en el PBI.
Simultáneamente, y a partir de la decisión de la FED de subir la tasa de interés, comienza un proceso de liberalización financiera que se extiende a las actividades internacionales mediante el progresivo desmantelamiento de las trabas a los movimientos de capitales y a las operaciones en divisas. La liberalización financiera es apoyada por el conjunto del gran capital, que se encontraba deseoso de movilizar libremente sus excedentes en un contexto signado por la volatilidad internacional de las tasas de cambio e interés, y la contracción de las oportunidades locales de inversión. La creciente demanda de activos financieros, producto del desequilibrio entre los beneficios y la inversión, fue canalizada mediante el desarrollo de nuevos productos financieros, entre ellos las obligaciones de deuda con garantía, valores titularizados y otros derivados. Esto generó, a partir de la abundancia de capitales especulativos, un círculo virtuoso para las finanzas. El crecimiento de la demanda de estos activos impulsó la constante creación de nuevos instrumentos, el incrementando de la masa de productos operados y los precios de estos. En este nuevo esquema, las empresas comenzaron a financiarse a través de la emisión de títulos y ya no a través de los tradicionales préstamos bancarios, lo cual generó que los inversores financieros adquirieran un peso decisivo en la toma de decisiones en tanto accionistas. De esta forma, se modificaron profundamente los objetivos y el funcionamiento de las grandes empresas no financieras, por lo que las decisiones empresariales quedaron subordinadas a los intereses y las exigencias del capital financiero. Así, las disposiciones gerenciales en el ámbito empresarial se redujeron a la valorización de las acciones y el pago de elevados dividendos, maximizando la tasa de ganancia en el corto plazo, en claro desmedro del proceso de inversión e innovación.
Este conjunto de transformaciones, acompañadas por un contexto de amplia liberalización de los movimientos internacionales de capitales, se ha traducido en la conformación de un número significativo de burbujas especulativas. Que, a su vez, encuentra su punto de partida en un sector de la economía cuyas expectativas de rentabilidad determinan un masivo ingreso de capitales que impulsa el aumento de las cotizaciones bursátiles y del consumo, dado el crecimiento del ingreso de las clases altas y la expansión del crédito a partir del efecto riqueza generado por la valorización de los activos. Sin embargo, este esquema se sostiene solo hasta el punto en que la sobreinversión en el sector determina el comienzo del derrumbe, lo que genera un fuerte efecto desestabilizador sobre la economía mundial.
El desarrollo de estas burbujas es un fenómeno estructural de la economía mundial, originado ya no en tasas de interés altas, sino en tasas de interés extremadamente bajas, obtenidas a partir de significativas expansiones monetarias que impulsan la suba de los activos bursátiles. La tendencia a que los beneficios empresarios excedan la inversión productiva realizada se traduce en la búsqueda de inversiones rentables en el terreno financiero. Esto da lugar a una rápida expansión de la actividad financiera y a un incremento en el precio de ciertos activos hasta el estallido de la crisis. No obstante, las burbujas no alteran en el largo plazo la tendencia a un bajo crecimiento del producto, en el marco de un capitalismo donde las finanzas ocupan un lugar central y la expansión del capital está sujeta en virtud de la forma específica que revisten sus contradicciones, a una dinámica y a crisis marcadamente distintas a las predominantes durante la denominada edad de oro del capitalismo. De esta forma, la economía internacional queda expuesta, como resultado de la desregulación y la liberalización financiera, a una profunda y peligrosa inestabilidad, cuyos principales ejemplos del caso se constituyen a partir del estallido de las crisis financieras internacionales de los años 2000 y 2008, cuyos efectos fueron devastadores para una significativa proporción de la población mundial.
Tener presente esta estructura económica internacional resulta vital en este momento, donde el mercado bursátil norteamericano, el más significativo del mundo, lleva nueve años de subas continuas; el mercado alcista más prolongado de la historia de Wall Street. Este incremento en los principales indicadores del mercado norteamericano ha alcanzado niveles de precio récord, que duplican a los registrados en el momento previo al estallido de la crisis de las subprime y los principales bancos de inversión ya comienzan a alertar sobre la posible proximidad de ajustes de precios. Desde la crisis del 2009, el mercado norteamericano registra una suba del 300%, lo que representa un rendimiento anual que duplica la media histórica y es, además, un alza registrada en un período en que la economía ha exhibido muy bajas tasas de crecimiento e inversión. Por lo tanto, tener en cuenta las consecuencias históricas de las políticas de financiarización neoliberal resulta imprescindible en un momento en que la economía argentina se encuentra particularmente vulnerable y expuesta, en un mundo donde la historia se repite, primero, como tragedia y, luego, como farsa.
El autor es licenciado en Economía.