La reciente gira del presidente Mauricio Macri por la Unión Europea, especialmente su encuentro con el primer mandatario francés Emmanuel Macron, reflotó la idea de un posible acuerdo entre Mercosur y la Unión Europea.
Cuando se habla de Europa, siempre las expectativas son altas. Sabemos que la historia argentina se encuentra fuertemente ligada al Viejo Mundo por diversos factores, tanto por un crecimiento de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, ligado a inversión británica (trenes, puertos, frigoríficos, entre otras áreas), así como las exportaciones de materias primas a diversos países de Europa en tal período. También por la migración europea que, en diversas tandas, constituyó la identidad nacional argentina.
Pero, ¿es esto suficiente para reflotar con éxito los intentos de un acuerdo entre ambos Mercosur y Unión Europea? Recordemos que Argentina, como miembro del Mercosur, no puede firmar acuerdos por sí sola, sino que debe hacerlo de manera conjunta con los demás países del bloque económico.
Varios comentarios al respecto. Es claro que el Mercosur (Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay, a los que se ha sumado Venezuela, de alguna forma) no atraviesa su momento de mayor integración. Basta señalar enormes asimetrías entre los países miembros, en gran parte marcadas por las diferencias macroeconómicas. Mencionemos a modo de muestra la abismal brecha entre las inflaciones de los líderes del bloque —Brasil y Argentina: cerca del 3% para el primero y cerca del 25% para el segundo—, lo que subraya apenas uno de los temas fundamentales que debe ser resuelto puertas adentro. Sin mencionar los enormes desafíos en materia transparencia que enfrenta el vecino país (Lava Jato, entre otros) y sus implicancias en términos de atracción de inversiones, así como el proceso cercano que vivencia la Argentina en cuanto a acción judicial en materia anticorrupción.
Por su parte, Europa parece, más allá de las buenas intenciones formales, mucho más orientada a resolver sus problemas internos y la integración definitiva de las economías de Europa central y oriental a la Europa occidental. Asimismo, viendo cómo resuelve la salida del Reino Unido de Gran Bretaña, luego del Brexit. Por otra parte, recordemos que, tras el hambre generada por la Segunda Guerra Mundial, la actual Unión Europea lanzó su política agrícola común (PAC), cuya meta es la autosuficiencia alimentaria, con lo que estableció subsidios internos a la producción agropecuaria, así como restricciones al ingreso de bienes del resto del mundo en esa área. El agro europeo no tiene que ver solo con la economía, donde podría sumarse con más fuerza la Argentina como proveedor privilegiado, sino con lo político, con el mantenimiento de la población rural en los campos a través de un ingreso prácticamente garantizado. Y en caso de abrirse el mercado europeo, lo haría privilegiando a los nuevos socios de la Europa no occidental, como hemos mencionado. Obviamente, siempre existen excepciones, como la famosa cuota Hilton, subutilizada por tanto tiempo, y otros instrumentos que pueden ser herramientas para mejorar puntualmente los intercambios, pero no parece ser el momento de grandes giros mirando hacia el sur del planeta.
Es posible que se continúen generando algunos puentes de diálogo y acciones que refuercen la "buena onda" entre ambos bloques, pero lejos estaremos de la posibilidad de volver a soñar con un crecimiento basado en las exportaciones a Europa. Es claro que desde el gobierno argentino tampoco se espera eso, sino que se apuesta a una diversificación de los vínculos comerciales y de inversiones con el mundo. Un mundo que está creciendo con mucha más fuerza por el Pacífico que por el Atlántico.
El autor es director ejecutivo de la Fundación Atlas para una Sociedad Libre.