Sonia Schulman de Wildfeuer es una mujer que, pese a su avanzada edad, deslumbra con su vitalidad y su frescura. Esposa, madre y abuela cariñosa, vive en la ciudad de Córdoba desde que allí se afincó con sus padres y su hermano, hace más de sesenta años, provenientes de la lejana Europa.
Fue en Córdoba que, perfectamente integrada en el entorno social circundante, obtuvo, tiempo después, la ciudadanía argentina, fundó su propia familia junto con su esposo Edgar, también inmigrante como ella. Con el paso de las décadas, prosperaron y tuvieron hijos.
Pues bien, esta señora, que contagia bondad y ternura con su mirada plácida y sus ojos encantadores, tiene una historia para contarnos. Sonia, a pesar de las décadas transcurridas, siente la imperiosa necesidad de ser oída. Y es nuestra obligación prestar atención a lo que tiene para contarnos: Sonia y todos los suyos vivían en Polonia, y eran judíos.
La historia que presentamos en esta columna se enfoca especialmente entre los años 1941 y 1945, es decir, el período de la vida de la protagonista que transcurrió entre sus 14 y sus 18 años de edad.
¿Cuál es el acontecimiento que nos motiva a escribir esta historia? La conmemoración del día de la Shoá, palabra que evoca el asesinato de los seis millones de judíos europeos por parte de los nazis y sus aliados en el marco de la Segunda Guerra Mundial; la mayoría de ellos por fusilamientos masivos o en cámaras de gas, pero también por hambre, agotamiento, frío, enfermedades —como el tifus o la disentería—, ejecuciones sumarias, métodos de torturas, experimentos aberrantes…
Sonia, en efecto, es una sobreviviente de la Shoá. Como la mayoría de ellos, el hecho de que haya logrado salvar su vida en un contexto tan opresivo durante tanto tiempo no puede calificarse sino como un suceso francamente extraordinario. Una sucesión interminable de decisiones (algunas meditadas, otras en principio azarosas) que, vistas en su conjunto, constituyen un encadenamiento causal del que difícilmente uno pueda sustraerse a la idea de que hay una voluntad inquebrantable de supervivencia, que guía no solo los actos conscientes sino también los inconscientes y que, en definitiva, convierten a alguien destinado al exterminio en una sobreviviente.
Permítaseme aquí colocar algunas coordenadas históricas para enmarcar los hechos. Para la época del inicio de la guerra en el frente oriental, el 22 de junio de 1941, ella y su familia vivían en Smorgon, al noreste de Polonia. Allí la sorprendió la ocupación nazi, y vivió el acelerado proceso de identificación, discriminación y colocación en guetos de los judíos, que abarcó a toda la región.
Durante 1943, tras el desencadenamiento de la "solución final de la cuestión judía", es decir, el exterminio de todos los judíos europeos, en especial en el campo de exterminio (Vernichtungslager) de Auschwitz-Birkenau, el gueto de Smorgon fue paulatinamente liquidado por los nazis, y la mayoría de los hombres, las mujeres y los niños judíos deportados desde esa localidad terminaron en las fosas comunes de los bosques de Ponar, en las afueras de Vilna, víctimas de fusilamientos masivos perpetrados por grupos de tareas (Einsatzgruppe) de las SS y sus auxiliares voluntarios lituanos.
No fue el caso de Sonia, que, conforme su relato, a fines de 1942 fue deportada al campo de trabajo de Zezmariai, Lituania, donde estuvo durante los siguientes meses. Claro que en Zezmariai la vida de los judíos recién llegados pendía igualmente de un hilo. En efecto, de los 220 mil judíos que había en Lituania en 1941, solo unos diez mil sobrevivirían, lo que hizo que ese país ostentase la tasa más alta de exterminio de sus juderías, cercana al 94 por ciento.
Finalizadas las tareas en el campo de Zezmariai, Sonia fue deportada en 1943 al gueto de Kaunas, que para ese entonces había visto reducida por fusilamientos en un tercio la población judía, de los 30 mil que originariamente fueron allí conducidos. Otros 10 mil habían sido asesinados antes de la formación del gueto. En los espacios que dejaron otros judíos asesinados, fueron ubicados los nuevos deportados. Sin embargo, como a fines de ese año fue nuevamente transferida al circuito de campos de trabajo, Sonia se salvó de las matanzas masivas que tuvieron lugar unos meses más tarde allí.
El nuevo destino de Sonia sería lo que para aquel entonces era ya un gigantesco y siniestro campo de concentración: Stutthof, cerca de Danzig, en Prusia Oriental. De haberse quedado en Stutthof, difícilmente hubiese logrado salvarse, no solo por las condiciones espantosas y la pulsión genocida que allí imperaba, sino, además, porque cuando le llegó el turno a este campo para ser abandonado debido al avance de los soviéticos, la mayoría de las cautivas judías que todavía vivían, hacia enero de 1945, fueron objeto de fusilamientos, ahogamientos en el mar y métodos similares que las diezmaron.
La autora no formaría parte de ese destino trágico. Desde Stutthof fue inmediatamente transferida al sur de Alemania, al sistema de campos de trabajo conocidos como Kaufering, a 65 kilómetros de Múnich.
Sonia, desde mediados de 1944 y durante ocho interminables meses, fue una de las más de cuatro mil mujeres que, junto a unos 25 mil hombres, fueron allí hacinados y esclavizados en la construcción de gigantescos túneles.
Para tener una mínima aproximación al estado en que, como Sonia, se encontraban los cautivos para la época de la rendición de Alemania, en mayo de 1945, puede verse el capítulo IX de la serie Band of Brothers (titulado "Why we fight"), en donde se recrea la liberación, por parte de las tropas norteamericanas, precisamente de uno de aquellos campos.
A partir de ese momento comienza el retorno de la protagonista al mundo que conocemos. La Shoá, ese agujero negro de la modernidad y de la civilización, el crimen de genocidio más significativo en la historia del hombre, llegaba a su fin. De los tres millones de judíos que vivían en Polonia hacia el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, apenas algunas decenas de miles sobrevivirían cuando esta terminó.
Como les pasó a muchos otros sobrevivientes, encabezados por los ilustres Primo Levi, Elie Wiesel e Imre Kertesz, esa voluntad para la vida, superados los peligros, se convirtió en una voz interior, una voz que es universal, porque es la voz de la condición humana cuando se ve frente a su propia extinción, que dice: "Tú tienes el privilegio de ser un sobreviviente. Eres uno entre decenas de miles. Tienes un cometido ineludible: relata lo que has vivido. Cuéntale a la humanidad en nombre de quienes no pueden hacerlo. Mundus squiat eum. Que el mundo sepa".
Sonia Schulman, como casi todos los sobrevivientes que viven en Argentina, sigue honrando ese mandato hasta el día de hoy. Y nosotros, las nuevas generaciones, tenemos el imperativo moral de conocer y difundir esta historia, que es de algún modo la historia de todas las víctimas de la Shoá, de los salvados, pero también de los hundidos, para que nunca más se repita.
El autor es juez federal. Docente universitario (UBA, UNR). Ha publicado el ensayo "Historia de la Solución Final", Siglo XXI Editores, 2012. El testimonio completo está publicado en "Memorias de Sonia", Ed. Lerner, 2013.