Bartolomé Mitre, uno de los constructores de la Argentina moderna

La guerra del Paraguay sirvió para consolidar el sentimiento de unidad nacional que obsesionaba a Mitre cohesionar, entre las provincias, destrozadas tras años de sangrientas guerras civiles

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Bartolomé Mitre fue uno de los hombres más prolíficos y polifacéticos del siglo XIX en nuestro país. El 19 de enero pasado se cumplieron 110 años de su fallecimiento.

Mitre fue uno de los grandes constructores de la Argentina moderna. Escritor, periodista, estadista, militar e historiador. Si por algo debemos recordar a Bartolomé Mitre, es por su invaluable y permanente aporte a la unidad nacional.

Nació el 26 de junio de 1821, en la Ciudad de Buenos Aires. Porteño de corazón, de raíces venecianas y, más atrás en su genealogía, de ancestros griegos. El apellido originario de su familia era Mitropoulos.

Hacia 1827 su familia se trasladó a Carmen de Patagones, donde su padre sirvió como tesorero del fuerte que guarnecía ese punto. Hasta el día de hoy, la tradición oral de la ciudad guarda gratos recuerdos del paso de la familia Mitre por sus calles y sus casas.

En 1829 su padre lo envió a la estancia de su amigo, Gervasio Rosas, hermano del luego dictador porteño Juan Manuel de Rosas, a fin de que aprendiera sobre los menesteres del campo. Decepcionado, don Gervasio lo reintegró a su casa paterna al poco tiempo y le dijo a su padre: "Aquí le devuelvo a este caballerito, que no sirve ni servirá para nada, porque cuando encuentra una sombrilla, se baja del caballo y se pone a leer". Desde temprano demostró su inclinación a la lectura y a la escritura, que marcó a fuego lo que luego sería su vida.

A partir de 1831 su familia se instaló en Uruguay. Allí el joven Bartolomé egresó de la Escuela Militar de Montevideo, en 1839, con el grado de alférez de artillería. Luego, se incorporó a las filas del bando colorado, en las luchas civiles contra el Partido Blanco, en el Estado Oriental. Esa cercanía con los colorados lo llevó también a apoyar la causa unitaria, que en simultáneo batallaba contra el régimen rosista, en Buenos Aires, que era aliado de los blancos uruguayos. De esa época datan sus primeros poemas y publicaciones periodísticas en medios orientales.

Luego se mudó a Bolivia, y después a Chile, donde conoció a Juan Bautista Alberdi. Ambos escribieron para el diario El Comercio, de Valparaíso. Luego, escribió en El Progreso, de Santiago de Chile, bajo la dirección de Domingo Faustino Sarmiento.

Vuelto a Buenos Aires, tras la caída de Rosas, lideró la oposición porteña a la predominancia de Justo José de Urquiza, al frente de las demás provincias, en lo que se llamó la Confederación Argentina. Fue uno de los fundadores del Estado de Buenos Aires, enfrentado con las armas confederadas provinciales.

Mitre nunca se caracterizó por ser un genio militar. Se cuentan más sus derrotas en el campo de batalla que sus victorias. Le tocó ser vencido por casi todos sus contendientes, hasta por los indígenas, en una incursión que buscaba poner coto a los malones. Tal es así que Mitre se volvió un experto en conducir retiradas, muchas de las cuales resultaron heroicas y salvaron a muchos de sus hombres de un exterminio seguro.

La única victoria que se le reconoce fue la más importante: la batalla de Pavón, que tuvo lugar el 17 de septiembre de 1861, entre las tropas de la Confederación, conducidas por Urquiza, y las del Estado porteño, bajo el mando de Mitre. Sin embargo, el triunfo fue inmerecido. Nunca nadie supo a ciencia cierta por qué su contendiente, el general Urquiza, decidió abandonar el campo de batalla, pese a que la caballería confederada de las alas había arrollado a la porteña.

Este triunfo casual le permitió a Mitre ingresar por la puerta grande a la historia nacional. Pavón significó la disolución de uno de los Estados argentinos rivales: la Confederación Argentina. Pese a lo que le sugerían sus partidarios, de consolidar la secesión porteña y declarar la independencia definitiva del Estado de Buenos Aires, don Bartolomé decidió apostar a la unidad nacional y, ante la pasividad de su principal adversario, el general Urquiza, Mitre emprendió la unificación del país. Se convirtió en el primer presidente de la República Argentina reunificada, con posterioridad a la separación de la patria en dos Estados.

Muchas de sus gestiones en pos de la unidad se alcanzaron con medios pacíficos y otras, mediante la invasión de los ejércitos porteños a las provincias díscolas. Le cupo a Mitre consolidar las instituciones y conformar la primera Corte Suprema de Justicia de la Nación.

En el medio de este estado de cosas, estalló la guerra contra el Paraguay, cuando este país atacó e invadió la provincia de Corrientes, sin aviso previo y en forma injustificada. Obligado por las circunstancias y ante el orgullo nacional herido, el Congreso Nacional declaró la guerra a Paraguay y la Argentina se introdujo, así, en un inesperado conflicto para el cual no se encontraba preparada, en alianza con el Imperio de Brasil y el Estado Oriental. La feroz guerra duró cinco años y fue uno de los conflictos más sangrientos que enfrentaron las fuerzas patrias.

Bartolomé Mitre asumió el papel acordado de general en jefe de los ejércitos aliados; tuvo un desempeño bastante controvertido. Mitre nunca se caracterizó por ser un gran estratega, y se le reclaman varios desaciertos cometidos en la guerra, como su responsabilidad en la tremenda y sangrienta derrota de Curupaytí, por ejemplo. La guerra terminaría, al fin, con la victoria de los aliados.

Como el Presidente tuvo que alejarse al teatro de operaciones, estuvo prácticamente ausente de las decisiones políticas internas. La guerra del Paraguay sirvió para consolidar el sentimiento de unidad nacional que obsesionaba a Mitre cohesionar, entre las provincias, destrozadas tras años de sangrientas guerras civiles.

Recordamos a Mitre como uno de los historiadores más destacados del siglo XIX. Sus obras maestras, las historias de Belgrano y la de San Martín, son pilares fundamentales de la historiografía argentina y nos brindan información insustituible sobre nuestros años fundacionales. Podríamos hoy calificar a Mitre, sin temor a equivocarnos, como el Herodoto argentino. Ni sus más fervientes detractores, enrolados en el revisionismo histórico, consiguen desmerecer la titánica labor de Mitre en el estudio de nuestro pasado. Muchas de las críticas que estos le irrogan son infundadas, mal intencionadas o contaminadas por un claro perfil ideológico que pretende destruir la labor de este hombre extraordinario.

Su afán por recopilar documentación histórica dispersa en todas las provincias a fin de documentar su trabajo fue monumental. Se le reprocha haberse apropiado de archivos completos. No obstante lo cual, y en defensa de Mitre, corresponde expresar que en la época no existían archivos históricos y no había una política ni conciencia de conservación de nuestro pasado. El accionar de Mitre preservó a mucha de esa documentación de desaparecer, de ser destruida o sustraída. Tras su muerte, todo su archivo pasó a ser patrimonio histórico de la nación, y puede ser consultado por cualquier persona interesada en donde fuera su casa y hoy funciona el Museo Mitre. Es decir, y a diferencia de otros personajes de la historia, don Bartolomé no sustrajo esa documentación para sí. Siempre tuvo en claro que se trataba del patrimonio de todos los argentinos, la preservó en tal carácter, a los fines de conservarla y evitar su desaparición. Tal es así que hoy todos la podemos disfrutar.

Otro hito en la vida de don Bartolomé consistió en haber fundado uno de los decanos de los periódicos argentinos: el prestigioso matutino La Nación, "tribuna de doctrina", como le gustaba llamarlo.

Los radicales hoy deben reconocer a Bartolomé Mitre como uno de los líderes que contribuyó a fundar su partido. En efecto, Mitre constituyó, en 1890, la famosa Unión Cívica conjuntamente con varios de los que luego serían famosos dirigentes radicales: Leandro N. Alem, Aristóbulo del Valle, Marcelo T. de Alvear, Hipólito Yrigoyen, entre otros. Mitre brindó un amplio apoyo a la Revolución del Parque, que constituyó, al decir de muchos radicales, el hito fundacional del radicalismo.

Hasta su fallecimiento, el 19 de enero de 1906, Mitre conservaba su papel de referente obligado de la política argentina. Fue hombre de permanente consulta de los estadistas argentinos de la época. Pese a estar enfrentado políticamente a Mitre, Julio Argentino Roca solía visitar a don Bartolomé para recabar su opinión y su posición sobre distintas temas álgidos sobre los cuales debía resolver.

La casa de don Bartolo, situada sobre la actual calle San Martín 336 de Buenos Aires, podría dar testimonio sobre las personalidades que la frecuentaron, entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Esta casa le fue obsequiada por los porteños, mediante una suscripción popular, en homenaje a sus reconocidos méritos, al concluir su mandato como primer presidente de una nación argentina unificada.

Sus cumpleaños generalmente convocaban a una multitud de admiradores, que se congregaban a las puertas de su casa. El anciano general, conmovido, muchas veces subía a la terraza de su vivienda a despedirlos con emotivos discursos.

Bartolomé Mitre falleció en esa misma casa, afectado por un mal gastrointestinal. El carismático líder fue despedido por una muchedumbre pocas veces vista hasta entonces, que acompañó al cortejo fúnebre desde su vivienda hasta el lugar de su descanso eterno, en el Cementerio de la Recoleta, donde hoy se lo puede visitar.

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