La publicación de Fire and Fury: Inside the Trump White House ("Fuego y furia: dentro de la Casa Blanca de Trump"), a comienzos de enero, causó una sensación mediática global. Convertido en best seller instantáneo, la crónica escrita por Michael Wolff viene a confirmar muchas de las sospechas que tenían los comentaristas estadounidenses acerca del errático carácter del millonario presidente. De acuerdo con el relato que construye el autor, Donald Trump es un hombre que vive por y para sí mismo, es impulsivo, egocéntrico y tiene déficit de atención: difícilmente el perfil buscado para el cargo con más poder en el mundo.
Asumiendo que las premisas de Wolff están en lo cierto, Trump nunca quiso realmente la presidencia. Toda su campaña fue parte de un bluff para hacerse con fama internacional, un montaje propagandístico para darle prestigio a la marca Trump. En noviembre de 2016, todo el equipo del candidato republicano estaba preparándose para el anuncio de que Hillary Clinton se había robado la elección. No obstante, para la sorpresa del mundo entero, Trump ganó y se hizo con la presidencia. Wolff cuenta que el estupor del magnate frente a su improbable victoria pronto se convirtió en una sensación de seguridad y determinación por ocupar el despacho oval, acaso preparándose para el trabajo más difícil de su vida. Fire and Fury… da cuenta de la forma en la que Trump toma decisiones y ofrece una mirada interesante sobre el modo en el que el Presidente articula la política exterior de su país.
Bannon versus Jarvanka: cosmovisiones contrapuestas en el oído del Presidente
Para empezar, la trama del libro podría resumirse a la pugna constante por el oído de Trump. Dado su escaso conocimiento acerca de las dinámicas de Capitol Hill y las vicisitudes de la política en general, Trump es descrito por Wolff como un hombre altamente influenciable. Esta realidad confiere un poder excepcional a sus asesores íntimos y, en este sentido, el autor sugiere que la última persona en hablar con Trump tendrá más posibilidades de que sus ideas sean adoptadas por el Presidente como propias. Wolff plantea que, entre enero y agosto de 2017, la disputa entre asesores estaba protagonizada por Steve Bannon, el primer (y quizás último) estratega en jefe de la Casa Blanca, y por Jarvanka, el apodo por el cual Bannon se refería a Jared Kushner y a Ivanka Trump.
Por un lado, Bannon representa la facción del Tea Party, el ala de la derecha nacionalista y populista que irrumpió en años recientes en el debate estadounidense. En esencia, ejemplifica el cambio de paradigma opuesto a las convenciones entre demócratas y republicanos. Representa el proteccionismo, la postura antiinmigración y antiglobalización, y aboga por el aislacionismo de Estados Unidos frente a los problemas que supuestamente no le incumben. Por otro lado, Ivanka y Jared representan la facción cosmopolita y más convencional dentro de la Casa Blanca, al menos en términos de respetar las normas del establecimiento estadounidense.
Podría decirse que la doctrina de seguridad publicada en diciembre actúa como una suerte de síntesis entre Bannon y Jarvanka. El documento publicado por la Casa Blanca habla de una estrategia de "realismo basado en principios" (principled realism). El realismo se refiere a la cosmovisión del estratega populista y, consecuentemente, a la reticencia del Presidente por intervenir en los asuntos de los autócratas de siempre, y en emprender campañas de reconstrucción nacional (nation-building). La parte idealista se refiere a la promoción de los valores liberales tradicionalmente defendidos por republicanos y demócratas. Ahora bien, así como ya lo discutía en esta tribuna, la suma de estos principios contradictorios arroja un resultado poco convincente: que hay voluntad para hacer frente a desafíos generales de gran envergadura como el terrorismo, y al mismo tiempo poca disposición para enfrentar desafíos específicos como Corea del Norte, Siria, Afganistán, China o Rusia. Si uno se basa en el texto de Wolff, Trump respeta a los generales con experiencia liderando cuadros castrenses, pero también odia que le digan qué hacer. El autor también discute que Trump tiene una percepción formada en materia de seguridad: dejar a los déspotas tranquilos y felices, especialmente si estos tienen la capacidad de "joder" a Estados Unidos.
Con estas contradicciones como telón de fondo, Wolff escribe que la paradoja de la presidencia Trump consiste en que es la más ideológicamente motivada y, no obstante, la más pragmática a la vez. Por eso, dado el perfil particular de Trump, sus caprichos y sus comentarios desafortunados, "sus asesores no sabían si era un aislacionista o un militarista, o si acaso sabía diferenciar entre ambas posturas". Pero aunque es imposible ponerse en la mente del Presidente, cabe suponer que la salida de Bannon (fue despedido en agosto) haya inclinado la balanza decididamente hacia el lado Jarvanka de la ecuación. Esto significa que, de cara al futuro, el accionar de la Casa Blanca podría ser más predecible y menos disruptivo en cuanto a alterar políticas de Estado. Ivanka es la "primera hija", la primera dama de facto, y su presencia y la de su marido en teoría podrían moderar al Presidente. Trump, escribe Wolff, es "inspiracional, no operacional": necesita de las sugerencias de los demás para actuar.
Por ejemplo, si bien Wolff relata la ignorancia de Trump frente a temas como Siria o Afganistán, en última instancia el Presidente se plegó a los consejos de su hija y su yerno. Para la desazón de Bannon, en abril de 2017, Trump decidió llevar a cabo un ataque contra el régimen sirio en respuesta a un ataque químico contra civiles. Bannon llamaba a no hacer nada, porque planteaba que Estados Unidos no tenía nada para ganar. En cambio, mediante un PowerPoint con imágenes de niños muertos, Ivanka "presionó los botones de entusiasmo" de su padre y lo convenció de hacer caso al consejo del cuadro militar. Más adelante, en julio, Bannon perdió el argumento cuando Trump aceptó enviar más tropas a Afganistán (entre cuatro y siete mil), insuficientes para ganar la guerra pero suficientes para no perderla. Se trata de un conflicto que Trump ya daba por perdido en la campaña electoral, prometiendo la retirada de todas las tropas.
Kushner tiene la cartera de Medio Oriente
Fire and Fury… es más contundente al explicitar el papel de Jared Kushner en todo lo relacionado con Medio Oriente. Trump le entregó a su yerno discreción sobre todo lo que ocurre en la región, lo convirtió en uno de los actores más relevantes de la administración, si no de la escena internacional. Como escribía en ocasión de la decisión de mover la Embajada estadounidense a Jerusalén, Kushner cuenta con el aval de los soberanos sunitas enfrentados a Irán y, sobre todo, con la confianza de Arabia Saudita. En concreto, según lo plantea Wolff, Kushner está en los mejores términos con el príncipe Mohammed bin Sultan, responsable por llevar a cabo una serie de reformas históricas en el reino.
El relato de Wolff indica que el saudita se puso en contacto con Kushner luego de las elecciones presidenciales. Mohammed bin Sultan racionalizó que era lógico llegar a Trump por medio de su familia. Además, viniendo de un Estado gobernado por una casa real, al príncipe le resultaba más sincero y tranquilizante hacer negocios con alguien del círculo íntimo del Presidente, y no así con un mero operador político. Esta sintonía habría hecho que Trump dijera: "Jared nos puso a los árabes totalmente de nuestro lado". Pese al lenguaje negativo con el cual Trump se refirió a los sauditas durante la campaña presidencial, en última instancia los intereses en común y la intuitiva relación entre familias reforzó la alianza entre Washington y Riad.
El libro hace hincapié en que los métodos de Kushner, especialmente a la hora de tratar el conflicto israelí-palestino, se basan en los consejos de Tony Blair, con quien comenzó a codearse en el 2010. El ex primer ministro británico se dedica a la filantropía y a mediaciones diplomáticas como particular privado, y su idea elemental consiste en que el mundo árabe debe involucrarse activamente en las negociaciones de paz por el bien de todas las partes. Aprovechando la enemistad hacia Irán que israelíes y árabes sunitas tienen en común, Kushner está enfocado en construir este puente.
De acuerdo con Wolff, la mirada de Trump acerca de Medio Oriente se remite a lo que le transmite su yerno. Se fundamenta en distinguir a cuatro jugadores principales: Israel, Egipto, Arabia Saudita e Irán. Los primeros tres caen bajo la égida estadounidense por su aversión común hacia el cuarto. Paralelamente, a cambio de garantías contra la expansión iraní, egipcios y sauditas se comprometen a presionar a los palestinos para que estos hagan un acuerdo. En este aspecto, Fire and Fury… confirma la hipótesis que presentaba en mi columna anterior, cuando argumentaba precisamente que estos países perdieron la paciencia con el liderazgo palestino. Concretamente, el caso demuestra que, en tanto estos países necesiten de armamento estadounidense, su posición se plegará a los recados de Washington. En cierto punto, el modo de hacer política de Trump se condice con el estilo árabe, caracterizado por la imagen de un patriarca fuerte y su acomodada familia. Wolff sugiere que esta relación de trabajo es mucho más preferible para Riad y El Cairo que tener que lidiar con una administración más convencional.
En definitiva, Trump es un hombre que necesita que le presenten las cosas en términos simples y concretos, dispensando de las variables y los cálculos complejos que vienen asociados con la formulación de políticas. Por ello, Wolff argumenta que la doctrina de Trump reduce el tablero a tres elementos principales: actores con los que podemos trabajar, actores enemigos y aquellos sin suficiente poder o influencia y que pueden ser ignorados, descartados o sacrificados. Para bien o para mal, en la mente de Trump los garrotes hablan más fuerte que las zanahorias, y el consejo que más pesa es aquel de sus allegados más cercanos.