Nuevamente sobre el ambientalismo

Alberto Benegas Lynch (h)

Mientras se insista con un error, no hay otro modo que insistir en su refutación, puesto que los argumentos no se esgrimen de una vez y para siempre. Si fuera así, ya no habría prácticamente nada que decir, dado que se ha dicho todo lo sustancial ("para novedades, los clásicos"), si bien aparecen nuevos errores que deben ser contestados. Como comentábamos con algunos colegas, sería de gran interés tener que responder a nuevos enfoques que estimamos erróneos, puesto que eso moviliza las neuronas, pero el ejercicio de reiterar se hace un tanto tedioso.

Nuestra ignorancia es colosal, hay todo que aprender, por lo que constituye un desperdicio superlativo tener que mantenerse en refutaciones de antaño. El hecho de que el conocimiento tiene la característica de la provisonalidad, abierta a refutaciones, no justifica la reiteración de argumentaciones sin solución de continuidad.

De un tiempo a esta parte los socialismos se han agazapado al ambientalismo como una manera más eficaz de liquidar la propiedad privada: en lugar de decretar su abolición al estilo marxista, la tragedia de los comunes se patrocina con mayor efectividad cuando se recurre a los llamados "derechos difusos" y la "subjetividad plural", a través de lo cual se abre camino para que cualquiera demande el uso considerado inadecuado de lo que al momento pertenece a otro.

Veamos ese asunto por partes, como diría Jack el Destripador en otro contexto, pero con argumentaciones que provienen de algunas otras fuentes a las que hemos citado en otros trabajos. Antes que nada, subrayamos que toda invasión a la propiedad debe ser castigada, ya se trate de un asalto o de la emisión de monóxido de carbono, del desparramo de ácidos, basura o cualquier otra acción que lesione derechos de terceros. Ahora la tecnología permite, a través de remote sensoring y de tracers, detectar los emisores, sean automotores, fábricas o fuentes equivalentes. De más está decir que no se trata de eliminar toda polución, de lo contrario, habría que dejar de respirar debido a la contaminación de la exhalación.

Vamos entonces a la ecología propiamente dicha. En primer lugar, el denominado calentamiento global. El fundador y primer CEO de Weather Channel, John Coleman; el premio Nobel en física, Ivar Giaever; y el ex presidente de Greenpeace de Canadá, Patrick Moore, sostienen que se trata de un fraude en el sentido de tergiversación de estadísticas, puesto que, por una parte, la temperatura en el planeta Tierra se ha elevado medio grado en el transcurso del último siglo y fue antes de que aparecieran los gases que fueron inyectados por los humanos en la atmósfera (principalmente dióxido de carbono). Por otra parte, explican que desde hace cincuenta años se ha producido un leve enfriamiento del planeta con cambios en los que el neto de masas de hielos engrosados y derretidos resultó a favor de lo primero. También apuntan que en la época de los dinosaurios, en la Tierra, el nivel de dióxido de carbono era entre cinco y diez veces superior al actual, lo cual contribuyó a la riqueza de la vegetación, épocas en las que la Tierra era a veces más calurosa y húmeda, y otras de enfriamiento y sequedad, en simultáneo con las referidas altas dosis de dióxido de carbono.

El efecto invernadero es controvertido. La opinión dominante es refutada por académicos y científicos de peso como Donald R. Leal, Fredrik Segerfeldt, Martin Wolf, Terry L. Anderson y Ronald Bailey. Según estas opiniones, en las últimas décadas hay zonas donde se ha engrosado la capa de ozono que envuelve el globo en la estratosfera. En otras se ha debilitado o perforado. En estos últimos casos, los rayos ultravioletas, al tocar la superficie marina, producen una mayor evaporación y, consecuentemente, nubes de altura que dificultan la entrada de rayos solares. Esto conduce a un enfriamiento del planeta, que se verifica con adecuadas mediciones tanto desde la tierra como desde el mar.

Se sostiene también que el fitoplancton consume diez veces más dióxido de carbono que todo el liberado por los combustibles fósiles. Y que las emisiones de dióxido de sulfuro a través de aerosoles compensan la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera que produce el mencionado enfriamiento. El Executive Committee of the World Meteorological Organization de Ginebra concluye: "El estado de conocimiento actual no permite realizar predicciones confiables acerca de la futura concentración de dióxido de carbono o su impacto sobre el clima".

En cualquier caso, como nos aconseja Thomas Sowell, siempre debe tenerse muy presente el balance neto de cada medida que se adopta. Por ejemplo, al conjeturar que los clorofluorocarbonos destruyen las moléculas de la capa de ozono a causa del uso de refrigeradoras y aparatos de aire acondicionado, combustibles de automotores y ciertos solventes para limpiar circuitos de computadoras, hay que considerar las intoxicaciones que se producen debido a refrigeraciones y acondicionamientos deficientes de la alimentación, como también de los accidentes automovilísticos debido a la fabricación de automotores más livianos.

No cabe repetir un lado de la argumentación por el hecho de que el poder de lobby sea mayor, debemos analizar con detenimiento las distintas posiciones, sobre todo cuando se trata de un tema tan delicado. A veces la arrogancia impide advertir que los cambios más radicales en el planeta tuvieron lugar antes de la revolución industrial, lo cual incluye las notables bajas en el mar (se podía cruzar a paso firme el estrecho de Bering, y las especies y las temperaturas se modificaron grandemente).

En segundo lugar, la preocupación por la extinción de especies animales. Muchas especies marítimas están en vías de extinción. Esto hoy no sucede con las vacas, aunque no siempre fue así: en la época de la colonia, en buena parte de América Latina el ganado vacuno se estaba extinguiendo debido a que cualquiera que encontrara un animal podía matarlo, engullirlo en parte y dejar el resto en el campo. Lo mismo ocurría con los búfalos en Estados Unidos. Esto cambió cuando comenzó a utilizarse el descubrimiento tecnológico de la época: la marca, primero, y el alambrado, luego, clarificaron los derechos de propiedad. Lo mismo ocurrió con los elefantes en Zimbabwe, donde, a partir de asignar derechos de propiedad de la manada, se dejó de ametrallarlos en busca de marfil.

Tercero, respecto al temor por la desaparición del agua, el premio Nobel en economía Vernon L. Smith escribe: "El agua se ha convertido en un bien cuya cantidad y calidad es demasiado importante como para dejarla en manos de las autoridades políticas". El planeta está compuesto por agua en sus dos terceras partes, aunque la mayoría es salada o está bloqueada por los hielos. Sin embargo, hay una precipitación anual sobre tierra firme de 113 mil kilómetros cúbicos, de la que se evaporan 72 mil. Eso deja un neto de 41 mil, capaz de cubrir holgadamente las necesidades de toda la población mundial. Sin embargo, se producen millones de muertes por agua contaminada y escasez. Tal como ocurre en Camboya, Ruanda y Haití, eso se debe a la politización de la recolección, el procesamiento y la distribución del agua. En esos países, por ejemplo, la precipitación es varias veces superior a la de Australia, donde no tienen lugar esas políticas y, en consecuencia, no ocurren esas tragedias.

En cuarto lugar, la lluvia ácida, que, tal como lo refiere Robert Balling, doctor en geografía y ex director de la Oficina de Climatología de Arizona, se traduce en precipitaciones que incluyen ácido nítrico y ácido sulfúrico provenientes de algunas industrias. Especialmente de plantas eléctricas que generan emisiones de dióxido de sulfuro y óxido de nitrógeno, que afectan los vegetales e incorporan acidez en los ríos y los lagos, con consecuencias negativas para las especies que allí se desarrollan.

A juzgar por lo que escriben los historiadores de la ciencia, seguramente las primeras palabras del hombre después de los ruidos guturales debe haber sido la queja y la exclamación dirigida a un amigo al salir de la cueva: "¡Qué raro está el clima!".

Por último, Julian Simon y Herman Kahn se detienen a considerar el tema de los recursos naturales referido a los conceptos de sustitución, reciclaje y tecnología. Si el carbón de la época de la revolución industrial fue sustituido con creces por el petróleo y este eventualmente lo será por la energía nuclear, solar y eólica, la humanidad no solo no ha perdido nada sino que ha ganado mucho. Si el cobre es reciclado ad infinitum, no hay pérdida de cobre y si el reciclado genera resultados más satisfactorios, la situación evidentemente mejora para el hombre (y si, además, en este caso, es en gran medida sustituido por la fibra óptica, las consecuencias benéficas resultan exponenciales). Si la tecnología progresa a pasos más agigantados que el consumo de un recurso que se estima no renovable y no duradero, el resultado es también mejor, y si trabaja con recursos renovables y duraderos como la arena para fabricar chips de computadoras, los efectos son más auspiciosos aún.

Por otro lado, enfatizan el papel trascendental de los precios en el mercado: manteniendo los demás factores iguales, cuando la demanda aumenta, se incrementan los precios, lo cual torna más económica la extracción de recursos en áreas hasta el momento impensadas (como, por ejemplo, la extracción de minerales de baja concentración pero de enormes cantidades en el suelo marino), al tiempo que incentiva la exploración de los antedichos sustitutos.

Estos autores mantienen que hay dos métodos de calcular reservas de recursos naturales. Uno es el de los ingenieros y el otro es el de los economistas. El de los ingenieros se limita a extrapolar el precio y el ritmo de consumo en relación con las reservas físicas estimadas al momento. El método de los economistas, en cambio, consiste en no considerar la extrapolación de una situación estática, sino, como queda expresado, de comprender que, cuando se considera más urgente un bien, el precio se eleva y, por ende, las reservas se estiran.

Además, señalan que, si se concluye que los precios futuros se elevarán, los especuladores comprarán en el presente para vender en el futuro, con lo que elevan el precio actual y lo deprimen en el futuro.

Finalmente, la ingeniería genética ha producido una llamativa revolución al posibilitar mejoras extraordinarias en la calidad de vida en muy diversos planos. Nos estamos refiriendo a notables aumentos en la productividad, a plantas resistentes a plagas y pestes que, por ende, no requieren el uso de plaguicidas y pesticidas químicos, a la posibilidad de incrementar el valor nutriente, a la capacidad de incorporar ingredientes que fortalezcan la salud (incluyendo la disminución de alergias) y mejoren el medio ambiente y el enriquecimiento de los suelos, tal como ha explicado, entre otros, el biólogo molecular, premio Nobel en medicina, Richard Roberts . De más está decir que lo que aquí dejamos consignado no es incompatible con que simultáneamente se trabajen otros procedimientos, como los alimentos orgánicos, en los que se excluye todo tipo de transgénicos, para lo que se recurre a fertilizantes producto de la composta o el abono orgánico, que son el resultado de residuos animales y vegetales. Es la gente la que debe decidir sus preferencias con base en la información disponible, y si hubiera conflictos, estos deberán resolverse en los estrados judiciales, en el contexto de un proceso evolutivo y abierto, excluyendo la posibilidad de que unos impongan sus criterios a otros.

El autor es Doctor en Economía y también es Doctor en Ciencias de Dirección, preside la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires y es miembro de la Academia Nacional de Ciencias Económicas.