"Sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor" (Winston Churchill, 13 de mayo de 1940). Esa fue la promesa del inolvidable primer ministro británico cuando asumió el cargo ante el Parlamento del Reino Unido, en plena Segunda Guerra Mundial. Mientras, su homólogo cubano, Fidel Castro, el 16 de febrero de 1959, cuando asumió igual posición, pero sin competir en elecciones sino por la renuncia obligada de su predecesor, José Miró Cardona, dijo: "No queremos exaltar las pasiones. Pero bueno es que no dejemos de levantar la intriga y las maniobras de los contrarrevolucionarios. Porque si lo que están es perturbando, peor será para ellos, porque mientras más exalten las pasiones del pueblo, peor será para ellos. Y el pueblo está severo, vigilante, exigente". Palabras amenazadoras si se tiene en cuenta que el paredón estaba en su apogeo.
La realidad es que tanto Churchill como Castro cumplieron sus promesas. El pueblo británico sufrió y padeció lo indecible durante la Segunda Guerra Mundial, pero el liderazgo de su premier impidió la debacle de la nación. Mientras, Castro, fiel a su discurso inicial como jefe de gobierno, nunca dejó de promover el sectarismo y la confrontación entre los cubanos, la generación de nuevos conflictos y la incentivación de los existentes. Además, estimuló sin descanso el odio y la violencia entre sus partidarios contra aquellos que cuestionaban su mandato, a la vez que destruía los fundamentos de la nación.
Mientras Churchill nutría los valores sobre los que se levantaba la cultura nacional, Castro inició un constante y sistemático ataque contra los cimientos éticos e históricos de Cuba, demonizó el pasado y pervirtió el concepto de ciudadano para formar una masa que respondiera ciegamente a su manipulación.
Cuba nació como república en 1902 y concluyó en 1959, 57 años turbulentos pero con claros progresos sociales y económicos, con obras espirituales y materiales que se pueden mostrar con orgullo a las nuevas generaciones. Sin embargo, el castrismo, una forma de gobierno con más características teocráticas que republicanas, en el control del país hace 59 años, dos más que lo que existió la república, tiene en su haber la destrucción de prácticamente todo lo que se había creado y daños intangibles a la nación muy difíciles de reparar.
En 1958, Cuba era el tercer país del continente con mayor solidez monetaria por sus reservas de oro, dólares y valores convertible. En el presente, el peso cubano no tiene ningún valor.
La alfabetización en la isla era del 78% y sus índices de salud se situaban al nivel de los de una nación desarrollada. En 1958, era el país que dedicaba mayor porcentaje del gasto público para la educación en América Latina, con el 23%; Argentina tenía el tercer puesto, con el 19,6%; México, el séptimo, con 14,7 por ciento.
Sin dudas que había muchos problemas pendientes, pero entre 1943 y 1957 se duplicaron las escuelas rurales públicas a 4924 y se incrementaron en un 50% las urbanas para 17.560.
La educación privada, incluyendo la religiosa, prohibida a partir de 1961, estaba representada por 1700 escuelas y servía a 200 mil alumnos. Los padres seleccionaban libremente las escuelas para sus hijos y determinaban si recibirían o no educación religiosa.
La capacidad de importación en 1958 llegaba al 66 por ciento. Funcionaban en la isla en ese año 48 bancos comerciales, la mayoría de capital nacional, con 273 sucursales. Tenía la inflación más baja de Latinoamérica, con 1,4%; la media era de México, con 7,8% y la más alta, Bolivia, con el 63 por ciento. Ocupaba el cuarto lugar a nivel mundial en recibir el mayor porcentaje de remuneración por obreros y empleados, en relación con el ingreso nacional, en 1958.
Por supuesto que el país no era un paraíso o algo parecido. Había problemas de diferentes índoles. La corrupción era una penosa lacra y el clientelismo político, una realidad. Había sectores que padecían pobreza extrema. Sin embargo, la capacidad productiva del país era tan alta que, a pesar de esos y otros males, estaba en capacidad de resolver los problemas sociales que ha agudizado la dictadura totalitaria de los Castro.